Mi posición frente al cristianismo


"No es impío quien suprime los dioses del vulgo sino quien atribuye a los dioses las opiniones del vulgo" (Epicuro)




A modo de advertencia: esta entrada hace parte de un conjunto más amplio de textos, que no tienen ninguna pretensión de agredir ni ofender a nadie. Sólo leyendo completo se comprende el argumento, y esto no deja de suponer un pequeño esfuerzo para el advenedizo lector. Varias de las expresiones presuponen cierta familiaridad con algunas discusiones y autores que no se hacen explícitas en el transcurso del texto, lo que inevitablemente produciría que algunas formas argumentativas aparezcan extrañas o vacías de sentido a lectores desprevenidos. Tales omisiones deliberadas, las hago porque su inclusión ameritaría un trabajo de mayor rigor, impropio para este espacio. Por su parte, La Ermita esteparia reconoce sus propias limitaciones, sus vuelos especulativamente ingenuos y el precario entendimiento de varios de los asuntos presentados. 





A la pregunta ¿Por qué no soy cristiano?

Mi respuesta es simple, aunque compleja de explicar. Permítaseme intentar, primero, hacer unas aclaraciones: 1º las palabras "cristiano" y "cristianismo" son equívocas, es decir, hay que interpretar qué es lo que con ellas se quiere decir en cada contexto y según su uso [en otro momento he tratado de explicar qué puede entenderse por la expresión "ser cristiano", aquí retomaré algo de ello, pero sugiero, si es que a algún lector advenedizo pudiera interesar, revisar al respecto mis Meditaciones sobre el cristianismo]; 2º a diferencia de la respuesta que Bertran Russell dio a esta misma pregunta, y cuya lectura es recomendada, mi meditación avanza por otro camino, por cuanto la respuesta de Russell, como buen analítico y cientificista, se podría reconstruir por una simple reducción ad absurdum: ser cristiano implica creer que Dios existe, pero Dios no existe [argumenta Russell], ergo, si ¬q :. ¬p…; pero sobre el llamado problema de la existencia de Dios, yo he meditado de modo diferente [El problema de la existencia de Dios]; 3º en todo caso, conviene distinguir el concepto de su objeto, pero para el caso, «Dios» como concepto o «idea» debe ser distinguido, analíticamente, de lo que corresponda a dicha idea o concepto, pero digamos ya, en una franca declaración agnóstica, de eso que nombra la palabra «Dios» no puede haber concepto (concipio).

Por esto último, hay que sostener, en principio, un agnosticismo del cual se puede tener tanta certeza como la certeza que se tiene en que la función derivada de ƒ(x)=x2 es ƒ'(x)=2x. Tratar de explicar el agnosticismo a alguien sin formación en el asunto, es tan difícil como tratar de explicar una derivada a alguien sin formación matemática básica. Pero para el que tiene formación en el lenguaje se vuelve tan sencillo como que dos y dos es cuatro. Digamos, simplemente que lo natural no puede dar cuenta de lo «sobre-natural» [pero este también es un modo vulgar de hablar, y sería más consecuente decir: la parte no comprende al todo, así pues sobre-natural significa, en realidad, lo que supera a las limitadas capacidades de compresión de la naturaleza humana, pero no necesariamente algo que sea No-Natura]. Dado que estamos limitados por la propia naturaleza, incluso una revelación tiene que ser subsumida dentro de nuestras posibilidades humanas; con lo cual, toda revelación que pretendiera ser comunicada entre los hombres, es ya una interpretación que se vuelve objeto limitado a las posibilidades de la propia naturaleza, en nuestro caso, a las posibilidades y limitaciones del lenguaje. No puede, por tanto, contenerse revelación alguna de lo sobre-natural [totalidad] en ningún libro o código, y lo que hay allí son ya interpretación; como se señala en el mismo Alcorán, es de suyo, aún para el primero que, movido por la inspiración divina, compusiera sus versos, una deformación adaptada por la humana interpretación.

