El Juego de la Verdad
"Las reiteradas visitas del misterio que esa perduración postula, las finas ignorancias a que fue invitada por ella la humanidad, son generosidades que no podemos no agradecerle. Vivámosla otra vez, siquiera para convencernos de perplejidad y de arcano íntimo.[...]
La verdad se instala como un juego; existe cierto juego, con ciertas reglas, es el juego de la verdad. Ese, creo, es el juego que jugaba Platón, quien al parecer le impuso ciertas reglas muy particulares que demarcaron el campo de juego. Voy a permitirme hablar haciendo referencias a escuelas y a pensadores de los que en realidad no tengo mayor comprensión, de quienes en realidad ahora no me interesa tratar de comprender ni mucho menos de explicar; el que quiera comprenderlos, no me siga en nada de lo que yo diga, pues se hará una idea distorsionada, y más bien que vaya directamente a los textos o a los autores especializados en los temas; por mi parte yo sólo me limito a señalarlos, a usarlos como punto de ubicación en el espacio inmenso del pensamiento.
La pregunta ahora es ¿cómo se juega el juego? ¿Cómo se mueven las fichas? Básicamente, podría pensar que se trata de pasar con la ficha de un punto a otro, quizá le termine pasando como al Aquiles de Zenón, pero confiemos, en principio, que por lo menos el juego es posible y la ficha se moverá. El ser está encadenado y el esclavo también; si los dos se liberan, se acaba el juego; si solo el esclavo se libera, gana; pero quedará en un eterno ir y venir, quedará siempre en la dualidad. Estar encadenado, para el esclavo, significa no saberse en el ser –pues es claro que el esclavo solo podría estar en el ser, porque nada hay fuera del ser, lo que pasa es que el esclavo no lo sabe. La forma de este no saberse es la creencia y la opinión; el esclavo cree y opina muchas cosas, pero la opinión y la creencia son la forma de sus cadenas. Estar encadenado para el ser, no es más sino la condición de posibilidad del juego de la verdad, porque si el ser se suelta de sus cadenas, simplemente se diluye y se acaba todo el juego. El esclavo debe pasar del punto de las sombras a la luz, abandonar su condición de apariencia y ver el ser; es decir, abandonar su condición de esclavo librándose de las cadenas. En el juego habrá tantos esclavos como jugadores haya; cada cual puede desarrollar una estrategia diferente; el objetivo del juego ya está claro. Quien quiera entrar al juego se asume como esclavo y se inventa, o se plagia, una estrategia para ganar el juego y liberarse de la condición de esclavo. Una vez se ha liberado, ya ha ganado el juego, y recibe por premio el estar paseándose toda la eternidad en la dualidad, entre apariencia y ser. (Aunque puede que no sea tan trágico al final el juego)
"Esa descomposición, es mediante la sola palabra infinito, palabra (y después concepto) de zozobra que hemos engendrado con temeridad y que una vez consentida en un pensamiento, estalla y lo mata." (Jorge Luis Borges)
La verdad se instala como un juego; existe cierto juego, con ciertas reglas, es el juego de la verdad. Ese, creo, es el juego que jugaba Platón, quien al parecer le impuso ciertas reglas muy particulares que demarcaron el campo de juego. Voy a permitirme hablar haciendo referencias a escuelas y a pensadores de los que en realidad no tengo mayor comprensión, de quienes en realidad ahora no me interesa tratar de comprender ni mucho menos de explicar; el que quiera comprenderlos, no me siga en nada de lo que yo diga, pues se hará una idea distorsionada, y más bien que vaya directamente a los textos o a los autores especializados en los temas; por mi parte yo sólo me limito a señalarlos, a usarlos como punto de ubicación en el espacio inmenso del pensamiento.
Decía que Platón jugaba ese juego de la verdad, con ciertas reglas. En realidad la pelota del juego se la tiró Parménides, por medio de Zenón de Elea. El primer cagazo, una diosa revela a Parménides el corazón de la Verdad bien redonda, el Ser, uno, eterno, inmóvil. Solo el ser es pensable, y del no ser, le advierte la diosa, “no te permito que lo digas ni pienses”; así, el juego de la verdad es el juego del ser y el del pensar. Quizá sean uno y el mismo juego o quizá tres juegos diferentes que se encuentran; pero en Parménides me parece estar todo un mismo juego, cuando se dice que el ser es idéntico al pensar, no es una correspondencia de igualación donde la verdad constituye el enlace entre ambos, sino que ser, pensar y verdad son una y la misma cosa.
