Una terapia homeopática para una sociedad triste
La apremiante
necesidad que siente el hombre de transformar el mundo se suscita cuando un
imperioso modo de organización social lo reduce y somete a condiciones
miserables de vida, llegando incluso a sentir amenazada su propia existencia.
De otro lado, suprimida esta condición, se podría esperar que la tan imperiosa
necesidad tendiera a menguar.
Claramente, no me
estoy refiriendo a un supuesto impulso o tendencia natural del hombre a mejorar
sus condiciones de existencia, transformando su entorno; que por demás es un
supuesto bastante cuestionable antropológicamente. Por su parte, lo que llamo condiciones
miserables de vida es una categoría objetiva, que a su vez diferencio de la
categoría subjetiva de existencia miserable. Aun cuando pueden establecerse
relaciones y vinculaciones entre una y otra, considero necesario distinguir los
factores objetivos de los subjetivos para poder explicar lo que pretendo.
Una existencia es miserable cuando está
moralmente debilitada, es decir, cuando la capacidad creativa y recreativa de
su cuerpo se ve disminuida en su potencia; es la tristeza en cierto sentido spinozista.
Por el contrario, cuando la potencia se ve aumentada, cualitativamente cambia a su modo opuesto, la
alegría. Así, tristeza y alegría son dos modos cualitativamente opuestos que se
corresponden con existencias subjetivamente miserables o felices,
respectivamente.
Las condiciones
objetivas de existencia tienden a determinar los modos subjetivos de vida. Un
cuerpo triste es el producto de condiciones objetivas que determinan el modo de
un cuerpo enfermo. Un cuerpo triste es un cuerpo enfermo, es una potencia
disminuida. No obstante, dadas estas condiciones objetivas del modo de
existencia subjetivo, un cuerpo puede fortalecerse moralmente observando la
perfección de su potencia presente, pero de esto ahondaré en otro momento.
Las representaciones
mentales son una entre tantas otras cosas que pueden hacer algunos cuerpos y
que, en los seres humanos, se presentan condicionadas por esquemas o
estructuras cognitivas impuestas objetivamente, es decir, formas no subjetivas
bajo las que se presentan las representaciones mentales subjetivas. Estas
representaciones no tienen, por sí solas, ningún poder de crear condiciones
objetivas de existencia de ninguna índole; lo que se expresa en términos más
simples como que el pensamiento no puede crear nada por fuera del pensamiento
mismo. En este mismo sentido, las condiciones objetivas del lenguaje, que
determinan todo lenguaje subjetivo, no crean tampoco, por sí mismas, ninguna
condición objetiva de existencia.
Los cuerpos son la existencia,
objetiva, de toda representación mental subjetiva y de los modos del lenguaje.
Un cuerpo, siguiendo nuevamente a Spinoza, es una cierta relación de partículas
en movimiento a velocidades diversas. Un cuerpo enfermo produce pensamientos
tristes. La sociedad es una relación de cuerpos, dada a través de periodos temporalmente
mucho mayores que la duración de cualquiera de los cuerpos que la integran. Esto
es lo que significa que la sociedad es una especie de cuerpo mayor que
trasciende y se impone a cualquiera de los cuerpos que la constituyen. Igualmente,
la sociedad no es un agregado de individuos aunque esté conformada por la
agregación de individuos; por lo que, difícilmente, se podría sostener, más
allá de la imaginación, que fuera el producto deliberado de un mítico pacto.
El ser humano no es
un animal social en el sentido de que tuviera una disposición natural de
sociabilidad; tampoco es una naturaleza anti-social que en su egoísmo se asocia
por conveniencia o simple supervivencia. Ambas “naturalezas” pueden darse en un
cuerpo humano, porque en realidad, son como una segunda naturaleza creada
socialmente, son el producto de la naturaleza social que se le impone al cuerpo.
Con esto, las pretensiones biologicistas por demostrar una supuesta tendencia al
egoísmo o, paradójicamente también atribuidos científicamente, a la
sociabilidad; no son más que el producto de los condicionamientos sociales sobre
los objetos que investiga la ciencia. Sin embargo, la sociedad es el único o al
menos el mejor modo posible en que cada cuerpo puede realizar su potencia,
incluso para el monje ermitaño.
El modo particular
de una sociedad crea determinadas naturalezas. Una sociedad enferma tiende a producir
cuerpos tristes; también puede producir egoístas, altruistas, maniqueistas, capitalistas,
humanistas, socialistas, pesimistas, suicidas y hasta optimistas. No digo que
sea necesaria ni determinante una sociedad enferma para producirlos; sólo digo
que dispone más fácilmente la tendencia a efectuar determinadas potencias.
Mencioné sólo
algunos, quizá podría mencionar más. No estoy diciendo, tampoco, que cualquiera
de estos sea necesariamente el producto de un cuerpo triste o una sociedad enferma.
