Consideraciones frente a La ermita esteparia


La esencia de lo que a continuación expreso, pensando principalmente en la etiqueta “De la religión y otros demonios”, vale igualmente para mis demás entradas en La ermita esteparia.




La trascendencia es en realidad un momento objetivado de la inmanencia del todo. La individuación en el tiempo y espacio crea la doble ilusión de separación y libertad. La eternidad no consiste en una duración temporal infinita, sino en la intemporalidad; de modo que la eternidad es la consciencia viva y presente. Lo místico muere en las palabras y vive en el silencio. 

Frente al ateísmo, propendo por un politeísmo; creo en el devenir de las deidades y su configuración a través de las culturas. En cuanto a las personas, considero tan dignos de respeto a los que se dicen ateos como los que se asumen dogmáticos, que en mucho juzgo como lo mismo. Evidentemente, no me considero ni cristiano, ni islámico, y no soy circunciso; pero igual respeto me merecen cada uno de los credos y sus formas diversas, como las personas en ellos. Me seducen los politeísmos y me apasionan los paganismos, justamente por la relación de poder que establecen históricamente frente a las hegemonías cultuales, las tensiones entre lo legítimo y lo ilegítimo.

En cuanto a los que profesan cualquier religión o un credo ateo, considero que deben ser tratados con todo el respeto en virtud de su condición humana y no de sus creencias; pues no creo que por pensar y creer diferente alguien deba ser ejecutado en la hoguera, incluyendo a mis hermanos Torquemadas o demás prefectos del Santo Oficio; pues tampoco me interesa ser juez de la historia. Por lo mismo, rechazo las falacias de un lado u otro que atacan a la persona (ad hominen) y no a los argumentos y las tesis; sea en temas que sean, políticos, religiosos, económicos, culturales o de lo que sea. Los seres humanos somos más de lo que pensamos, no somos nuestro pensamiento ni nuestras propias ideas; argumentar contra una idea no es atacar una persona. 

Me gusta argumentar, pero no me interesa tener la razón en nada porque no me identifico con mis ideas. En realidad, trato de no aferrarme a mis pensamientos, para no hacerme esclavo de ellos; sólo disfruto de ellos, juego con ellos. Si veo que me estoy aferrando mucho a una idea, al punto de tener que defenderla más allá del juego, podría sospechar que ella es un refugio ante algún miedo inconsciente. ¿Qué pasaría si un día el ateo despierta y evidencia que hay un dios? Nada, simplemente abandona una idea que tenía por cierta. De igual modo, ¿qué pasaría si la persona de fe, se da cuenta un día que no existe ningún dios en absoluto? Nada, simplemente abandona una idea que tenía. O igual el agnóstico que un día encuentra una demostración posible y válida de la existencia o la no existencia de una deidad. Y así, el de la ideología X o Y; el marxista que se vuelve policlasista, el demócrata o el humanista que dejan de serlo. Igual que como suele hacer la ciencia, en la actitud científica, mucho más modesta y nada pedante, que cuando las cosas no son como se había pensado, se cambia el rumbo (esto lo digo con inocencia, aunque en la realidad no sea tan así).

Soltar o aferrarse a una idea, que es la fuerza que mueve al ego a querer tener la verdad o la razón, depende de qué tanto nos hemos hecho esclavos de una idea o que tan dispuestos estemos a dejarla ir. A veces, solemos darle tanto poder a nuestras ideas, las atesoramos y cuidamos con tanto recelo, que nos hacemos sus esclavos; ya no disfrutamos de ellas, sino que nos reducimos a ellas, y llegamos a identificarnos de tal modo que tememos que sin esas ideas dejamos de ser lo que somos; hemos puesto allí nuestras seguridades; pero lo que somos está por fuera del alcance de cualquier idea.


En cuanto al juego del conocimiento creo que no todo vale; puede haber buenos y malos argumentos, como hay mejores o peores jugadores en un juego. Creo que, por ejemplo, las ciencias avanzan y aciertan en muchos aspectos, y en esto hay mejores o peores explicaciones o interpretaciones de los fenómenos. Pero a la larga, creo que hay cosas mucho más importantes que nuestros precarios conocimientos y ciencias. En cuanto a “decir verdades” es algo que no asumo y prefiero delegar a los entendidos. Todo argumento alimentado por odio o resentimiento, me parece provenir de un cuerpo enfermo, hay tonalidades; aunque en el fondo estoy dispuesto a reconocer que argumentar es patológico.

Aun cuando suelo calificar algunas posturas de ingenuas, como cuando hablo del ateísmo (y en el fondo hay quienes a mí me tienen también por ateo, aunque yo mismo no me tenga por tal), hablo en cuanto a la potencia argumentativa frente a los sistema de creencias; pero evito juzgar peyorativamente la ingenuidad, y que no se me malentienda. Yo mismo me tengo por ingenuo en muchos asuntos, y en especial en todos estos de los que me gusta hablar. Argumentar es también un juego, un juego divertido, patológico, pero divertido. Es tal cual un juego y se vale ser ingenuo tanto en los juegos como en las creencias; aunque en algunas esferas hay que asumir responsabilidades y compromisos; lo que no le quita su naturaleza lúdica; pues toda la vida es también como un juego.

Si te gusta mi juego, juega, opina en mi blog si quieres, nada hay que valga más que divertirse. De chico cuando jugábamos al fútbol u otros juegos que apasionan; asumíamos de tal modo el juego, nos metíamos tanto, que incluso entre amigos terminábamos peleados; hasta cuando recordábamos que todo no era más que un juego.

No nos hace amigos o enemigos el pensar igual o pensar diferente. Sentimos empatía o apatía y eso está más allá de nuestras contingentes ideas.



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