Mi maldito Sócrates, mi maldito Descartes
Tengo un deseo de comprender lo que aparece en los diarios, quisiera comprender la política, quisiera, haciendo uso de mi derecho ciudadano, elegir una propuesta que si bien puede no ser la más conveniente, en tanto que no es posible ninguna predicción real, sí al menos una que me fuera comprensible en los aspectos más relevantes. En este momento puedo pensar con más calma y volver sobre mi angustia ciudadana, aprovechando que no es época de contiendas electorales.
Tengo algunas creencias provisorias, en las que aún no tengo el tiempo de ahondar mucho, sobre las que no dejo de tener mis sospechas, pero que a falta de algo mejor, las dejo como supuestos que hago explícitos.
Creo que hay algo llamado Estado, pero eso es en principio un acto de fe. Soy como el escudero, Sancho, quien no logra ver los gigantes contra los que lucha su señor. Todos hablan del Estado, y van lanza en ristre, pero yo no es que no quiera luchar, ni cobardía alguna que me aqueje, es que sinceramente no veo más que molinos movidos por el viento; sin embargo, la convicción del caballero de la triste figura me induce a creer por la fe. Sea pues, hay el Estado, con sus mil brazos.
Creo que ese Estado es un alguien que me supera en fuerza pero quien, aunque pudiera tener la voluntad y la buena fe de realizar mi deseo de perdurar en mi existencia, no tiene fuerza infinita ni tampoco claridad manifiesta en el cómo hacer para garantizar o cooperar en el mantenimiento de mi existencia; caso contrario, le sería muy fácil destruirme si así lo quisiera.
Creo que ese alguien no es un ser humano, pero es ante todo cierta fuerza de origen humano y no divino, fuerza desprovista de magia o de fórmulas mágicas; que actúa por agencia de personas de quienes se dice que son igualmente humanos y no divinos, es decir, que tampoco son seres mágicos de los cuentos de hadas.
El funcionamiento del Estado reside en el diseño, formulación y posible ejecución de políticas; es decir, las políticas son las estrategias de acción del Estado. La posibilidad de ejecución de las políticas reside en las fuerzas del Estado; pero las fuerzas de los Estados son siempre en relaciones entre éstos; y de ahí la necesidad de estrategias de posicionamiento de esas relaciones.
Creo que uno de los objetos de las políticas consiste en poner a disposición las fuerzas del Estado en la cooperación de mi deseo de continuar mi existencia, pero no solo la mía, sino la de todos mis conciudadanos, porque dentro de todas las diferencias individuales, todos somos cuerpos que persistimos, en mayor o menor medida, en el deseo de continuar nuestra existencia. Las políticas son entonces estrategias orientada a tal fin.
Finalmente, creo que la principal fuerza del Estado debería residir en la ley, hablo de ley en sentido amplio, y no entro en distinciones que sobrepasan mi precaria comprensión del asunto. De la ley digo que es humana, demasiado humana, y está sometida a contingencias; aunque conviene que haya diferentes grados de contingencia de las leyes. La idea de ley está fuertemente vinculada al término justicia, y no se puede hablar de uno sin otro; sin embargo, este último es algo que escapa todavía más a mi comprensión. Por ahora sólo manifiesto mi creencia, y si esta fuerza es contingente, el Estado también lo es.
En mi condición de ciudadano tengo la aparente posibilidad de participar en ciertas decisiones, puedo opinar y apoyar la elección de algunos de esos humanos que agencian el Estado. Yo parto del principio de buena fe y creo que todos tienen buenas intenciones, lo que pasa es que difieren en ideas como la de justicia, de la cual yo me declaro impedido para opinar, y en las estrategias y políticas para el mejor funcionamiento del Estado. Con esto no digo que baste con unificar a todos bajo una misma idea, ni mucho menos, sino que justamente no hay ninguno que por principio obre contra sí mismo, sino que se guía por alguna creencia a la que le subyace, consciente o inconscientemente, explícita o solapadamente, cierta noción de lo justo. A lo largo de mi vida he compartido y conocido diversas personas; y he conocido gente bien intencionada que en sus acciones revelan cierta idea de justicia que, analizada con cuidado, implica formas de negación del deseo de algún otro de continuar en su existencia. La implicancia varía en grado, en algunos casos es explícitamente manifiesta y consciente, en otros se solapa bajo rótulos aunque es igualmente consciente; y quizá exista un grado más donde se solapa y yace inconsciente. En todo caso, no creo que se trate de lograr unificar bajo una idea de justicia que no implique la negación de ese particular deseo del otro o disolver esta tensión, sino que, precisamente, lo que creo es que la condición subyacente es siempre y necesariamente conflictiva, no solo por la diversidad de ideas, sino por la diversidad de configuraciones de las existencias.
Volviendo a mi punto de interés, teniendo en cuanta estas creencias de las que parto y que he tratado de hacer manifiestas, confieso que tengo el deseo de poder elegir una propuesta que, asumiendo la subyacente conflictividad y las no del todo comprensibles pretensiones de justicia, me sea al menos clara a mi entendimiento; es decir, que al menos la comprenda en sus puntos más esenciales para votarla a consciencia. Ya se ve por qué digo que cargo con cierta maldición cartesiana.
Sospecho que muchos de mis conciudadanos, entre los que cuento a algunos de quienes me han sabido reprochar las veces que no he ido a las urnas y a muchos que con más vehemencia me critican por no apoyarlos en sus marchar (pues marchar es también cierta forma de pronunciarse, es decir, manifestar aprobación o rechazo hacia cierta idea, cierta política, cierta acción y estrategia sea o no propuesta desde el Estado), son personas mucho más prácticas, en todo caso liberadas de esta maldición cartesiana que pesa sobre mí. Podría actuar, como en la moral provisional, siguiendo el modo de los más sensatos; pero yo no me llamo Descartes.
