UN DEMONIO LLAMADO CARIDAD
Me resultan tan miserables los que bajo el disfraz de la caridad buscan el favor de los dioses como aquellos que desde su avaricia persiguen y calculan el aumento de sus fortunas. Ambos casos son formas egoístas en las que se busca el beneplácito individual, sea que realmente lo tengan o no.
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Sea lo que sea la “justicia social”, es claro que en el mundo en que vivimos hay diferentes formas de miseria. Sin embargo, movilizarse desde el odio y el resentimiento, solo puede engendrar más resentimiento y división. Si el todo está en cada uno, entonces cada aspecto que nos agrada o nos desagrada de los otros está necesariamente dentro de nosotros mismos. Creo que las personas que han logrado generar cambios más de fondo, si es que lo han hecho, ha sido desde el amor y la comprensión, no desde una postura conformista y facilista de bienestar interior sino desde una claridad interior que los empuja a dar y trabajar por los otros. La crítica social desde el odio malsano beneficia tan poco a la humanidad como el egoísmo pacifista de quienes se aíslan en ese beneplácito espiritual que suele expiar sus culpas con algo de caridad.
Por mi parte no me considero humanista, mucho menos altruista, pero tampoco anti-humanista; simplemente no ambiciono a grandes ideales solapados en pretensiones de Verdad, por eso mi renuencia a ser parte en militancias contingentes que emergen en la vida pública, sea de la tendencia que sea. Creo en el dar y en el fluir, mas nunca en la caridad; no creo en el “trabajar por los otros”, eso lo considero ingenuo y solapadamente arrogante; creo en la imperativa necesidad de trabajar con los otros, es decir, ser parte en, sin creer jamás ser, en modo alguno, imprescindible.
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