Mi relación hacia el campo filosófico
Todo mi saber no es otra cosa que un creer saber. Cualquier afirmación que plantee, me lleva necesariamente a una discusión sobre los términos y las relaciones entre los términos; más aún, al hecho mismo de la proposición.
Si digo que "sé A"; entro en el problema de tratar de explicar que digo saber en cierto sentido, que no siempre digo que sé de algo en un mismo sentido. Supongamos que digo que "sé de A" porque puedo hablar sobre A; y puedo hablar sobre A porque he tenido algún tipo de relación hacia A que me permite una aprehensión de A. Sin embargo, muchas veces he hablado de cualquier asunto A o B, incluso creyendo saber algo de lo que digo, y luego, a nuevas luces, percatarme que cuanto creía saber no era más que sombras.
Soy consciente de que la forma como escribo ahora y que incluso muchas expresiones que apropio en el lenguaje, no llegan a ser una genialidad mía. No es necesario que alguno se desgaste advirtiéndome mis propios plagios. La originalidad es más un asunto de los artistas, pero quizá hay otros campos cuyo sentido es abocarse a los problemas, a las cuestiones que el pensamiento le plantea, donde las construcciones proceden de las precedentes, de lo que otros han dejado y que es reapropiado y modificado. Escribir y pensar es siempre un acto en el que se es precedido por múltiples instancias del pensar; ya sea en el modo o en el objeto.
En este punto, digo, me he interesado más por el modo que por los hallazgos en sí. Si bien considero que es el modo de conocer lo que produce una hallazgo, con lo cual no se entiende este sin aquel, justamente todo hallazgo es un asunto, a mi parecer, secundario; se vuelve un indicador de la potencia del modo de conocer. Así, por los frutos conozco la efectividad y alcance del método, pero se ve que las tesis sólo aparecen por un interés subordinado. Así que más que haberme apropiado de tesis he tenido más afinidad a ensayar o indagar por los modos como se hace el conocimiento o el pensamiento.
Por razones que los psicoanalistas pretenderían explicar mejor, lo cual escapa a mi propio interés, tengo una disposición hacia el escepticismo. Quizá por mi propia inseguridad, me veo la mayor parte del tiempo tentado a dudar incluso de mis propias conclusiones; y que todo cuanto en algún momento tengo como asunto medianamente comprendido, diferentes circunstancias me llevan a replantearlo; de ahí también mi preferencia a escribir, pues la escritura me permita volver sobre mis razonamientos más que el hablar suelto donde la precariedad de mi memoria corre el riesgo de olvidar el camino por donde he llegado. Pero con esto no pretendo inscribirme en tradición alguna, tan solo señalar cierta disposición. La duda, metódica o no, no la considero propiedad exclusiva de nadie, llámese cartesiano o agustiniano; ni que para apelar a la epojé tenga que hacer referencias al pirronismo ni a Sexto Empírico. NO es de mi interés rendir culto a ningún pensador, ni postrarme ante ninguna "filosofía". Tampoco es mi interés apelar a una falsa modestia, como quienes se apropian de una "retórica socrática" sin dar muestras de haber pasado en su propia experiencia por el hallazgo de la propia ignorancia o al menos de las limitaciones del pensamiento propio.
En algunos casos, puedo decir, que tuve más interés en adentrarme en el mar del pensamiento ajeno, en otros, simplemente he sido movido por una curiosidad o porque simplemente llegó a mi por la causa que fuera. Así, mi mayor o menor comprensión de un asunto cualquiera, tiene que ver más con el tiempo y el grado de rigor que, movido por mi interés, he dedicado a rumiar en los textos. En este punto, puedo manifestar que hay muchos autores, tenidos por importantes o de moda, por los que no he sentido interés alguno y otros más por los que no he dispuesto del tiempo, quizá justamente porque otros intereses han ocupado mayormente mis esfuerzos. En cuanto a los que han cautivado mi interés, confieso no poder decir mayor cosa, pues ciertamente hay gentes mucho más rigurosas y quienes habiendo dedicado mejor tiempo están mejor facultados que yo para decir u opinar sobre ellos. De ahí que cualquier alusión que haga a pensador alguno, no ha de tomarse más que como un punto de referencia de mi propia circulación y nunca como un saber erudito o especializado, lo cual no solo escapa a mis pretensiones sino a mis posibilidades.
