De la tesis 11 sobre Feuerbach



Hay en el espíritu humano una necesidad de transformar el mundo, un rechazo a lo estático y un cierto hastío por lo permanente. Y, simultáneamente hay un miedo que deja el alma quiete en lo seguro, en lo ya conocido, en lo que puede preverse a base de lo precedente; hay una tranquilidad en la permanencia.

Ninguna de las dos es directamente lo que anima en Marx esa famosa tesis once. Pero no es mi asunto ni interés los ánimos de Marx, ni los de nadie; tan solo los míos y lo que me es dado en mis circunstancias; y sin embargo, mis circunstancias son históricas y atravesadas por relaciones desde otros que me preceden y contemporáneos a su vez precedidos por tramas complejas de relaciones que dificultan concebirme como individuo puramente aislado allende el análisis hipotético mental.

Parto entonces de esa imperante fuerza ilocutiva de la tesis once, no para analizarla, sino para observar lo que en mi pueda producir y animar. Confieso que cierto entusiasmo combinado con algo de sentimentalismo o com-pasión, me mueven a adscribirme en la intencionalidad de esta tesis, y que muchos argumentos de Marx y los "marxistas" persuaden mi razón. Sin embargo, he buscado la forma de deshacerme de este influjo que no es más sino una moralidad basada en cierta interpretación de la justicia. No tengo el más mínimo interés en oponerme a un grueso estudio sobre el capitalismo y sus contradicciones; sino mejor buscar otros modos de relacionarme con el estado de cosas. Mucho de cuanto se muestra en la obra más científica de Marx (como el caso de El Capital), se corresponde adecuadamente con el objeto que él mismo ha construido para su análisis; de ahí que no es fácilmente prescindible; y ciertamente mucho de ese espíritu influencia mi propia perspectiva (en especial mi feliz complacencia en los manuscritos del 44 y de otras de sus obras que datan de esa década; que si bien pueden ser tomadas con menor rigor que El Capital, no dejan de mostrar una adecuada perspectiva de lo que se encontrará en sus últimos trabajos). Pero, repito, no es ahora mi intención entrar a comentar la obra de este genial y riguroso pensador.

Mi asunto es que, parafraseando al más influyente economista del siglo XX, "para mal o para bien soy un... burgués". Esta declaración, bajo la forma de una personificación, no tiene una intención de rotular o caracterizar mi identidad; sino más bien, situarme de entrada por fuera de las pretensiones de ciertos idearios políticos que valoran negativamente todo lo que pueda llamarse burgués. Así, evito clasificarme dentro o fuera de un determinado ideario, llámese como se llame (al pie de nota: evito cualquier categoría como izquierda, marxismo, socialismo, etc. porque son problemáticas en su definición; por eso apelo a una forma negativa, así puedo estar o no dentro de cualquiera, solo a condición de si cumple con mi criterio dado. Este modo de demarcación negativa es más simple, pues evita asumir compromisos con otros idearios ajenos a los que se ha meditado calmadamente), tan solo aquella que construye la categoría burgués identificándola con "el enemigo", es la que me sitúa automáticamente por fuera del campo ideológico que así la adscriba. En cuanto al modo, digo que mi perspectiva tiene mucho de afinidad con el pensamiento burgués, por lo que juzgaría como doble-moral, no reconocer en mi propia inclinación la afinidad al modo burgués y simultáneamente permitir que otros me adscriban al marxismo simplemente porque manifiesto una cierta admiración por partes de la obra de Marx. Ha sido justamente mi lectura de algunos de sus textos, o de otros en cierta forma influenciados por su obra, donde he hecho consciente mis propias categorías de pensamiento burgués. No soy en nada un capitalista, pues si al caso mis bienes materiales alcanzan para mi propia subsistencia; pero hay algo así como un pensar burgués, que yace incluso, aunque inconscientemente, arraigado en personas de extracción socio-económica baja. De hecho, no es difícil encontrar pregoneros marxistas, que movilizan inconscientemente, en su hacer, el mejor modo burgués.

No quiero decir con este, que los marxistas se nieguen una "buena vida"; pues en eso se han de diferenciar de cierto cristianismo franciscano que predica, aunque no practique, la mendicidad y la austeridad. Los marxismos, pues hay diversos, no reivindican una vida empobrecida, sino justamente un buen vivir; pero acusan al buen vivir burgués, y su sustentación en el sistema capitalista, de ser el culpable del "mal-vivir" de otros. Y esto, evidentemente tiene mucho de cierto; pues el modo general del sistema produce el residuo de pobreza.  Con esto, tienen razón los diferentes marxismos cuando dicen que hay responsabilidad del sistema en la producción de pobreza y marginalidad, por lo que no puede delegarse la total responsabilidad al pobre o marginado de serlo. Mi punto es que, con independencia de ello, la afección que lleva al espíritu a adscribirse a cualquier marxismo no es otra sino la compasión, ya sea justificada racionalmente o puramente intuitiva, enraizada en cierto sentimiento de justicia social.

