Verdad y Creencia





Qué es eso que llamamos verdad. Es recordada la escena en la que Pilatos le pregunta a Jesús ¿qué es la verdad? Quizá no sea así, en realidad es el gesto de un romano de la época en la que circulaban las filosofías estoica y epicúrea junto a la epojé del pirronismo. Es la pregunta de la filosofía greco-romana a la que Jesús respondería con un extraño “Yo-Soy”.

Qué sé yo lo que haya querido decir Jesús con eso; como diría el viejo catecismo, Doctores tiene la Madre Iglesia que os sepan responder. Lo que entendemos por verdad, y ya antes había dicho que es como un juego, suele entenderse, grosso modo, desde tres perspectivas: epistemológica, ética y ontológica.


El concepto de la verdad en la perspectiva epistemológica, a su vez, podría entenderse desde tres enfoques: adecuación o correspondencia, consistencia o coherencia y, finalmente, conveniencia o consenso.

El sentido de verdad como adecuación o correspondencia parece ser el más clásico; se trata de la adecuación del intelecto a las cosas, lo cual implica asumir ciertas posturas ontológicas, es decir, sobre el estatuto de lo real, y cierta postura psicológica, sobre el estatuto de “la mente” o “el intelecto” (las digo así sin hacer distinción). Supongamos que la mente se ha formado un concepto, aún no nos interesa examinar cómo ésta se ha formado allí, simplemente decimos que este concepto puede ser o verdadero o falsa cuando el se refiera a una “cosa” (res); ahora, si el concepto se corresponde efectivamente con la cosa, entonces decimos que es verdadero. 

Pero, qué quiere decir que un concepto se corresponde con la cosa. Hagamos una distinción ontológica entre el concepto y la cosa, es decir, que se trata de dos realidades que existen en planos diferenciables; así, el concepto existe en la mente y la cosa existe por fuera de la mente. El asunto es que eso que existe en la mente, el concepto, se corresponde con eso que está por fuera de la mente, la cosa. Aquí pueden ir entreviendo el gran problema que este planteo conlleva y que será largo tema para la filosofía, pero no entraré en eso ahora. Digamos, para simplificar un poco, I es idéntico a C. 

Que una cosa sea idéntica a otra podría querer decir que ambas se componen de elementos idénticos constituidos en la misma relación estructural. Imaginemos una figura simple, como un triángulo equilátero. Decimos que dos triángulos equiláteros son idénticos entre sí si ambos están constituidos por tres lados de igual longitud y dispuestos en la misma relación estructural, es decir, unidos por sus extremos formando vértices y ángulos internos de 60°; en este caso tenemos una identidad que podríamos llamar por analogía (“an-a-logoi”, de cierta manera hay una doble negación del logos).

Tomemos ahora el ejemplo de un objeto reflejado en un espejo, con algunos conocimientos básicos de Física sabemos que el ejemplo puede resultar engañoso, pero ahora no importa eso. El objeto es de cierta manera idéntico a la imagen reflejada en el espejo, es una identidad que podemos llamar icónica; igual que en el caso de una fotografía.

Ahora, pensemos de manera un poco más abstracta, podemos señalar otra forma de identificar dos realidades, ya no por analogía ni iconicidad, sino por una relación que podríamos denominar isomorfismo. Un concepto se refiere a un objeto, pero el concepto decimos que es verdadero si se corresponde con su objeto; pero la identidad entre ambos no es ni por analogía ni icónica, en los sentidos descritos; se trata de una identidad por isomorfismo. 

Hay que decir, sin embargo, que la conceptualización que hace la mente tiene una cierta trampa; pues crea el objeto y lo oculta detrás de la cosa y luego, eureka, lo halla justo ahí donde lo había puesto. 

Volviendo al supuesto de que tenemos dos realidades que existen en planos diferenciables; lo que se da en la mente sólo podría ser idéntico a lo que existe en el plano externo a ésta, por iconicidad o por isomorfismo mas no por analogía; pues los elementos que constituyen la mente serían de cierta manera diferentes a los de las cosas, si se acepta que se trata de dos planos o realidades diferenciables. Por iconicidad es como si la mente fuera un espejo en el que se refleja la cosa; por isomorfismo, la mente elabora conceptos de la cosa, para lo cual la concibe como objeto (más adelante se podrá distinguir el objeto de la cosa, pero ahora no entro en eso).

Es posible observar que los conceptos son en realidad construcciones hechas mediante el lenguaje; por lo que el isomorfismo sería entre el lenguaje y la realidad, con lo cual, no se trata tanto de una mente individual que concibe, sino de un lenguaje de naturaleza externa que se impone a los sujetos en diverso grado.

En sentido propio la verdad es un juego que pertenece al lenguaje; así, una intuición en sí no es ni verdadera ni falsa, simplemente tiene un cierto grado de realidad. Como ya ha sido dicho, el engaño o error no está en los sentidos, sino en el juicio que el entendimiento hace de los datos provistos por los sentidos. Pero es claro que el juicio es una expresión en el lenguaje y de ahí que la verdad es, en sentido propio, un predicado de una proposición. Así, decir de las cosas que son verdaderas, como cuando dicen esa persona es verdadera o el oro verdadero; es más bien un sentido extraño o metafórico. Ahora bien, quienes aluden a cierta forma griega para decir que la verdad es un des-ocultamiento, o un cierto deshacerse del influjo de la ingesta del Leteo, dicen cosas bellas y poéticas, y quizá no estén muy a favor de asumir la verdad como un predicado de una proposición. En efecto, el lenguaje no es solo un juego de proposiciones, y no son desdeñables otras posibilidades de cuanto puede hacerse con el lenguaje. No parece necesario asumir que haya algo así como una función esencial del lenguaje que lo determine a ser el vehículo de los hechos y que el sentido demande siempre un significado; pero de todo esto habrá oportunidad de meditarlo con más calma en otro momento. Se trata más bien, de acordar límites, para saber donde inicia un juego y empieza otro, con sus propias reglas y lógicas.