En cuanto a que son puntos de referencia, tengo que señalar que en varias oportunidades me he sido renuente a los argumentos de autoridad; así que no es de mi interés aducir la autoría de nadie para soportar mis ideas. De hecho, mis propias nociones pueden estar mal, pueden ser inconsistentes; puede incluso que se parezcan a lo que alguien haya dicho; pero no pretendo ser "original", tan solo un ejercicio de pensar aunque piense mal. Puedo dudar sin ser cartesiano, y puedo experimentar por mí mismo los límites de mis posibilidades de conocer algo sin saber de Sócrates o de Kant; de quienes, por cierto, no sé mucho.
No creo que pueda pensar "por mi mismo", sea lo que sea que signifique ese "mi mismo", sin recurrir al lenguaje. En le lenguaje circulan términos, que siempre están cargados por el peso de la tradición. Es difícil ser genuinamente moderno, si por moderno entiendo una ruptura total con el peso de cualquier tradición. Pero se es moderno, no obstante, porque se desarraigan los términos y se los pone en una nueva configuración, su sentido se actualiza en un nuevo uso. Así, no se asume un compromiso con las tradiciones. No se es moderno citando a Kant, ni a ningún moderno, ni siquiera a la ciencia; pero tampoco pretendo ser moderno. En realidad, adjuntarme o inscribirme en algo, llámese tradición, escuela, ideología o sistema de creencias, no deja de parecerme una pura futilidad. La tradición está allí para ser saqueada no idolatrada.
Por qué entonces aludir a la ciencia o a las filosofías o a sus filósofos. En realidad es más por un ejercicio de abrirse a la crítica. Si yo por ejemplo sostuviera una tesis X sobre el pensamiento de un autor cualquiera, me expongo a que venga otro, que se ha dedicado con mejor rigor a escrutar el pensamiento de ese autor, y me señale que cuanto digo es equivocado, que opero una distorsión del "genuino" pensamiento del autor; que en realidad desconozco los alcances y pretensiones de su filosofía. A lo cual yo responderé que no es mi interés el pensamiento ni las ideas de nadie más que por cuanto sirven a construir mi propio pensamiento; así, si todo cuanto digo sibre uno u otro está completamente errado, no obstante, es completamente acertado por cuanto sirve a mi pensar. Esta es mi forma de saquear el pensamiento ajeno al servicio del propio y no al servicio del ajeno; allá cada cual que defienda lo suyo, y a muchos no les falta quien se ofrezca de custodio. Las universidades están llenas de fieles custodios del pensamiento ajeno. Sin embargo, toda precisión y corrección me será también de provecho; así veré lo que antes no había visto y juzgaré más fácilmente si ha dejado de servirme. Puedo así aludir a cosas en las que creo, aunque sean creencias provisorias, y ser honesto declarando que tan genial idea no se ha engendrado en mi de la nada, sino que me ha venido, no sé muy bien cómo, mientras posaba mis ojos sobre los textos de algún pensador cualquiera o sencillamente sobre lo que se me aparece en el mundo.
La ciencia, por su parte, se distancia de la necesidad de apelar a otros tribunales distintos a los de la demostración matemática o empírica. Pese a que en la ciencia circulan los nombres de los científicos, no se alude a ellos para soportar un argumento en la autoridad de Newton, Pasteur, Einstein, Dirac o el que fuera; pues la ciencia es opuesta a la escolástica de "Magister dixit". De hecho, la ciencia no se yergue ejerciendo culto al pensamiento de nadie, se puede sentir admiración e inspiración; pero la ciencia procede con cierta actitud de crítica a lo que sea que se postule. Una tesis se hace más fuerte, no por el número de sus seguidores y aduladores, sino por la cantidad de veces que ha sido puesta a prueba y seguido en pie. Es una suerte de guerra interna lo que fortalece a la ciencia y no el amor, la complacencia o la adulación. De ahí se sigue que todo intento por argumentar apelando a la autoridad de la ciencia, es un puro ejercicio retórico y no-científico; es decir, es puro cientificismo.
Ahora bien, cuál es mi relación allí. La pregunta por dónde estoy. Si entiendo que científico es el que hace ciencia y filósofo el que filosofa, entonces no soy ni una cosa ni otra. No me dedica a hacer ciencia, pues es diferente leer ciencia (o "ciencia ficción") que hacer ciencia; del mismo modo, no es lo mismo "leer" filosofía que hacer filosofía. Entonces puedo decir que soy un lector. Pero esto tampoco es cierto, porque realmente no sé cuándo estoy leyendo y cuándo sólo estoy posando mis ojos sobre las grafías de un texto, repitiendo en mi mente los ecos de los fonemas que allí se despliegan y figurándome en mi entendimiento sentidos posibles de lo que el texto pretende decir. Para decir con franqueza, este último es el caso más frecuente cuando me aventuro en los textos de los filósofos. Así que decir que soy lector de filosofía sería ingenuo; pero lo mismo podría decir de cuando leo sobre lo que hacen los científicos.
