De los argumentos ateos

"True freedom is freedom from victimhood. Take responsibility for who you are, embrace who you are and trust your own inner voice." (Isha Judd)

"Considera en primer lugar a la divinidad como un ser viviente incorruptible y feliz, según lo ha grabado en nosotros la común noción de lo divino, y nada le atribuyas ajeno a la inmortalidad  o impropio de la felicidad" (Epicuro)


Todo mi saber no es otra cosa que un creer saber, como quien está en el ensueño y por momentos le asalta la idea de que todo cuanto es no es más que un sueño. (Ermita erial)



A modo de advertencia: esta entrada hace parte de un conjunto más amplio de textos, que no tienen ninguna pretensión de agredir ni ofender a nadie. Se refuta el grado de ingenuidad de algunos argumentos, pero de suyo, La Ermita esteparia se declara abiertamente ingenua y poco ilustrada. Todo cuanto pueda saber en algún momento, si al caso constituyen vagas nociones en un caminar a tientas bajo la noche, certezas que se desvanecen bajo nuevas luces. 




La idea de dios, como de las supersticiones que le acompañan, es el efecto de múltiples causas, entre las que puede destacarse el miedo. La ingenuidad de los ateos consiste en quitar a dios descuidando trabajar en la causa que lo genera, de ahí que no sólo ante las circunstancias adversas salgan corriendo a refugiarse en los altares, sino que se yerguen otras formas que ocupan ese lugar y se asumen como dioses; así pasa con su relación con proposiciones tomadas de la ciencia, ideologías de diferente índole, etc. Así, el ateísmo solo ataca los efectos pero se olvida de la raíz del problema. Si se quita la idea de dios se queda en un camino a medias que puede revertirse fácilmente. El vacío dejado por Dios es prontamente llenado por los otros dioses. Pero si se va a la raíz del asunto es posible que la necesidad de la idea de dios, o cualquiera sea la forma que adopte el refugio del miedo, se desvanezca naturalmente y se entre en una experiencia mucho más profunda.

Es curioso cómo muchos se quedan en el ateísmo, sin haberse tan siquiera percatado de que las disposiciones inconscientes de la religión siguen operando en ellos, como una inercia natural. El ateo que no ha iniciado un trabajo de reconocimiento de las disposiciones inconscientes que actúan en él y que le han sido internalizadas en su habitar en la cultura, creyéndose liberado de los dogmatismos, recibidos por su formación más temprana, y sintiéndose, ingenuamente, autosuficiente, es, sin saberlo, prisionero de su propia época; ignora así, las disposiciones históricas que configuran su subjetividad y orientan sus modos de pensar y actuar, del mismo modo que las condiciones sociohistóricas que le han allanado el camino hacia su ateísmo. 

Claramente, no me refiero a quienes simplemente nacieron en sociedades altamente secularizadas o en núcleos familiares mayoritariamente laicos. Estas son personas a las que simplemente no les interesa el asunto, y cuando se definen ateos es porque son hijos de una época en la que el ateísmo coexiste con las religiones, incluyendo las religiones ateas. 

Por su parte, en los ateos por conversión, la religión internalizada, presuntamente superada, sigue actuando como un operador inconsciente que dispone los modos de relacionarse con las proposiciones científicas, que a su vez se van incorporando en un credo ateo como artículos de fe. Aparecen así los dogmatismos científicos y las ciencias dogmáticas; aparentes contradicciones en los términos, pero que expresan adecuadamente el modo como algunos legos pretenden justificar su ateísmo ingenuo. También el ilustrado que, habiendo tenido el valor de servirse de su propio entendimiento, ignora que las categorías de su pensamiento autónomo no devienen naturalmente de su propia razón, sino que han sido configuradas socialmente e internalizadas por el individuo a lo largo de la vida, con matices y personalidades. Ya alguien habría dicho que no es sino esperar a que la vida los enfrente a una situación de crisis para ver cómo estos ateos salen corriendo a refugiarse en los altares. 

Muchos son quizá los casos de personas dedicadas a la ciencia, es decir, conocedoras del oficio, que han sabido ser consecuentes en su ateísmo; de varios de estos no se puede predicar apresuradamente que asumieron un ateísmo ingenuo; muchos de ellos han tenido una disposición internalizada hacia el ateísmo producto de haberse engendrado en una sociedad laica. No podría pensarse de ellos que mantuvieran una relación dogmática con la ciencia; aunque sería posible sospechar, en algunos casos, de un dogmatismo científico, es decir, la presencia no de una ciencia dogmática sino de una excesiva confianza en los alcances de las técnicas y métodos científicos. 