La verdad como correspondencia o adecuación encierra muchas complejidades, implica suposiciones ontológicas y psicológicas; e incluso, antropológicas.

En esta misma perspectiva epistemológica de la verdad, encontramos la verdad como coherencia o consistencia. Se trata simplemente de una relación estructural y lógica, ya no es necesario que una idea en la mente se corresponda con una cosa; sino que la idea, o un sistema de ideas, sea consistente en sí misma, obedezca a una misma estructura lógica, que respete sus propios supuestos y reglas, aun cuando no se refiera a ninguna cosa (res). El mejor ejemplo de esto es la matemática; es lo que también se puede llamar verdad formal; y quizá sea la única “verdad verdadera” aunque vacía.


La última opción que he presentado es la verdad por conveniencia o consenso. Se trata de un campo social en el que se asumen como verdaderas o válidas ciertas ideas porque el conjunto de las personas conviene en que esto sea así, aun cuando sea provisoriamente. El ejemplo podría ser la ciencia actual. En general, los científicos no pueden estar totalmente seguros de que sus conceptos se corresponden con las cosas; trabajan por cálculo de probabilidad y aproximación a su objeto de estudio; y asumen por consenso conceptos como verdades provisorias, hasta que una nueva investigación modifique el estado del conocimiento actual sobre las cosas. 

El consenso, en este caso, no se trata simplemente de una “opinión de las mayorías”; y no es, tampoco, como se pudiera llegar a pensar, un consenso por deliberación colectiva; no funciona tan así. No se organiza una asamblea para ver quiénes están de acuerdo con la teoría gravitacional de Newton y votan, no; es mucho más complejo. Dentro de un campo en el que hay también jerarquías, relaciones de poder desiguales e intereses en juego; la comunidad de científicos va asumiendo como válidas ciertas proposiciones y sistemas teóricos, sustentados en el estado actual del desarrollo de la investigación científica. Así que la verdad consensuada tiene un carácter siempre provisorio y nunca absoluto, aun cuando algunos, ingenuamente creen que una demostración por la ciencia conlleva una verdad indiscutible.

Más allá de la ciencia; las sociedades también funcionan por verdades consensuadas, aun cuando no se trata de cuestiones científicas, sino de verdades que están en el corazón y en el funcionamiento de las sociedades y sus culturas. En este caso, tampoco decimos que se trate de consensos deliberados. No es muy plausible que haya habido en la historia de la humanidad, como algunos pudieran creer, una especie de momento fundacional, trasvasado luego en las mitologías, donde los hombres deliberaron y crearon sus principales instituciones sociales, culturales o políticas, y asumieron desde entonces algunas verdades adheridas por las costumbres. En realidad, son procesos mucho más complejos que eso; y los contractualistas modernos no lo han desconocido. En la cotidianidad asumimos muchas verdades, incluso inconscientemente, de cierta forma consensuadas implícitamente, porque nos son necesarias para vivir en la sociedad y en el mundo en general.


La verdad en las perspectivas de la ética y de la ontología son otras formas diferentes de hablar de la verdad. Pero sobre éstas podremos ahondar en otra oportunidad con más detalle.

Por ahora me interesa solamente señalar que tenemos una cierta disposición hacia la verdad. Esta disposición es la que llamo creencia y que distingo de la confianza. La creencia es la disposición del intelecto a asumir una idea o concepto como verdadero. Por ejemplo, puedo creer que 1+1=10 o 1+1=2 o 12+13= 1 son proposiciones verdaderas, pues en cada juego en el que se construyen, se dan por supuestas ciertas reglas lógicas que permiten asumir su veracidad. En este caso, se trata de verdades por coherencia y tengo mayor disposición a creerla por tratarse de juegos formales.

Las ideas, conceptos o proposiciones que salen del campo formal, como he tratado de mostrar antes, se vuelven más difíciles de creer; pues se comprometen con decir algo de la realidad y no pueden más que hablar dentro del lenguaje y en referencia al lenguaje mismo, con lo cual, la realidad se les escapa una y otra vez. Ahora bien, en la vida práctica las verdades formales parecen sernos menos útiles que las verdades factuales, es decir, aquellas que nos dicen algo sobre los hechos o sobre las cosas; es por eso que he preferido hablar de creencia y abandonar el plano de la certeza. En la vida práctica, y esto no es más que lo que ya han dicho consecuentemente muchos, nos movemos por creencias e intuiciones. En concordancia, nuestras únicas certezas son relaciones formales y vacías; como que en un cierto juego, es totalmente cierto que los ángulos internos de un triángulo suman dos rectos, pero en otros juegos geométricos ya la suma de los ángulos internos del triángulo no equivalga a los dos rectos. 


La creencia entonces, es la disposición a asumir como verdadera una idea o concepto, aunque sea provisoriamente, por razones prácticas y de supervivencia. Si tuviéramos que esperar a que el intelecto descubra verdades sobre la realidad y sobre la naturaleza da las cosas para poder actuar en conformidad y coherencia con ellas, la vida misma sería imposible. En este mismo sentido, es igualmente pretensioso y arrogante, o más bien ingenuo, intentar justificar el abandono o rechazo de una idea por no ser demostrable como verdadera, pues en tal caso habríamos de abandonar la mayor parte de las ideas y conceptos con los que vivimos social y culturalmente.


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