Qué es entonces lo que hacen los filósofos. Mi respuesta más franca sería un "no lo sé"; pero he tratado de observar el campo y lograr mi propia versión de lo que allí se hace. En este momento, cualquiera podría objetarme por ciertos usos que hago de términos como campo; no entro ahora a explicar cómo pretendo usarlos y de dónde los he re-apropiado, es decir, robado y deformado a mi conveniencia. Para darme a entender, haré una distinción, puramente clasificatoria, analítica y obviamente artificial y problemática, entre filósofos y estudiosos de la filosofía; dentro de esta última distingo entre quienes lo hacen de un modo profesional y quienes son simples aficionados profesionales
En cuanto a la matemática, creo que sé sumar y restar, con algunos números reales; pero otros me resultan francamente complejos. Creo comprender algunas de las demostraciones de la geometría euclidiana, y realmente me parece maravilloso todo cuanto se puede o se impide con la sola presencia o ausencia del postulado quinto. Convengo en que este postulado no me es tan evidente; con lo cual me es fácil asentir a ciertas posibilidades "gaussianas", "postgaussianas" o riemanniana. Del mismo modo, puedo decir que me atraen las posibilidades desplegadas por la topología, pero declaro abiertamente que mi formación matemáticas es demasiado precaria como para asumirme en estas aventuras. De física, declaro tener conocimientos muy incipientes mientras que de la química confieso no saber nada por mi nula formación en este campo. En cuanto a las llamadas ciencias sociales, en donde he procurado incursionar a tientas, confieso que en mucho me he resistido a tratarlas como ciencia, pero no es mi asunto limitar las fronteras de los campos y sus condiciones de posibilidad. De historia, confieso no saber nada; algunos llaman historia a un cúmulo de datos (o "hechos") desplegados cronológicamente, de cuyas formas de obtención no dan mayor cuenta; esta es la historia que se suele enseñar en nuestras escuelas, donde cualquier escolar puede memorizar listas y sucesiones de reyes, períodos y personajes de grandes dinastías y civilizaciones, acontecimientos convertidos en hitos de la propia historia; pero cualquiera que dé un vistazo al oficio de los historiadores no tardará en percatarse que toda esa enseñanza escolar no lo faculta para saber o hablar de historia; y tal como ha si mi propio caso no puedo otra cosa sino manifestar mi propia ignorancia en el tema.
No diré mucho de otros campos, en los que por momentos mi espíritu hubiera podido aventurarse; pero, no nos digamos mentiras, "uno no es un artista", ni literato, ni nada que se le parezca. En cuanto a creer ser escritor porque escribo, diría que un escritor debe ser un poco más consciente de muchas cuestiones de gramática, sintaxis, o como sea que se llamen todas las formas relativas a la estar formado para la escritura, que lo que mi precaria consciencia de ello pueda serlo, pues ciertamente mi formación precaria lingüística o semiológica es una de-formación más que una formación, y confieso no saber mucho del asunto. Entonces, qué puedo ser; ciertamente, no lo sé (digo ser en cuanto a un campo no en cuanto a mi existencia, el problema cartesiano no es el mio). Pero sea lo que sea, trato de disfrutar de lo que hago, cuando lo hago; y ese es el principal criterio que sigo, cuando se puede hacer lo que se disfruta por el solo hecho de hacerlo, aunque no se haga para nada más.
Volviendo al problema de creer saber cuando manifiesto saber A o pretender hablar de A o de lo que sea; digo que hay allí una cierta relación. La pregunta es por la posibilidad, la forma y las condiciones de esta relación. En realidad todo saber es este tipo de relación en el que se produce una idea sobre lo que llego a creer que es A. Hay varios caminos para tratar de establecer las condiciones de verdad de mi idea de A; sin embargo, puedo encontrar dos grandes modos, por decir así, uno es la interpretación y otro lo que llamo modo matemático.