Cualquiera de estas “personalidades” puede ser un cuerpo producido por una
sociedad enferma que de algún modo puede llegar a desear transformar su mundo.
El caso más extremo, el suicida, lo cambia negándolo objetivamente; el egoísta busca
ajustarlo en arreglo a su propia conveniencia individual; el altruista dándose
por los demás; el optimista negando la propia tristeza a la que el pesimista se
rinde desesperanzado. El capitalista y el socialista mejorando las condiciones
materiales y objetivas de su existencia, los primeros más individualistas los segundos
más colectivistas, a veces tan egoístas como altruistas ambos. Cualquiera de
estos puede a su vez hacerse tan maniqueísta como humanista, inclusive el suicida; así los
mártires, los que se inmolan por la patria o la causa.
Quizá sea posible hacer una semiología de la
patología social por la cantidad de cuerpos tristes que produce. Me es difícil no
creer que una semiología así diagnosticaría nuestra actual sociedad como
gravemente enferma; y posiblemente, sociedades más “precarias”, y no por ello menos
complejas, aparecerían considerablemente mucho más saludables frente a la
nuestra. Sin embargo, esto no sería más que una hipótesis. No estaría diciendo
tampoco que en una sociedad de estas no se pudieran producir cuerpos tristes,
pero quizá fuera significativamente menor su tendencia. Ahora bien, tampoco
estoy con esto propendiendo por una “precarización” nostálgica de la sociedad.
Quizá sea posible
encontrar un modo de sociedad, no menos precario, pero quizá más saludable;
donde haya una mayor tendencia a efectuar potencias felices; es decir, una
sociedad donde las condiciones objetivas de existencia no sean miserables, y
con esto no me refiero al aumento cuantitativo de las condiciones materiales de
subsistencia, sino al mejoramiento cualitativo de las mismas y no solo de éstas
sino demás condiciones objetivas, no materiales, de la existencia subjetiva de
los cuerpos.
Ahora bien,
ciertamente no sabría cuál sea el modo de esa sociedad saludable; de hecho, no es conveniente tampoco imaginar en abstracto una sociedad idealmente feliz como patrón de salubridad social universal. Las sociedades son dinámicas y diversas. En todo caso,
presiento que una sociedad más saludable, donde las condiciones objetivas de existencia no devengan mayoritariamente en vidas miserables, ha de ser muy diferente de la que se ha venido forjando y que
parece seguirse proyectando. Por esto, he considerado, además, la posibilidad
de que al ser ésta una enfermedad autoinmune, sea necesario, justamente, actuar
sobre el sistema inmunológico del cuerpo social. He aquí la potencia que tiene
una partícula dentro de un cuerpo de propagarse sobre otra expandiendo el
cáncer o inhibiéndolo.
Habría que iniciar
entonces un trabajo sobre los cuerpos, las partículas del cuerpo social. Las
quimioterapias, sabemos, suelen ser muy dolorosas y en muchas ocasiones se llega
a perder todo el cuerpo. La oncología
alopática afecta simultáneamente a las células cancerígenas como a las sanas;
pero parece ser lo mejor de lo que la ciencia médica dispone hasta el momento. Algunos
pacientes, sin embargo, han logrado mejorar los resultados o al menos disminuir
los riesgos del tratamiento oncológico tradicional, practicando terapias homeopáticas
que complementan (no digo que sustituyan) la medicina alopática.
Un cuerpo triste es un cuerpo enfermo; pero no toda tristeza es patológica en este sentido. La homeopatía es un intento por restablecer la salud del
cuerpo reestableciendo cierta armonía entre la totalidad de sus partes. En
algunos tratamientos el equilibrio del todo se busca restituir compensando
cierta energía debilitada en las partículas que lo integran. Bajo este
principio, es intuitivamente esperable que el aumento cualitativo de la
potencia de los cuerpos, en sentido spinozista, la efectuación de la alegría,
empiece a restituir el sistema inmune de la sociedad.
La posibilidad de
que en una sociedad enferma que produce cuerpos tristes, un cuerpo pueda
modificar su modo singular de existencia, aumentando su potencia; y que a su
vez otros más empiecen a poder hacerlo; aún sin haber iniciado a modificar mayormente
las condiciones objetivas que reproducen su existencia, enfocándose en la
perfección de su afección presente, pues también la tristeza está en la perfección de su potencia, y eligiendo aquellos afectos que aumenten su
potencia; es decir, en otra forma, enfocándose en la alegría (es claro que no
hablo de la felicidad ingenua del optimista patológico); es lo que resultaría una
condición necesaria para que empiece a darse una transformación saludable de
las condiciones objetivas de existencia, que serían, a su vez, la condición
suficiente para reproducir una la vida social con cuerpos mayormente alegres.
La felicidad postergada
La felicidad postergada
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