De los argumentos ateos, hay algunos muy bien logrados, refinados como los de sus adversarios a los que ya la pluma kantiana supo derrumbar. Muchos, no obstante, son argumentos defectuosos y muy vulnerables a la refutación, evidenciando inconsistencias y la reproducción, generalmente ingenua, de las falacias clásicas de la retórica. 






De los argumentos pueriles del ateísmo ingenuo



No sé si valga la pena detenerse en argumentos pueriles que se caen fácilmente. Ese tipo de expresiones como “ya no creo porque tuve una experiencia negativa en la vida y no hubo Dios ahí para mí”, en la misma línea de “Dios no existe porque hay maldad en el mundo”; “si hubiera Dios, no habría hambre ni injusticia”. Todos los que van es esta línea, bastante precaria, a la que simplemente habría que preguntar por el sentido pueril manifiesto en la idea que pretenden refutar, y sugerir algunas teodiceas. Al menos para que disminuya el grado de ingenuidad de su ateísmo. 

Esta línea está muy próxima de los argumentos ad hominen, que nada logran demostrar. “Los cristianos son malos y perversos, luego Dios no existe”, y por extensión, no solo los cristianos, sino muchos creyentes de los dioses han dado suficientes muestras de perversidad, al punto que la sola idea de Dios ha sido la justificación de las más nefastas e inhumanas atrocidades. Pero para este argumento, baste recordar que hay falsas implicaciones e inferencias inválidas, en este caso bajo la forma del ad hominen. Otros, los argumentos que apelan a la ignorancia, del tipo, “como nadie ha podido demostrar la existencia de Dios, entonces es claro que no existe”; es semejante a decir, “como no hay pruebas contundentes de que la superficie de Marte sea inhabitable, entonces los marcianos existen”. Se comprende, que este último argumento está fácilmente dispuesto tanto para el creyente como para el ateo. 

Hay otros argumentos que evidencian cierta ingenuidad y cierto desconocimiento. Como esos que dicen, “dado que hoy nadie cree que las historias de la Biblia más que como ‘fábulas’, Dios es también una ficción”. Saber que en la Biblia, como en textos sagrados de otras tradiciones, se cuentan historias ficticias, u otras cuya veracidad es incomprobable; no desmiente más que la pretensión de esos mismos relatos, pero no demuestra nada de la existencia o no existencia de los dioses. Por mi parte, no creería encontrar un sólo teólogo serio que, hoy día, no tuviera a muchas de esas historias bíblicas, que son patrimonio de la gente, más que como ficciones y productos de la cultura. Independientemente de mi escepticismo hacia la teología, no pensaría que los teólogos modernos les interesara desgastarse en refutar algo que es mayoritariamente aceptado, incluso por ellos, y que no discute con la religión ni con la creencia en Dios, como el caso de las muy plausibles hipótesis implicadas en la evolución y en los procesos de hominización; y cuya aparente contradicción sólo es traída a la escena por personas que están distantes de la teología moderna, y de otras disciplinas de las que ella se ha servido. Los que aún siguen haciendo este tipo de apelaciones, se les invitaría simplemente a actualizar el estado de la cuestión teológica; si es que les interesa verdaderamente discutir con argumentos menos pueriles. 