Soy consciente de que la forma como escribo ahora y que incluso muchas expresiones que apropio en el lenguaje, no llegan a ser una genialidad mía. No es necesario que alguno se desgaste advirtiéndome mis propios plagios. La originalidad es más un asunto de los artistas, pero quizá hay otros campos cuyo sentido es abocarse a los problemas, a las cuestiones que el pensamiento le plantea, donde las construcciones proceden de las precedentes, de lo que otros han dejado y que es reapropiado y modificado. Escribir y pensar es siempre un acto en el que se es precedido por múltiples instancias del pensar; ya sea en el modo o en el objeto.
En este punto, digo, me he interesado más por el modo que por los hallazgos en sí. Si bien considero que es el modo de conocer lo que produce una hallazgo, con lo cual no se entiende este sin aquel, justamente todo hallazgo es un asunto, a mi parecer, secundario; se vuelve un indicador de la potencia del modo de conocer. Así, por los frutos conozco la efectividad y alcance del método, pero se ve que las tesis sólo aparecen por un interés subordinado. Así que más que haberme apropiado de tesis he tenido más afinidad a ensayar o indagar por los modos como se hace el conocimiento o el pensamiento.
Por razones que los psicoanalistas pretenderían explicar mejor, lo cual escapa a mi propio interés, tengo una disposición hacia el escepticismo. Quizá por mi propia inseguridad, me veo la mayor parte del tiempo tentado a dudar incluso de mis propias conclusiones; y que todo cuanto en algún momento tengo como asunto medianamente comprendido, diferentes circunstancias me llevan a replantearlo; de ahí también mi preferencia a escribir, pues la escritura me permita volver sobre mis razonamientos más que el hablar suelto donde la precariedad de mi memoria corre el riesgo de olvidar el camino por donde he llegado. Pero con esto no pretendo inscribirme en tradición alguna, tan solo señalar cierta disposición. La duda, metódica o no, no la considero propiedad exclusiva de nadie, llámese cartesiano o agustiniano; ni que para apelar a la epojé tenga que hacer referencias al pirronismo ni a Sexto Empírico. NO es de mi interés rendir culto a ningún pensador, ni postrarme ante ninguna "filosofía". Tampoco es mi interés apelar a una falsa modestia, como quienes se apropian de una "retórica socrática" sin dar muestras de haber pasado en su propia experiencia por el hallazgo de la propia ignorancia o al menos de las limitaciones del pensamiento propio.
En algunos casos, puedo decir, que tuve más interés en adentrarme en el mar del pensamiento ajeno, en otros, simplemente he sido movido por una curiosidad o porque simplemente llegó a mi por la causa que fuera. Así, mi mayor o menor comprensión de un asunto cualquiera, tiene que ver más con el tiempo y el grado de rigor que, movido por mi interés, he dedicado a rumiar en los textos. En este punto, puedo manifestar que hay muchos autores, tenidos por importantes o de moda, por los que no he sentido interés alguno y otros más por los que no he dispuesto del tiempo, quizá justamente porque otros intereses han ocupado mayormente mis esfuerzos. En cuanto a los que han cautivado mi interés, confieso no poder decir mayor cosa, pues ciertamente hay gentes mucho más rigurosas y quienes habiendo dedicado mejor tiempo están mejor facultados que yo para decir u opinar sobre ellos. De ahí que cualquier alusión que haga a pensador alguno, no ha de tomarse más que como un punto de referencia de mi propia circulación y nunca como un saber erudito o especializado, lo cual no solo escapa a mis pretensiones sino a mis posibilidades.
En cuanto a que son puntos de referencia, tengo que señalar que en varias oportunidades me he sido renuente a los argumentos de autoridad; así que no es de mi interés aducir la autoría de nadie para soportar mis ideas. De hecho, mis propias nociones pueden estar mal, pueden ser inconsistentes; puede incluso que se parezcan a lo que alguien haya dicho; pero no pretendo ser "original", tan solo un ejercicio de pensar aunque piense mal. Puedo dudar sin ser cartesiano, y puedo experimentar por mí mismo los límites de mis posibilidades de conocer algo sin saber de Sócrates o de Kant; de quienes, por cierto, no sé mucho.
No creo que pueda pensar "por mi mismo", sea lo que sea que signifique ese "mi mismo", sin recurrir al lenguaje. En le lenguaje circulan términos, que siempre están cargados por el peso de la tradición. Es difícil ser genuinamente moderno, si por moderno entiendo una ruptura total con el peso de cualquier tradición. Pero se es moderno, no obstante, porque se desarraigan los términos y se los pone en una nueva configuración, su sentido se actualiza en un nuevo uso. Así, no se asume un compromiso con las tradiciones. No se es moderno citando a Kant, ni a ningún moderno, ni siquiera a la ciencia; pero tampoco pretendo ser moderno. En realidad, adjuntarme o inscribirme en algo, llámese tradición, escuela, ideología o sistema de creencias, no deja de parecerme una pura futilidad. La tradición está allí para ser saqueada no idolatrada.