Tales sentimientos de compasión y justicia social pueden ser compartidos; pero adscribirse al marxismo siendo un burgués en el modo de pensar (o de actuar) es una acto deshonesto y contradictorio. Algo similar a lo que se ve, mutatis mutandis, en cierto reproche que hacia Marx a Proudhon cuando lo inscribía en la categoría del pequeño-burgués. Y no se podría decir de este francés que fuera indiferente al sentimiento de justicia social ni que fuera un capitalista, pero era un pequeño burgués.

Muchos que enarbolan las banderas del marxismos son en realidad pequeño burgueses, solapada o inconscientemente; pero no es ese mi asunto ahora, sino reconocer mi propia condición de pequeño burgués como un acto de honestidad intelectual, antes de entrar a decir mis propias apreciaciones sobre esta famosa tesis 11 sobre Feuerbach.


 





De mis propias angustias e impotencias

    
Resuena en mi angustia la imperativa tesis 11 sobre Feuerbach; pero yo no soy filósofo, ni contemplo ni transformo; sólo me muevo en un deleite, en un placer estético que mueve mi alma, y no pretendo cambiar nada. Muchos me acusan de una postura egoísta y conformista; pero yo no lo veo así. Del egoísmo habría mucho que decir, pero por ahora solo diré que hay dos aspectos del ego, de una parte, un cierto movimiento narcisista, que varía en grado y que origina egos relativos; de otra parte, el ego juega cierto rol constitutivo de la identidad egótica. La ideantidad egótica es constitutivamente diferencial, es liminal, establece la frontera entre el yo y el no-yo. De la manera particular como se constituye esta frontera egótica, es algo que escapa a mi comprensión, y si sea esta una conveniente definición, no es algo que ahora pueda juzgar, simplemente quiero establecer que el ego pone en juego un sistema de creencias y de valores que constituyen el yo como individualidad diferenciada. Y aun así, creo que soy algo más allá de mi yo egótico, yo no soy mi yo; mi yo es una pura idealidad, cuya génesis no me interesa ahora rastrear; toda idea que me intente forjar sobre mí, será justamente eso, una idea y lo que yo sea se le escapará siempre a la idea como el ser se le escapa al pensar. Por su parte, el movimiento narcisista afirma el ego en su idea, o un conjunto de ideas que funcionan dentro de sistemas particulares de creencias y de valores. No obstante, hay un movimiento contrario que tiende a la disolución egótica, y me atrevo a decir que tal es el movimiento genuino de la voluntad. 

Sobre transformar el mundo es algo que encuentro bastante complejo y siento que, hasta el momento, es algo que he tomado muy a la ligera. Creo que la mayor de las veces es el ego el que adopta este imperativo, despreocupado o inadvertido de la ceguera de la voluntad. Una de las posturas con las que solía confrontarme es algo que llamaría manifestación del movimiento de la voluntad en la masa; un motín de personas movidas por la pasión y que generalmente comparten algunas creencias y valores que los mueven en su accionar; la participación de los agentes es siempre como masa, es decir, como fuerza aglomerada. 

Hasta hace poco juzgaba inconveniente, como alienante, la participación del individuo en la masa; pero alguien, directa o indirectamente, en algo que experimenté como un auténtico debate agonístico, me hizo notar mi juicio egoísta, es decir, regido desde el ego narcisista. Evidentemente, en la participación masiva, el ego tiende a diluirse, y la masa no es la sumatoria de individualidades sino la fuerza aglomerada, y el valor de esa manifestación de ese movimiento de la voluntad reside en su fuerza de masa. Mi incomprensión de la alienación la situaba al nivel del pensamiento, olvidando que la voluntad es inaccesible al pensar; juzgaba alienante que un individuo se aunara a la masa sin previa claridad en las particulares creencias que lo empujaban a actuar; un reduccionismo racionalista del que aún no logro escaparme del todo. 

La verdadera alienación, de la que ahora no voy a ahondar, está relacionada con la negación de la potencia creativa, no necesariamente judicativa, y que, como manifestación de la voluntad, pasa por la disolución egótica. Juzgar como alienante la participación en la masa no es más que un juicio movido por la idealidad del ego como principio fundante de la individualidad propia; en consecuencia, es en realidad la afección y el interés sentido lo que mueve a los agentes dentro de la masa y no una idea actual y presente del entendimiento. Además, el sistema de creencias y valores que mueve la acción suele estar constituido por ideas actuales-latentes y potentes (preconscientes). 