Los que descubren el agua tibia, diciendo, “Dios es una idea que los hombres se han inventado, para dominar a otros hombres, para una cosa y otra”. Bueno, también el Estado es una idea genial inventada por los hombres, creada para dominar y controlar a los hombres, y no por ello menos existente. Aquí permítaseme ser deliberadamente retórico y falaz, pero solo para reírnos un poco, con mucho respeto, con los que suelen decir: “Dios es un invento humano, luego no existe”; y yo respondería, “ese camión que viene allí, es un invento humano, pues es obra del ingenio humano, así que anda y camina de frente, nada te pasará, es una pura invención humana”. Él me responderá, “no me refiero al ingenio humano aplicado a la transformación de la materia; esa materia existe y en forma de camión me aplastaría, no soy ingenuo. Pero Dios no existe porque no es material”. Perfecto, respondo yo, “observemos otros inventos humanos, como los dioses, completamente inmateriales; no podemos decir, allí están, son esto o aquello; y probemos si son por ello menos existentes.[1] “Dónde está el Estado, ¿allí? No, eso es un edificio donde funcionan unas oficinas, no es el Estado; no, aquí, ha pero esos son unos funcionarios públicos mas no el Estado”. “Aquí hay unas leyes, ¿ves el Estado?” “Ciertamente no, allí hay letras que expresan leyes pero ni esos libros son las leyes ni podríamos aceptar que todo sumado sea el Estado.” El Estado es una idea, una ficción humana, inmaterial aunque tenga instancias de materialización. Pero no por inmaterial menos real; si no “pruebe alguno transgredirlo, sin apercibirse adecuadamente de estar atrincherado, a ver si la imperante fuerza de su existencia no recae sobre él”. También los símbolos humanos tienen realidad y, aún más, crean órdenes de realidad. Lo inmaterial, como el derecho o el Estado, no es estéril para crear realidades. Apelar a la inmaterialidad de algo no dice nada sobre su estatus ontológico más que la condición de inmaterial de su posible existencia. Del mismo modo, apelar al carácter inventado de algo no dice sino que su génesis es humana, pero no añade o resta, por sí solo, nada sobre su condición de existencia. Incluso, hoy tenemos la ficción más real dentro los engendros modernos; cuya fuerza mueve de tal modo al mundo, como el dios más perverso, y a la vez el más amado, de todos los dioses que hasta ahora la humanidad ha sabido engendrar: hasta el más ateo no pude negar la imperante fuerza del inmaterial dinero fiduciario, que ha sabido desplegar sobre la tierra las más terribles plagas de hambruna y miseria humana. Desde los más ricos hasta los más pobres; este dios moderno, inmaterial, es el Zeus de nuestra modernidad. No hace falta señalar la existencia de otros dioses, a veces más estériles, también inmateriales, pero a los que incluso los ateos rinden sus cultos, como la “diosa libertad”, la “diosa democracia”; la “diosa razón”, la “diosa igualdad”; entre otros del panteón de la modernidad. 

Antes de proseguir, aclaremos algo en este punto. Nada habría más alejado de mi intención que pensar que acusando la ingenuidad de los argumentos ateos pretendo defender los argumentos en favor de probar la existencia de Dios. De hecho, me resultan aún más ingenuos muchos de los argumentos de los creyentes, y a veces tan débiles que considero innecesario el refutarlos. Los niños juegan, los guerreros combaten en fuerza, mas un niño no es apto para la lucha. A un niño se le trata como niño y sólo el fuerte es digno de ser combatido. En cuanto a considerar que ciertamente hubo buenos intentos de los creyentes, quizá tenga espacio para analizar con más detenimiento muchos de esos argumentos; por ahora, baste con decir que en todo argumento de un creyente en pro de intentar demostrar la existencia de Dios, se podría develar en primera instancia su propia precariedad de fe; pues si tal creyente aún necesita de pruebas para reafirmar su creencia, es porque aún él mismo no tiene la certeza absoluta de eso en lo que afirma creer. Ya si alguno quiere mayor rigor para comprender las deficiencias de las demostraciones propuestas sobre la existencia de Dios, kantianos tiene la madre iglesia que os sepan ilustrar. 






De la ciencia y la superstición



Pasemos ahora a mostrar otro camino. Las apelaciones del cientificismo ateo y del ateísmo positivista. Si se acepta la visión clásica, vigente incluso en las ciencias probabilísticas como la física cuántica o la nueva biología, de que la ciencia sólo se ocupa de objetos empíricos, es decir, referidos al universo de la experiencia posible; un científico ateo que apele a la ciencia para justificar su ateísmo es, simplemente, inconsecuente. Un científico puede ser ateo, pero la ciencia sólo puede ser agnóstica, en cuanto a sus resultados, lo que es lo mismo que decir que Dios no es objeto de la ciencia. Ahora bien, esta afirmación es de mucho cuidado, pues la física actual trabaja todo el tiempo sobre modelos ideales, en los que muchas veces no se alcanza el plano de la realización experimental. Lo cual no hace débil al argumento científico sino que expresa su más auténtico modus operandi y operatum, su verdadera fuerza y alcance.

