La felicidad postergada


La vida suele ser demasiado corta, y la vida suele ser demasiado larga. El tiempo es una sucesión de momentos; entre un punto y otro punto hay un vacío infinito. Un punto es eterno, pues el tiempo es la continuidad y eterno es lo que no está afectado por el tiempo. El presente es eternidad mas el tiempo hace corta la vida.

La felicidad nos ha sido una idea vacía, escatológica, inalcanzable; justamente porque aprendimos a pensarla como una cosa que se alcanza o un estado al que se llega. Es, en realidad, una expresión tan polisémica que juega en tantos mercados y lenguajes como le es posible. Es la meta, es la ausencia, es la utopía, es lo opuesto a la injusticia, es la justicia, es la calma, es la dicha, es egoísmo, es altruismo, es la afección de la virtud, es la virtud, es el amor o el devenir de los enamorados, es la ausencia de dolor, es la afección del placer, es el placer, es el agregado, es el derivado, es el continente del todo y el vacío del todo, y, en general, es tantas cosas, que es prolija su equivocidad.

Hoy, cuando pululan los profetas de la felicidad, llegas a pensar si llamarte feliz en medio de un mundo que sufre injusticia y oprobios, no ha de ser de un desdichado egoísta o acaso un ingenuo. Nadie tiene derecho legítimo a gozar la felicidad mientras haya miseria en el mundo. La felicidad es un derecho colectivo que o es de todos o no es de nadie, y si al menos uno no, entonces tu tampoco.  Pero... qué sabremos nosotros, postergaremos la felicidad, aún sin saber bien lo que sea, hasta que esa ignominia cese; y aparecerá entonces otro modo de la miseria humana, y volverás a postergarla.

Si te llamaras feliz cuando alcances el éxito (económico, espiritual, material, personal, social o humano, o estos u otros), ah pero... Mientras tanto, trabajamos arduamente, postergando la felicidad a cada paso, caminamos hacia ella y al llegar a la meta quizá gozamos. Mas entonces, al alcanzar tus metas, el apetito insaciable de tu voluntad, se volverá a sentir inconforme, verás que tras esa meta lograda se vislumbran logros mucho mayores; deberás seguir avanzando, y volverás a postergarla. Cada pequeño logro nos da un adelanto, nos brinda un pequeño goce de una felicidad eternamente postergada; a la final, no habrás tenido más que el acumulado de esos instantes, pues la plenitud te será siempre escatológica o utópica.

Llamarte feliz siendo un esclavo no puede ser más que una ilusión; cual Segismundo que se sueña rey de ese otro mundo, habitas un tus lisonjeros ensueños; cual neurótico en lapsus de un placebo psicótico. Pero en tu sensación de libertad, jamás te ves prisionero en cadenas, que hasta piensas que ella es una condena. Si algún día te diera por pensar que bien podrías no ser más que un esclavo y que la libertad que experimentas puede no ser más que un juego de las apariencias; ese día quizá empieces a sospechar hasta de ti, y en eso que te llamabas feliz se diluirá tras una suerte de angustia neurótica. Entonces quizás, le restes importancia a la felicidad o quizá te hagas algo estoico.

Si piensas una línea, puedes pensar que tienes una sucesión de puntos; pero si piensas un punto no podrás hacerle ninguna división. Un punto junto a otro punto son casi una línea, entonces otro y otro y otro punto más, junto a los otros, y ya casi va la línea; pero ¿cuántos puntos faltan aún? Una línea la divides en partes y las partes en partes, y partes y partes… sucesión de puntos. Un punto no tiene más partes; entonces ¿cuántos puntos sin partes tienes que juntar para formar lo que se compone de partes? El punto no tiene extensión y una parte es extensa, una línea es extensión pero las partes de la línea son puntos sin extensión.  Pero dirás, ¿y qué pasó con la felicidad?
Bueno, la felicidad es una palabra equívoca; en nombre de ella, como en el nombre de cualquier otro dios, los pueblos han sido capaces de todo, desde lo más atroz hasta lo más sublime, desde lo más vil hasta lo más bello. Entonces yo voy a hablar de lo que puedes hacer, y no sabemos todo lo que podemos hacer; yo sólo voy a decir algo que se puede, sin decir de otras tantas cosas que también se pueden; y de eso que yo hablo puedes llamarlo como quieras, a la final, no se trata del nombre sino de lo que deviene en nombre. Yo lo llamo felicidad, pero podría incluso no nominarlo y solo señalarlo, indicarlo, un “ahí”, un punto.

Un punto es tan perfecto como puede serlo, pues perfecto es lo que no le falta ni le sobra nada, lo que es completo en sí mismo. Un punto no tiene ni partes faltantes ni partes sobrantes; un punto, para que sea punto, no tiene partes. El tiempo es una sucesión de tiempos, el presente es el punto en el que permanecemos por fuera del tiempo. Los pasados y los futuros son las partes del tiempo; lo habido y lo por haber, son funciones en el tiempo. El ego se alimenta de lo habido y la voluntad se sacia en lo venidero. En el tiempo nunca estamos completos, en el tiempo el ego se infla y se desinfla, se aprecia y se deprecia, se vanagloria y se humilla. Cuando el ego se enfoca en lo habido y cuando se enfoca en la apetencia insaciable de la voluntad, se hace engreído o sufre.

El presente es el punto que diluye al ego. Sin ego no hay identidad ni esencialidad, por tanto solo hay lo que puedes ser en ese momento sin relación a nada más que a lo que puedes ser en ese momento; luego en ese punto eres perfecto. Allí hay ser sin deber ser, existencia sin esencia. Allí no falta nada ni sobra nada. No hay tampoco bien o mal, solo hay un estar presente, tan perfecto como puede serlo cada que te das cuenta que estás en el momento presente.


Ahora vuelve el grito de los afligidos, de la injusticia y el oprobio del mundo; que clama, que se siente abandonado, te reprocha que desaparezcas del tiempo antes de tiempo, te proyecta su inequidad y te demanda que vuelvas. La ignominia del mundo que clama justicia. Te arroja en el tiempo, te pone en la senda del porvenir. Ninguna perfección, total inequidad y desequilibrio, aflicción, impunidad que clama reparos y ajustes.  Entonces volvemos a trabajar por esa justicia, proyectamos nuevamente la esperanza de una felicidad venidera, una felicidad para todos o nadie; pero aún no sabemos cómo sea la felicidad, ni las condiciones de su emergencia, ni su esencia, su deber ser, ni su justicia; o lo sabemos, sí, lo intuimos, caminamos a tientas, en medio de la noche oscura, como por la selva con la mulita en busca de un amor. Y volvemos a estar presentes, nos damos cuenta, nada falta, no caminamos hacia ninguna esperanza, esperar supone estar en el tiempo. 

Abandonamos la idea, la esencia, el deber ser, pero seguimos caminando, sin erguirnos en jueces; tan solo caminantes que trabajan en todo cuanto afirma la vida, la alegría contra la inoculación de la tristeza. Allí donde un punto es idéntico a todo otro punto, porque un punto son todos los puntos, allí donde no trabajamos más por los otros, sino en nosotros como nueva relación con los otros. Allí donde la felicidad no es más un derecho sino un deber, allí donde no es un punto de llegada sino cualquiera de los puntos de partida.


Consideraciones frente a La ermita esteparia





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