Por qué entonces aludir a la ciencia o a las filosofías o a sus filósofos. En realidad es más por un ejercicio de abrirse a la crítica. Si yo por ejemplo sostuviera una tesis X sobre el pensamiento de un autor cualquiera, me expongo a que venga otro, que se ha dedicado con mejor rigor a escrutar el pensamiento de ese autor, y me señale que cuanto digo es equivocado, que opero una distorsión del "genuino" pensamiento del autor; que en realidad desconozco los alcances y pretensiones de su filosofía. A lo cual yo responderé que no es mi interés el pensamiento ni las ideas de nadie más que por cuanto sirven a construir mi propio pensamiento; así, si todo cuanto digo sibre uno u otro está completamente errado, no obstante, es completamente acertado por cuanto sirve a mi pensar. Esta es mi forma de saquear el pensamiento ajeno al servicio del propio y no al servicio del ajeno; allá cada cual que defienda lo suyo, y a muchos no les falta quien se ofrezca de custodio. Las universidades están llenas de fieles custodios del pensamiento ajeno. Sin embargo, toda precisión y corrección me será también de provecho; así veré lo que antes no había visto y juzgaré más fácilmente si ha dejado de servirme. Puedo así aludir a cosas en las que creo, aunque sean creencias provisorias, y ser honesto declarando que tan genial idea no se ha engendrado en mi de la nada, sino que me ha venido, no sé muy bien cómo, mientras posaba mis ojos sobre los textos de algún pensador cualquiera o sencillamente sobre lo que se me aparece en el mundo.
La ciencia, por su parte, se distancia de la necesidad de apelar a otros tribunales distintos a los de la demostración matemática o empírica. Pese a que en la ciencia circulan los nombres de los científicos, no se alude a ellos para soportar un argumento en la autoridad de Newton, Pasteur, Einstein, Dirac o el que fuera; pues la ciencia es opuesta a la escolástica de "Magister dixit". De hecho, la ciencia no se yergue ejerciendo culto al pensamiento de nadie, se puede sentir admiración e inspiración; pero la ciencia procede con cierta actitud de crítica a lo que sea que se postule. Una tesis se hace más fuerte, no por el número de sus seguidores y aduladores, sino por la cantidad de veces que ha sido puesta a prueba y seguido en pie. Es una suerte de guerra interna lo que fortalece a la ciencia y no el amor, la complacencia o la adulación. De ahí se sigue que todo intento por argumentar apelando a la autoridad de la ciencia, es un puro ejercicio retórico y no-científico; es decir, es puro cientificismo.
Ahora bien, cuál es mi relación allí. La pregunta por dónde estoy. Si entiendo que científico es el que hace ciencia y filósofo el que filosofa, entonces no soy ni una cosa ni otra. No me dedica a hacer ciencia, pues es diferente leer ciencia (o "ciencia ficción") que hacer ciencia; del mismo modo, no es lo mismo "leer" filosofía que hacer filosofía. Entonces puedo decir que soy un lector. Pero esto tampoco es cierto, porque realmente no sé cuándo estoy leyendo y cuándo sólo estoy posando mis ojos sobre las grafías de un texto, repitiendo en mi mente los ecos de los fonemas que allí se despliegan y figurándome en mi entendimiento sentidos posibles de lo que el texto pretende decir. Para decir con franqueza, este último es el caso más frecuente cuando me aventuro en los textos de los filósofos. Así que decir que soy lector de filosofía sería ingenuo; pero lo mismo podría decir de cuando leo sobre lo que hacen los científicos.
