Uso de una hermenéutica sincrética
Una de las discusiones a las que he dado lugar en otras
entradas, se refiere al ejercicio hermenéutico y a la posibilidad de servirse
del pensar de otros en la construcción del propio. Quiero plantear, muy esquemáticamente, una especie de niveles hermenéuticos:
En un primer estrato estaría
un esfuerzo de hermenéutica rigurosa, que si bien no obvia la problematización
de la univocidad, se propone lograr una interpretación más metódica, y en cierto
sentido, sistemática, que trata de dar cuenta y ceñirse lo más posible al
código que el texto produce. Este planteo tiene supuestos discutibles, como el
de si todo texto produce un código interno, etc.; pero ahí dejo.
En el otro extremo estaría una lectura “equivocista”; que
resumo en la frase: “hacer decir a un autor cualquier cosa”, y que suele
servirse indiscriminadamente de los autores como autoridades legitimantes del discurso; es decir, un
uso ad verecundiam, que resulta de la
incapacidad de generar sus propias condiciones, aunque lleguen a ser débiles,
de legitimidad.
En el medio de ambas estaría lo que llamaría una "hermenéutica sincrética", cuyo propósito, que supone un cierto ejercicio interpretativo, es servirse de los autores y mencionarlos
en un acto de honestidad genealógica. En este caso no se tiene que asumir un
compromiso ni fidelidad, ni tampoco verse obligado a ser consistente con los esquemas
del pensamiento ajeno; pues se está liberado de ello por al menos tres motivos. Primero, uno de orden metodológico, que asume que no existen lecturas neutras, pues no es dable pensar desde un no-lugar. Luego, en orden a los propósitos; por cuanto no se propone un uso didáctico que intenta dar cuenta,
reproducir o sintetizar esquemáticamente el pensamiento de un autor; y aunque pueda dialogar e incluso distanciarse, no se propone una crítica a sus planteamientos, lo cual también implicaría un
cierto rigor hermenéutico a no ser que se asuma la crítica de una caricatura
por la crítica de lo caricaturizado. Se está liberado, finalmente, porque no se
apela a una presunta autoridad que legitime el propio pensar.
Esta forma, si bien no se propone una hermenéutica metódica,
y por tanto, tampoco un uso de apelación de autoridad, debe procurar no
incurrir en el abuso de la equivocidad. La estrategia está en la discontinuidad.
Si ese primer nivel hermenéutico tiene la intención de dilucidar el pensamiento
de un autor, ya sea para apelar a su autoridad, criticarlo o simplemente por motivos didácticos; este caso intermedio no aspira a dilucidar el pensamiento de un
autor sino dar cierto crédito genealógico, por cuanto, directa o indirectamente, aparece en diálogo con esté. Y del mismo modo como el hijo se
diferencia de la madre, pero no por ser distinto de ella deja de tener una matriz y rasgos heredados.
En el pensamiento se tienen muchas madres y padres, y hay que saberse hijo de
orgías.[1]
De otro lado, si la “no-hermenéutica” abusa del uso para
apelar a una autoridad deformada y adaptada a conveniencia; el pensar reapropiado por una hermenéutica sincrética tiene que legitimarse internamente desde su propia configuración. Su legitimidad, por tanto, ha de soportarse, no en la externalidad y
afinidad de los autores que evoca, pues la mención genealógica discrepa tanto
de la intención ad vercundiam como de la intención
didáctica, sino en sus propias estrategias de legitimación, ya sea por
consistencia interna o por simple pertinencia en función de sus propósitos.
[1] De la
diferencia entre el eclecticismo teórico y la apropiación sincrética: El eclecticismo, vulgarmente entendido, es una colcha
de retazos unidos por una suerte de aleatoriedad sin sentido. Pero el hijo de
una orgía dista mucho de ser el engendro de Frankenstein. Puede ser un paria,
un hijo de todos y nadie, un maldito bastardo; pero ante todo obedece a su
propia configuración y unidad. Es un cuerpo por el que fluyen savias y sangres
mezcladas; mas no la unión disforme de múltiples cuerpos occisos.
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