Como segunda respuesta, diría que la moralidad del cristianismo es algo que de entrada estoy muy persuadido a rechazar. Si se miran con cuidado, ninguno de los puntos del decálogo comporta necesidad en torno a la bondad de la acción; es decir, que las consecuencias de ellas serán necesariamente relativas y en muchos casos no catalogables dentro de la moral. Todo sistema de creencias, en especial los de tipo religioso, comporta una cierta idea sobre el bien o lo que es tenido por bueno, que sirve de criterio para juzgar la acción moral. Ahora bien, si se asume que no hay bien ni mal inherente a nada, sino que es siempre una relación, todo el esquema se deshace. Podría uno preguntarse si el primer mandato es un bien y para quién lo es; si lo es para dios, se cae en un absurdo, luego no puede ser un bien sino para el hombre mismo; y si es un bien para el hombre, en qué consiste este bien; en otra oportunidad vuelvo sobre este asunto; por ahora, digo que en tal relación la idea de dios resulta perfectamente prescindible, con lo cual el único mandato sería el de amarse a uno mismo, pues tampoco es necesario decir mucho sobre el pretendido amor a los otros, si no es que se hace por amor a uno mismo. En todo caso, yo mismo estaría por fuera del cristianismo por cuanto sus parámetros de lo bueno y lo malo, no se ajustan y para muchos mis acciones resultarían, vistas desde esa óptica, perfectamente inmorales; pero en realidad, escapan al reducido esquema de moralidad cristiana y se inscriben en una ética atea.



En cuanto a si es o no posible ser cristiano y a la vez agnóstico, algo que en principio no parece evidente, diría que tal es posible si se asume el camino de la fe para asentir a los dogmas más fundamentales del cristianos, esto es, renunciando a toda pretensión de querer comprobarlos por las posibilidades de la razón humana, que no es lo mismo que querer dar razón o motivo de la fe, pues la razón se halla limitada por su propia naturaleza. Sin embargo, el cristianismo se ha ido cargando, a lo largo de su historia, de muchos dogmas que entran en franca contradicción, no tanto con la razón como con sus demandas en la práctica, es decir, en la moral cristiana. En virtud de la práctica del amor, qué otra necesidad se tiene de asentir a dogmas como la resurrección si no es que se obrara, no por el beneficio inherente a la naturaleza de la acción misma, sino por la esperanza de que con ello se cultiva un beneficio post mortem. Pero todo ello haría vana cualquier acción moral, pues nadie actuaria movido por la convicción y necesidad emanada de la naturaleza de la acción, sino por el miedo a un castigo inminente o la esperanza de una recompensa divina. Otros tantos dogmas del cristianismo, librados de la esperanza mantenida por el miedo a la muerte, resultan vana superchería o en todo caso, prescindibles para quien no desea verse envuelto en absurdos y sinsentidos. 



Así que, prescindiendo de los dogmas cuyo mantenimiento resulta innecesario para la vida, quedan únicamente las disposiciones morales habidas en el cristianismo, las cuales no son, por sí mismas, originarias ni privativas de éste, con lo cual todo cristianismo resulta prescindible para una ética agnóstica, que se vuelve, por tanto, ética no-cristiana.





Ahora bien, antes de definir qué pueda o no ser el cristianismo, lo cual es una tarea necesariamente inacabada, y mostrar con ello si pertenezco o no a tal ideología; asumo un camino mucho más simple y diré que, mi personalidad religiosa, se desmarca de toda forma, llámese como se llame, en la que no se pueda ser simultáneamente agnóstico en el objeto de la fe, ateo en la ética y en la política, y politeísta en la poética y la estética (el placer de los sentidos). Así que si soy o no cristiano, se seguirá de la posibilidad de esta primera condición que construye mi personalidad religiosa. De otro modo, me es más fácil decir, antes que cristiano, soy ateo por cuanto es imperativo prescindir de la idea de dios en la vida moral; en efecto, no se puede andar actuando o dejando de actuar bajo la idea de que es un mandato divino o por creer, absurdamente, que un tal dios se molestaría o se alegraría. Más aún, creo que toda acción debe derivar sus consecuencias de su propia naturaleza[1] y no por factores exógenos a la misma; con lo cual no sólo quedaría anulado el presunto tribunal divino, sino todo tribunal humanamente instituido; lo primero no sólo es posible sino deseable, porque de haber un dios, como se lo suele pensar, sería absurdo imaginarlo como juez de cualquier índole; lo segundo resulta menos prescindible, por cuanto en la vida política los seres humanos nos servimos de tribuales y de jueces, aunque su carácter es siempre contingente. Del mismo modo, digo que antes que cristiano, soy agnóstico por cuanto refiere a andar buscando evidencias, que terminan en absurdos, sobre la presunta existencia de un dios; no creo que la ciencia deba desgastarse en vanos esfuerzos, en los que suelen empeñarse mentes sórdidas, y más bien encausarse a los asuntos más prácticos y mundanos que prestan un mejor servicio a la humanidad e incluso a la moral, por cuanto ayuda a comprender mejor la naturaleza de las cosas. Finalmente, digo, en tanto los productos de la cultura son patrimonio de la humanidad, todos los sistemas de creencias nos pertenecen de igual modo por cuanto los podamos conocer, y que incluso podemos seguir inventando y disfrutando de cuantos dioses y seres mágicos nuestra imaginación pueda abarcar; siempre que se evite el riesgo de terminar postrándonos ante nuestros propios inventos; que es lo que han hecho las religiones, han hecho al hombre esclavo de sí mismo, no le permiten disfrutar de los dioses, hacerles el amor, destruirlos y volverlos a crear, reinventarlos en el día a día; sino que infundiéndolos con toda clase de supersticiones, los convierten en objetos de culto, de veneración, en últimas, en objetos de miedo.