Qué es entonces lo que hacen los filósofos. Mi respuesta más franca sería un "no lo sé"; pero he tratado de observar el campo y lograr mi propia versión de lo que allí se hace. En este momento, cualquiera podría objetarme por ciertos usos que hago de términos como campo; no entro ahora a explicar cómo pretendo usarlos y de dónde los he re-apropiado, es decir, robado y deformado a mi conveniencia. Para darme a entender, haré una distinción, puramente clasificatoria, analítica y obviamente artificial y problemática, entre filósofos y estudiosos de la filosofía; dentro de esta última distingo entre quienes lo hacen de un modo profesional y quienes son simples aficionados profesionales
En cuanto a la matemática, creo que sé sumar y restar, con algunos números reales; pero otros me resultan francamente complejos. Creo comprender algunas de las demostraciones de la geometría euclidiana, y realmente me parece maravilloso todo cuanto se puede o se impide con la sola presencia o ausencia del postulado quinto. Convengo en que este postulado no me es tan evidente; con lo cual me es fácil asentir a ciertas posibilidades "gaussianas", "postgaussianas" o riemanniana. Del mismo modo, puedo decir que me atraen las posibilidades desplegadas por la topología, pero declaro abiertamente que mi formación matemáticas es demasiado precaria como para asumirme en estas aventuras. De física, declaro tener conocimientos muy incipientes mientras que de la química confieso no saber nada por mi nula formación en este campo. En cuanto a las llamadas ciencias sociales, en donde he procurado incursionar a tientas, confieso que en mucho me he resistido a tratarlas como ciencia, pero no es mi asunto limitar las fronteras de los campos y sus condiciones de posibilidad. De historia, confieso no saber nada; algunos llaman historia a un cúmulo de datos (o "hechos") desplegados cronológicamente, de cuyas formas de obtención no dan mayor cuenta; esta es la historia que se suele enseñar en nuestras escuelas, donde cualquier escolar puede memorizar listas y sucesiones de reyes, períodos y personajes de grandes dinastías y civilizaciones, acontecimientos convertidos en hitos de la propia historia; pero cualquiera que dé un vistazo al oficio de los historiadores no tardará en percatarse que toda esa enseñanza escolar no lo faculta para saber o hablar de historia; y tal como ha si mi propio caso no puedo otra cosa sino manifestar mi propia ignorancia en el tema.
No diré mucho de otros campos, en los que por momentos mi espíritu hubiera podido aventurarse; pero, no nos digamos mentiras, "uno no es un artista", ni literato, ni nada que se le parezca. En cuanto a creer ser escritor porque escribo, diría que un escritor debe ser un poco más consciente de muchas cuestiones de gramática, sintaxis, o como sea que se llamen todas las formas relativas a la estar formado para la escritura, que lo que mi precaria consciencia de ello pueda serlo, pues ciertamente mi formación precaria lingüística o semiológica es una de-formación más que una formación, y confieso no saber mucho del asunto. Entonces, qué puedo ser; ciertamente, no lo sé (digo ser en cuanto a un campo no en cuanto a mi existencia, el problema cartesiano no es el mio). Pero sea lo que sea, trato de disfrutar de lo que hago, cuando lo hago; y ese es el principal criterio que sigo, cuando se puede hacer lo que se disfruta por el solo hecho de hacerlo, aunque no se haga para nada más.
Volviendo al problema de creer saber cuando manifiesto saber A o pretender hablar de A o de lo que sea; digo que hay allí una cierta relación. La pregunta es por la posibilidad, la forma y las condiciones de esta relación. En realidad todo saber es este tipo de relación en el que se produce una idea sobre lo que llego a creer que es A. Hay varios caminos para tratar de establecer las condiciones de verdad de mi idea de A; sin embargo, puedo encontrar dos grandes modos, por decir así, uno es la interpretación y otro lo que llamo modo matemático.
La matemática es un juego con reglas bien definidas, los movimientos posibles se siguen de las lógicas derivadas de la naturaleza de sus propios elementos componentes del juego. La interpretación, por su parte, es un juego de mediaciones dadas a través de relaciones entre elementos aprehensores y aprehendidos. En el primer juego, los acentos pueden ponerse en las reglas, en los movimientos o en los elementos; para el segundo juego, el acento puede estar en la medicación, a la que subyacen lógicas propias, o en los elementos.
Ambos juegos incluyen diversidad de jugadas, pero a mi modo de ver, en estos dos se comprende todos los juegos del conocimiento. Para ambos casos, mostraré luego, el saber es un creer saber, en mayor o menor medida, como si se tratase de quien está en un ensueño y por momentos le asalta la idea de que todo cuanto es no es más que un sueño.