El juego de Zenón nos es conocido; ponía a correr a Aquiles detrás de una tortuga sin que pudiera alcanzarla jamás; es el juego de la continuidad y la discontinuidad de dos magnitudes, el tiempo y el espacio. Zenón juega con las cuatro combinaciones posibles; tiempo y espacio, cada una a su vez, o son continuas o discretas. En las cuatro posibilidades el resultado es siempre el mismo, estamos como dijo la diosa a Parménides, atados, encadenados, por el poderoso Hado, sin podernos mover. Aquí vemos una de las reglas en el juego de Zenón, el todo es siempre mayor que cualquiera de sus partes componentes; así, entre uno y dos hay una brecha infinita, insalvable; estamos parados en un punto, encerrados allí y no podemos saltar al siguiente punto sin caernos en el vacío infinito. Nos vislumbramos hacia un punto intermedio, que nos reduzca el espacio, pero el infinito vuelve a aparecernos en medio. Es como quien dijera que uno y otro nunca llegan a ser dos, en efecto, la unidad se compone de partes, y al juntar uno y otro, primero habría que juntar la mitad del otro, pero, a su vez, antes, la mitad de la mitad, y así sucesivamente, como en el orden inverso de una sucesión de 1+1/2+1/4+1/8 +…+1/n < 2; (1< n y donde n tiende a infinito); cada vez más pequeño, cada vez más fraccionado, cada vez más reducido.
Así, 1/n (donde n >1 y n tiende a infinito), representa la magnitud, el vector del movimiento inmóvil de Zenón. Pero la diosa de Parménides ya había dejado la primera piedra de edificación, la regla constitutiva del juego: puedes pensar todo menos el no ser; lo impensable es indecible; lo impensable, de suyo, es una contradicción, es un ruido, es un sinsentido. Zenón juega el juego tratando de pensar el movimiento, y cuando piensa, el movimiento se le escapa al pensamiento; él puede ver el movimiento, puede ver que en dos zancadas Aquiles aventaja a la tortuga, pero cuando lo piensa, el movimiento se diluye para la existencia, se desvanece del ser. Lo que ve no es, so pena de transgredir la regla del juego impuesta por la diosa.
Con Platón el juego adquiere su matiz más característico; en realidad yo creo que Platón es mucho más interesante y complejo que esto, pero me viene bien, al caso, adjudicarle, a sabiendas de equivocarnos, la autoría de ciertas reglas que se harán constitutivas del juego de la verdad. Platón nos mete a todos dentro de una cueva oscura donde miramos sin ver, oímos sin escuchar, incluso, hablamos sin decir. No es un juego de palabras lo que hago, es que mirar sin ver es mirar sombras, es no ver el ser. Zenón mira a Aquiles aventajar a la tortuga pero no ve el movimiento; ver es algo que solo puede hacer el entendimiento pues solo el pensamiento ve el ser; los ojos miran sin ver, los oídos oyen sin escuchar. El juego de la verdad es ahora el juego del ascenso a la verdad, habitamos entres sombras, nuestro deber es salir de la cueva, salir de la oscuridad que no nos deja ver. La verdad es la cualidad del ser, sólo el ser es verdadero, solo el ser es pensable; la regla del juego impuesta por la diosa se mantiene, pero se desdobla. Ahora miramos la apariencia, condición de la oscuridad; la verdad ahora tiene dualidad. Sólo el ser es verdad y el ser es verdadero. Se comprende que la verdad es una cualidad del ser, quizá la única, quizá una entre otras, aunque quizá no es el ser sino su cualidad, pero de eso ahora no quisiera hablar. Aparecen en el juego el ser verdadero y “el ser no verdadero”; lo cual no se puede decir, porque se transgrede la regla divina, decir “el ser no verdadero” es un sinsentido. Entonces, cabría decir, hay el verdadero ser, y ahí el pensamiento se abre hacia una inferencia que no necesita comprender desde sí; de verdadero ser infiere la apariencia de ser, sin violar la regla de oro. No está pensando el no ser, piensa el verdadero ser infiriendo apariencia de ser; no digo “lo aparente” para no contradecirme, tampoco digo falso, porque diría una cualidad de algo y sólo el ser es algo y del ser no se puede predicar que es falso ni aparente. Piensa el ser en relación de oposición, apariencia y verdad.
La condición de verdad implica salir de la condición de apariencia, y entonces el esclavo puede ser liberado de su cueva de sombras y obligado a escalar la cuesta, y salir hacia la luz que primero, le oculta el ser, y luego, le permite verlo. Parménides, quizá, nunca vio el ser, la diosa le habló y quizá escuchó, y no sabemos si lo vio; Zenón observó el movimiento diluirse del ser sin saber nosotros si vio el ser; Platón miró e hizo muchas cosas, incluso parece que alguna vez fue vendido como esclavo; pero sabemos que fue el esclavo liberado el que vio el ser. El esclavo liberado es la ficha del juego de la verdad en Platón; el esclavo ignorante que recuerda teoremas que jamás aprendió. Así, el juego de la verdad es el juego de la manumisión de los esclavos, ese fue el juego que nos dejó a todos el buen Platón.
[Ya dije que todo cuanto digo tiene mucho de ficción, y no necesariamente del todo mía; es decir, Parménides, Zenón y Platón sí hablaron, según creo, muchas cosas, pero yo en realidad no sé qué hayan dicho, el que quiera saberlo que vaya a sus obras, mejor dicho, a lo que quede de ellas, e intente por su propia cuenta saberlo. En realidad yo soy como Homero Simpson que cuando no entiende una película se inventa otra, en mi caso poco entiendo las películas que veo.]

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