De este modo, digo, que toda personalidad religiosa podría ser comprendida o abordada desde estos tres aspectos, que construyo tan solo con fines metodológicos: primero, el conocimiento del objeto de fe, esto es aquello en lo que se dice creer; segundo, el fundamento de la práctica y vivencia de valores que a su vez se pueden analizar en dos categorías, una la ética como la que atañe al modo individual de vivencia de la fe (incluyendo las prácticas u acciones concretas que se realizan) y otra política que refiere, de forma muy general, al modo de establecerse desde las relaciones con cualquier otro[2] de un modo utilitario[3] Y en tercer lugar, los ornamentos de la religión, esto es, todos los símbolos y expresiones estéticas que acompañan (decoran, ornamentan ) la religiosidad. Estos ornamentos, pueden estar, como generalmente lo están, en función del culto, pero hay ejemplos en que se muestra que son perfectamente prescindibles; en todo caso, me refiero a la variada expresión de formas religiosas que son susceptibles de ser valoradas en su estética, esto es, en tanto objetos de placer o displacer, y comprendidas en su puro sentido poietico con independencia del culto.



Llama culto a toda forma en la que se establece un objeto de adoración o reverencia. Así, latria y dulia, se diferencian solo por grado, pero ambas son prácticas cultuales. Cuando el objeto de culto es el mismo que el objeto estético, llamo a eso fetichismo; así quien cree que una estatua de un dios no es solo la representación del dios, sino que es por decirlo así, materialmente el dios mismo, y hace de ello su objeto, o incluso cuando imagina poderes que emanan del objeto estético por sí mismo, entonces es a eso a lo que se suele llamar fetichismo; pero si el objeto estético es solo un medio, un estímulo para la imaginación, entonces es puramente ornamental, y el objeto de culto se diferencia de su representación, entonces ya no puede considerarse fetichismo, sino ornamento del culto, tampoco puede pensarse algún poder que emane del objeto estético. Esto, para quienes conocen la doctrina oficial del catolicismo está claramente distinguido, pero en la práctica religiosas observables, ya sean rituales avalados o no institucionalmente, la distinción no resulta del todo clara; piénsese por ejemplo en el uso de los sacramentales, que incluso en las prácticas más institucionalmente legitimadas, es muy tenue la línea que separa lo ornamental de lo cultual; en otras prácticas, que no gozan tanto de la legitimidad institucional oficial como de otras institucionalidades legitimantes y en pugna por la oficialidad, como el caso de la santería, es mucho más evidente la "fetichización" de los sacramentales.