A esta altura de lo dicho, puedo permitirme un exabrupto, y hablar con ligereza de la obra de cierto autor de la cual es imposible tomar a la ligera. Pero como no es mi asunto rendir tributo a los cadáveres, como guaquero procedo a saquear la tumba de los vivos, y quien quiera desde su erudición criticarme, tenga a bien hacerlo esperando no me diga lo que ya sé, que todo cuanto digo está distorsionado y que nada de tal pensador he comprendido. Con lo cual, digo de paso, a quien pretenda acercarse a cualquier autor por mi medio, tenga la bondad de dirigirse a la obra y a fuentes confiables; pues en todo cuanto yo diga no hallará más que el ajuste a mis conveniencias, con lo cual si parece que hago decir a otro cuanto no dijo, que no parezca pues desde siempre lo asumo.
Siempre he recordado una anécdota en que se decía que cuando Kant escuchó hablar a l Señor Fichte sobre la filosofía kantiana, el mismo autor declaro que todo ello era de Fichte y que él nada tenía cuenta allí. A veces, cuando leo artículos o escucho ponentes en coloquios, quienes ciertamente ponen empeño en sus investigaciones y pesquisas; y aún más, cuando veo los textos de escolares; viene a mi pensamiento esta anécdota generalizada sobre lo que pudiera decir, si volviera a la vida para verlo, un autor cualquiera sobre lo que se le adjudica. Pero, a pesar de todo el empeño, esto es ciertamente inevitable, la hermenéutica más rigurosa siempre tiene acentos, matices y puntos de fuga. Al parecer, tal situación del modo de comunicación del pensar era lo que persuadía a Platón a escribir en cierto modo inconcluso, indirecto y dialogado. El conjunto legado de su obra suele clasificarse en periodos y se han hecho ingentes esfuerzos por demarcar las partes espúreas; y aún así, en el despliegue de sus personajes, que toman mayor o menor peso en sus intervenciones, e incluso en las llamadas obras de vejez, donde se pierde el hiato y se asumen largas exposiciones doctrinarias, resulta polémico establecer algo que unívocamente pueda llamarse "filosofía platónica". Leer un diálogo como el Parménides puede resultar una aventura interesante; pero al posarse sobre otro diálogo como el Fedro, aun cuando pueda sospecharse de aspectos que se encuentran, se ve un modo distinto, un enfoque que parece inconmensurable; y esto hablando solo de dos y sin realmente hablar. Platón está en uno y en otro, pero entre ambos ya él desaparece, pues no existe ya, no hay una síntesis que diga es esto o esto otro su autentico punto; quizá no hay nunca un "auténtico punto". La filosofía se vuelve una aventura del espíritu, un problema que anima al intelecto. Pero la filosofía tiene que matarse, tiene que reducirse a esquemas, a mapas sintéticos que permitan almacenarla en paquetes de información contenidos en los ordenadores que producen las escuelas modernas. La filosofía que se enseña en las escuelas es la muerte de la filosofía.
En una escuela, un chico sale con paquetes artificiales y distorsionados, que se refuerzan en los textos escolares y que se conservan incluso en las universidades; la filosofía que se enseña está evidentemente muerta. Y no se trata de ponerle pompos y adornarle con artificiosos ingenios de colores para hacer pasar por vivo lo que yace muerto; se trata de entender que allí no hay otra cosas sino pensamiento muerto. Pero si alguien entonces pretendiera llevar a los textos, la imperante lógica del currículo educativo hará ingenua toda pretensión. El solo hecho de imponer y presentar como fundamental algo que por su naturaleza solo puede nacer del deseo e interés en una búsqueda sentida del espíritu, es tanto como obligar a un niño a querer un cadáver putrefacto en un madero, que por su propio aspecto solo puede generar repulsión asustar a un niño.
Pero dejando de lado a las escuelas con sus occisos; digo que me permito sospechar de todo cuanto aparezca bajo un rótulo unificador como "filosofía platónica" o "aristotélica", "estoica", etc. Del mismo modo, puede que una mayor proximidad y un declarado esfuerzo de sistematicidad permitan hablar de "cartesianismo", "leibnizianismo", "espinozismo", "kantismo", etc.; pero aún así se suelen enmarcar en categorías simplificadas en las que se terminan identificando asuntos de índole diferente y diferenciando problemáticas de naturaleza continua; como cuando se habla de racionalistas, empiristas, idealistas, materialistas, realistas, etc. Pese a todo lo cual, en las ligerezas del hablar, a veces tenga uno que servirse de esos comodines, es necesario dejar la sospecha sobre la conveniencia y modo de armado de tales paquetes.