Creo que muy posiblemente existió un cierto Sócrates no platónico, quizá ese pez torpedo ateniense que resultaba molesto a sus conciudadanos, ese que manifestaba una sentida preocupación por comprender sinceramente sin lograrlo; era un Sócrates, el que ahora imagino, bajo la misma maldición cartesiana; pero como no se llamaba Descartes sino Sócrates, jamás encontraba nada que fuera y claro distinto a su entendimiento; la verdad se le escapaba continuamente, y su existencia se hacía una aporía constante, una búsqueda que partía de la aporía y devenía en más aporía; un Sócrates, que quizá en este instante yo mismo invento, que no lograba salir de esa caverna y contemplar esencias, y cuyo destino fue morir bajo la tierra en permanente lucha por su ascenso, sin encontrar jamás el punto de salida.
Siento la necesidad de preguntar a mis conciudadanos, en verdad tengo el deseo de ser plenamente un ciudadano, participar o al menos opinar; pero no comprendo la política, no entiendo la conveniencia o la inconveniencia, no es clara a mi entendimiento la estrategia. Cualquier Sócrates podría ver las inconsistencias, pero yo no me llamo Sócrates, yo no logro ver inconsistencias de cuerpo, no tengo esa audacia ni habilidad envidiable y encomiable. Mis conciudadanos me dicen que ésta estrategia resulta inconveniente o que hay otra más conveniente; pero ni de una ni otra logro comprender para juzgarla, ninguna me es clara y distinta.
A veces abandono todo empeño, dejo el juicio en suspenso, me devuelvo a mis libros que no comprendo pero que no me acusan por no defender su causa, total ya están muertos; vuelvo a mis ficciones literarias, donde deformo una y otra vez esos contenidos que nunca entiendo. Estadísticamente mi participación o abstinencia no me resulta en nada significativa; y mejor dejo que juzguen y actúen los que verdaderamente comprenden del asunto; qué más podría hacer yo aparte de expresarle que no sé cuál sea la mejor estrategia, pero que confío que en el fondo todos actúan de buena fe, aunque tengan ideas diferentes, y realmente yo no sabría cuál convenga defender. Cuando siento que estoy enfermo, prefiero ir al médico o por lo menos pedir juicio de alguien que realmente comprenda mejor que yo mi situación y pueda aconsejarme convenientemente. Quizá mis conciudadanos realmente gozan del privilegio de comprender lo que dicen comprender, y por eso desde ya apoyo, no sus marchas, sus luchas, o sus sencillas caminatas a las urnas, pero si su intención sincera de pronunciarse conscientemente según lo que ellos mismos juzgan conveniente o critican inconveniente. Mientras tanto; yo me tengo en la suerte de un idiota proscripto de la vida pública por mi propia incomprensión del tema, por mi incapacidad de juzgar o criticar.
Y hago esto complacido, pero algo de esa maldición cartesiana me vuelve a sacar, me reprocha no comprender mi propia época, me acusa quedarme en libros de muertos y olvidarme de mis conciudadanos. Entonces, voy a los diarios, trato de comprender la situación, leo la prensa: fue, volvió, vino, hizo; bajó, subió, creció, se reventó…; quién me explica, no comprendo, llueve y llueve información; no sé por dónde empezar a mirar; hasta dónde es relevante. Toda esa vasta información, ahora, cómo la comprendo; qué conceptos le subyacen, qué relaciones teóricas soportan, qué interpretaciones, cuáles configuraciones. Ah, sí, debe ser, voy y voto; ah, no, por aquí mejor, voy y marcho, no, no, mejor me planto; dónde está, donde voy; aquí allí… Maldición socrática, a quién pregunto, con quién examino para comprender el asunto, quién me explica esta impiedad que se me acusa, para salir y ser buen ciudadano. Maldición cartesiana, nada me es claro, mi entendimiento es confusión, cómo actúo, por dónde camino…
Bueno, podría asumir esta angustia solo de un ciudadano de la corte rousseauniana del Estado, como acción buena del hombre, mas me permitiré citar a Hobbes " Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro" y de por si siempre desconozco al otro.....
ResponderEliminarTendría que volver a Rousseau y a su contexto, quizá, para comprender vuestro comentario, aunque la redacción me dificulta un poco establecer la conexión, Rousseau, Hobbes y mi escrito.
ResponderEliminarLa expresión: "asumir esta angustia... como acción buena del hombre", ¿cómo se conecta? Por mi parte, me inclinaría a pensar que un rousseauniano estaría en otro condición diferente, quizá alejada de la epojé política que ahora planteo. ¿Refiere, acaso, al principio de "buena fe" al que aludo en el actuar político?, en tal caso diría que me refiero a la limitación del juicio en sentido moral, incluso a su imposibilidad. EL principio de "buena fe" lo propongo como un supuesto hipotético, y no de facto, orientado a eludir el juicio moral sobre lo político.
En cuanto a Hobbes, prefiero hacer cierta lectura spinozista, por la que yo mismo resulto hobbesiano, en la que asumo una ética "des-platonizada", es decir, de esencias singulares como potencia; y de ahí que haya preferido encontrar a un Sócrates subterraneo, tratando de ver (deformando), aunque sea a través de Platón, a ese Sócrates pre-platónico, aporético.
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