No obstante la fuerza como manifestación de la voluntad en masa, transformar no excluye el intento por comprender; de hecho, creo que comprender es condición sine qua non de cualquier transformación agenciada políticamente. La existencia de pensadores como Marx es prueba fehaciente de ello. Sin duda alguna, la transformación más influyente de Marx no fue en el plano de su militancia política sino en el plano teórico; él fue, ante todo e independientemente del valor o conveniencia de su obra para la posteridad, un teórico comprometido, un hombre sumamente riguroso y cuidadoso en el ejercicio del pensar. La diferencia radica en que si los filósofos suelen dedicarse a pensar el ser que se les escapa, Marx se dedicó prioritariamente a pensar la sociedad de su época; no a decir cómo es sino a tratar de explicar cómo funciona, y para esto no prescindió de la lectura crítica y rigurosa de aquellos pensadores cuyas ideas sustentaban el modelo de la producción capitalista, ni escatimó esfuerzos en revisar los extenuantes reportes de interventoría a las industrias de su época; su compromiso no solo fue con una militancia política, sino con un esfuerzo sentido y decidido por comprender el funcionamiento de la sociedad capitalista de su tiempo. 

Lo que hago énfasis no es en el aporte teórico de Marx, pues juzgar o valorar su obra no es algo que ahora me competa y, en cualquier caso, es algo que escapa a mis posibilidades dado mi precario entendimiento; sino que acentúo el aporte del ejercicio del pensar teórico. No dejo de sentir admiración por la rigurosidad de su trabajo como pensador. Más allá de esta consideración sobre mi idea de Marx; hago énfasis en el ejercicio del pensar teórico, situándolo, no en consideraciones jerárquicas que tienden a medirlo por su posición de prioridad o subordinación frente a la militancia, sino en el plano de igualdad que lo legitima al mismo nivel que cualquier otra manifestación del movimiento de la voluntad. El pensar teórico es algo que se mueve, como otras manifestaciones, desde el afecto y el interés. 

Ajustando las cuentas, he preferido usar la forma “pensar teórico” para referirme a un tipo particular de ejercicio del pensar; sin restringir el pensar en general a esta manifestación singular. En cuanto a la teoría, puedo entenderla de dos maneras, o bien como modelos que describen y explican cómo es el mundo o bien como herramientas que sirven para tratar de comprender el mundo y su funcionamiento; cualquiera de los dos casos, es un ejercicio riguroso y especializado del pensar, para el cual no estoy facultado. De este modo, no tengo pretensión alguna, y claramente no estoy preparado para ello, de pensar teóricamente. Mi condición es la misma de cuando era un niño que jugaba con una pelota de letras; y así como algunos de mis amigos de infancia, quienes gustaban de jugar con piedritas a edificar castillitos, se formaron ingenieros para terminar haciendo básicamente lo mismo, yo terminé jugando con las letras movido por el mismo afecto de la infancia; realmente, nunca supe jugar a la pelota, pero me distraía con el movimiento de las letras. Mi afecto hacia el escribir es mi afecto hacia el pensar, en mi caso es sólo un juego; no soy ni escritor ni mucho menos pensador; soy solo un niño que juega; y los juegos, como los sueños, juegos son. 

Considero el ejercicio del pensar, y también el de jugar, como un afecto y un interés, tan legítimo como el afecto e interés que mueve cualquier otra afición de nuestras vidas cotidianas. En realidad no tengo pretensiones de transformar el mundo, aunque no con eso busco deslegitimar a quienes hacen esfuerzos ingentes por mejorarlo en conformidad con su particular sistema de creencias y de valores; de hecho, creo que soy un cuerpo que necesita garantizar las condiciones de reproducción material de mi existencia, pero que me resisto a solapar moralmente mi deseo espontáneo al derroche placentero, al ocio y al gasto improductivo no calculado. 

Considero que la única transformación posible, a mi alcance, es la de mí mismo, la cual no es otra que mi propia disolución egótica; y en esto me resulta imperiosa la tarea de dar y fluir con los otros, porque ahí no soy yo sino que permanezco siendo con otros, tal como pasa en esa manifestación del movimiento de la voluntad en masa, solo que sin esa fuerza direccionada de la masa; además eso que he llamado un gusto y una pasión, en algunos de mis casos, suelen ser angustias de fondo que me empujan a reflexionar permanentemente sobre estos asuntos y, especialmente, sobre la jerarquía de valores desde las que me muevo en la conservación de mi existencia y en los actos generales de consumición de otras existencias. 

Por esta razón mi única militancia posible está en mi propia escritura y en mi juego del pensar; y aun cuando me resuena la tesis de Marx, considero que es cuestión de simpatía asumirla como imperativa o simplemente proposicional y, en todo caso, tratar de limitarla al radio de mis posibilidades de acción.

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