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A esta altura de lo dicho, puedo permitirme un exabrupto, y hablar con ligereza de la obra de cierto autor de la cual es imposible tomar a la ligera. Pero como no es mi asunto rendir tributo a los cadáveres, como guaquero procedo a saquear la tumba de los vivos, y quien quiera desde su erudición criticarme, tenga a bien hacerlo esperando no me diga lo que ya sé, que todo cuanto digo está distorsionado y que nada de tal pensador he comprendido. Con lo cual, digo de paso, a quien pretenda acercarse a cualquier autor por mi medio, tenga la bondad de dirigirse a la obra y a fuentes confiables; pues en todo cuanto yo diga no hallará más que el ajuste a mis conveniencias, con lo cual si parece que hago decir a otro cuanto no dijo, que no parezca pues desde siempre lo asumo.
Siempre he recordado una anécdota en que se decía que cuando Kant escuchó hablar a l Señor Fichte sobre la filosofía kantiana, el mismo autor declaro que todo ello era de Fichte y que él nada tenía cuenta allí. A veces, cuando leo artículos o escucho ponentes en coloquios, quienes ciertamente ponen empeño en sus investigaciones y pesquisas; y aún más, cuando veo los textos de escolares; viene a mi pensamiento esta anécdota generalizada sobre lo que pudiera decir, si volviera a la vida para verlo, un autor cualquiera sobre lo que se le adjudica. Pero, a pesar de todo el empeño, esto es ciertamente inevitable, la hermenéutica más rigurosa siempre tiene acentos, matices y puntos de fuga. Al parecer, tal situación del modo de comunicación del pensar era lo que persuadía a Platón a escribir en cierto modo inconcluso, indirecto y dialogado. El conjunto legado de su obra suele clasificarse en periodos y se han hecho ingentes esfuerzos por demarcar las partes espúreas; y aún así, en el despliegue de sus personajes, que toman mayor o menor peso en sus intervenciones, e incluso en las llamadas obras de vejez, donde se pierde el hiato y se asumen largas exposiciones doctrinarias, resulta polémico establecer algo que unívocamente pueda llamarse "filosofía platónica". Leer un diálogo como el Parménides puede resultar una aventura interesante; pero al posarse sobre otro diálogo como el Fedro, aun cuando pueda sospecharse de aspectos que se encuentran, se ve un modo distinto, un enfoque que parece inconmensurable; y esto hablando solo de dos y sin realmente hablar. Platón está en uno y en otro, pero entre ambos ya él desaparece, pues no existe ya, no hay una síntesis que diga es esto o esto otro su autentico punto; quizá no hay nunca un "auténtico punto". La filosofía se vuelve una aventura del espíritu, un problema que anima al intelecto. Pero la filosofía tiene que matarse, tiene que reducirse a esquemas, a mapas sintéticos que permitan almacenarla en paquetes de información contenidos en los ordenadores que producen las escuelas modernas. La filosofía que se enseña en las escuelas es la muerte de la filosofía.
En una escuela, un chico sale con paquetes artificiales y distorsionados, que se refuerzan en los textos escolares y que se conservan incluso en las universidades; la filosofía que se enseña está evidentemente muerta. Y no se trata de ponerle pompos y adornarle con artificiosos ingenios de colores para hacer pasar por vivo lo que yace muerto; se trata de entender que allí no hay otra cosas sino pensamiento muerto. Pero si alguien entonces pretendiera llevar a los textos, la imperante lógica del currículo educativo hará ingenua toda pretensión. El solo hecho de imponer y presentar como fundamental algo que por su naturaleza solo puede nacer del deseo e interés en una búsqueda sentida del espíritu, es tanto como obligar a un niño a querer un cadáver putrefacto en un madero, que por su propio aspecto solo puede generar repulsión asustar a un niño.
Pero dejando de lado a las escuelas con sus occisos; digo que me permito sospechar de todo cuanto aparezca bajo un rótulo unificador como "filosofía platónica" o "aristotélica", "estoica", etc. Del mismo modo, puede que una mayor proximidad y un declarado esfuerzo de sistematicidad permitan hablar de "cartesianismo", "leibnizianismo", "espinozismo", "kantismo", etc.; pero aún así se suelen enmarcar en categorías simplificadas en las que se terminan identificando asuntos de índole diferente y diferenciando problemáticas de naturaleza continua; como cuando se habla de racionalistas, empiristas, idealistas, materialistas, realistas, etc. Pese a todo lo cual, en las ligerezas del hablar, a veces tenga uno que servirse de esos comodines, es necesario dejar la sospecha sobre la conveniencia y modo de armado de tales paquetes.
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