Cuando el objeto de culto es una suerte de "abstracción", se pueden establecer diferencias de grado. Así, desde lo que está más ligado a la fantasía, a la imaginación, hasta aquello que llega a ser una pura construcción conceptual, del pensar en cierto modo racional. Así cuando imagino a dios con una cierta imagen corporal de hombre, de anciano, con su báculo y su barba, estoy en la abstracción más directa, la cual es más fácilmente susceptible de ser representada materialmente en una estatua o una pintura, es también esta la forma más pueril, no en el sentido de que pueda decirse que una cultura es pueril sino más bien por cuanto el pensamiento de los niños está más ligado a sus sentidos. Cuando además añado a esa abstracción cosas como pasiones, deseos y apetitos, es lo que se llama en sentido propio antropomorfismo (pues la sola figura icónica no es suficiente para ser antropomorfa, pues puedo dar la figura de algún animal no humano, o la combinación de varios, como la quimera o el grifo, sin darle atributos humanos; pero tampoco es necesario la figura icónica humana, pues también en el grifo o cualquier otra forma puede imaginar pasiones humanas). Puedo además, prescindir de la figura y dejar solo las pasiones en un objeto de figura indefinida, y así aparecen seres mágicos que pueden asumir diversas formas de representación o ninguna, también puedo suponer esas pasiones humanas en otros elementos de la naturaleza, como árboles, piedras, el agua, etc, esto es lo que se suele llamar animismo (tiene parecido con el fetichismo en cuanto que el objeto estético es el mismo objeto de culto; pero se diferencia porque en el animismo no interviene necesariamente la mano humana en la performatividad del objeto estético, aunque podrían darse simultáneamente como en ciertos árboles decorados o en el uso que suele hacerse de algunos sacramentales). Finalmente cuando se ha logrado prescindir de las pasiones y se llega al grado más elevado de antropomorfismo, es decir, al "dios racional", omnisciente, omnipotente, liberado de las pasiones humanas; se llega así a la idea de algo perfecto y absoluto, pero esta intuición se vuelve muy problemática pues termina encerrando muchas contradicciones (de las que me he ocupado en otro momento). Visto así, los objetos de culto más pueriles encantan y producen más placer a la imaginación; mientras que los más elaborados encantan y seducen más a la razón; pero finalmente la racionalización de dios, es decir, su concepto mejor logrado, termina anulando su propio contenido, se desborda y diluye, en lo que va más allá de la razón, pues la razón no logra contenerlo, no hay concepto, no es que se vuelva irracional, aunque muchos así lo interpretan, sino que se hace supra-racional, se le escapa a la razón, y se vacía todo su concepto; el racionalismo del concepto dios conlleva finalmente al nihilismo, a la vacuidad del absoluto, a al anulación de todo objeto de culto, al silencio más profundo.



Esta es mi propia idea de la muerte de dios[4] que conduce o allana el camino hacia el humanismo, es decir, a convertir al hombre en el objeto de culto; pero también al ecologismo, la cienciología, la ufología, y demás expresiones que se suelen agrupar bajo la categoría New Age[5]. Desde las más racionales como el humanismo, hasta la actualización de todas las puerilidades, la muerte de dios deja una vacante cultual que viene a ser ocupada por toda clase de supersticiones.






[1] Una acción no contiene en sí misma la cualidad de lo bueno o lo malo; pues éstas resultan de una relación; así cuando digo la naturaleza de la acción que contiene en ella misma sus consecuencias, las cuales pueden tomarse como buenas o no según corresponda, no me refiero a la acción en sí sino a la acción en tanto que dada en una determinada relación. 


[2] De facto, no hay personalidad sin relación, con lo cual, no hay personalidad religiosa alguna sin el llamado ser social, y entiendo por "social", no la interacción entre "individuos" sino la relación misma que configura personalidades, de ahí que algo como "personalidad asocial" es una contradicción, lo cual no implica la imposibilidad del "ser asocial" -de esto hablo en otra oportunidad. También digo, esa personalidad social, puede ser política o apolítica, según exista o no una intencionalidad, manifiesta o solapada, de ejercer el poder (el derecho natural) utilitariamente -de si el poder puede tener un uso no-utilitario hablaré en otro momento, diré que de haber un "poder absoluto" sería por definición, un poder no instrumentalizable, por tanto, inútil) 


[3] Si definir de lo político por su carácter utilitario, lo reduce o identifica sin más a lo económico, es algo que puedo ampliar luego. Por ahora, digo que la política y la economía comparten esto pero se diferencian en su objeto, la economía es el uso de cualquier poder con fines a la riqueza, ya personal, colectiva o pública - así el Estado como actor económico de lo público, etc. Mientras que la política, que es también el uso de poder, tiene por fin el orden justo, sea lo que sea que se entienda por ello. Los encuentros donde el tema de la riqueza y la justicia se encuentren o se separen, se necesiten recíprocamente o se distancien definitivamente, coinciden con los puntos de encuentro o desencuentro entre economía y política. 


[4] Digo propia pues no tengo interés en asumir ningún ejercicio hermenéutico con la fuente, para todos evidente, de donde he robado la expresión, ni citar un nombre famoso, pero ignorado por mí, para hacerle decir algo que quizá nunca dijo. 


[5] No pretendo con esto ni una genealogía cronológica ni lógica, simplemente digo que es una forma posible de construir matrices explicativas de fenómenos religiosos observables en la actualidad.





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