Esto me lleva a aclarar lo que entiendo por falacias del cientificismo. Un científico, por el hecho de serlo, no es de suyo un cientific-ista; y muchos cientificistas de suyo nunca son científicos. El cientificismo es más una actitud, un cierto estar deslumbrado bajo los encantamientos de la ciencia, aunque se comprenda muy poco de cómo ella funciona. Uno de los rasgos más característicos del cientificismo es el uso del argumento de autoridad. La institución autorizadora y legitimadora es "la ciencia", pero el argumento nunca es científico, sino puramente retórico. Una mirada a este tipo de formas puede aportar ejemplos en los que se encuentran las formas "X ha sido demostrado científicamente", y, en otro discurso, encontrar que "X ha sido refutado científicamente". Desde los casos más vulgares, donde es posible escuchar que hay demostraciones de que la leche o la carne es perjudicial para el organismo humano; como de quienes, apelando a la misma ciencia médica, muestran cómo son muy necesarias los productos cárnicos y lácteos para la salud del cuerpo; hasta los de asuntos más trascendentales y polémicos como la eutanasia, el aborto, la sexualidad, la economía, la política y hasta dios; de todos estos ámbitos es posible encontrar proposiciones para reemplazarlas en el lugar de la variable X.

Por otra parte, si bien es cierto que Dios no es objeto de la ciencia, no obstante, la ciencia da más luces que la religión o las teologías sobre muchas preguntas humanas. Uno de los casos más particulares es cómo la ciencia ha logrado desmentir al Dios Creador. Tradicionalmente, la idea de Dios ha sido el refugio de la ignorancia. No es necesario repetir que cuando los hombres no podían darse una explicación "racional" de las causas de fenómenos como el rayo, los terremotos, los eclipses, etc. imaginaban dioses y seres supranaturales como sus agentes. A medida que los humanos fueron prescindiendo de las explicaciones basadas en agentes sobrenaturales y empezaron a explicar dichos fenómenos por causas naturales, fueron abriendo el camino general de la ciencia. Pese a las diferencias en la noción de ciencia a lo largo de toda la historia, si hay un rasgo común entre la ciencia antigua, la moderna y la contemporánea, es justamente este, la ciencia es un intento por explicar las cosas por causas naturales y prescindiendo por principio de toda apelación a agentes sobrenaturales, llámese dioses o como quieran llamarse. Por definición, un científico deja de hacer ciencia en el momento en que se ve obligado, ya por debilidad o por sentimentalismo religioso, a apelar a Dios como explicación de un fenómeno cualquiera. 

La ciencia es todo lo contrario de la fe; la ciencia puede dialogar con la fe y las religiones, pero la ciencia no puede proceder por la fe, en este sentido en que hago uso de la palabra fe. Ciertamente la ciencia no puede abarcarlo todo, pues es limitada; por su parte la fe puede abarcar tanto como la imaginación humana sea capaz de lograr; la imaginación puede volar en cierta libertad y ser asentida por la fe. La imaginación, por su parte, es un recurso vital de la ciencia, al punto que es muy sensato decir que sin imaginación tampoco la ciencia es posible. Cuál es entonces la diferencia entre la ciencia y la fe, en este punto, cuando ambas se sirven de la imaginación. Creo que la respuesta está en el modo de la asunción de la imaginación.

Pensemos, aunque seamos profanos, en la mecánica de Dirac. Su concepto de masa negativa puede resultar muy problemático para la intuición vulgar, es decir, para nuestro sentido común; aun cuando nos sea difícil de imaginar, ciertamente este concepto, como muchos otros, se vale de la imaginación en gran medida. Antes de seguir, adviértase que estoy diciendo que nuestra vulgar imaginación es, de cierta forma, mucho más limitada que la del científico; para mostrarlo baste con decir que para nuestro sentido común es difícil pensar que por un punto externo a una recta L puedan pasar más de una sola recta que sean simultáneamente paralelas a L; mientras que para el científico contemporáneo es algo perfectamente pensable. Observemos, entonces, que la idea de masa negativa de Dirac tuvo que pasar primero por un cierto periodo de gestación en lo que podría llamarse imaginación científica[2], es decir, en el ámbito de la posibilidad matemática, antes de poder ser realizado efectivamente en la experiencia posible. 

Ahora puede notarse las diferencias entre lo que llamo imaginación científica y la imaginación religiosa; ambas tan libres como se quiera que se piense la libertad. La imaginación científica es tan libre como libre son las matemáticas[3], y sabemos que después de Cantor o Gauss las matemáticas gozan de mucha más libertad que lo que Spinoza o Kant hubieran podido sospechar, pero de ese asunto hablaré en otra oportunidad. Por su parte la imaginación religiosa es tan libre como libre es la superstición humana.[4] La diferencia y oposición fundamental entre la ciencia y la fe, es que la primera prescinde de todo cuanto escape a la posibilidad matemática, mientras que la fe acude, por su propia naturaleza, al amparo de seres sobrenaturales, indistintamente de que sean o no posibles matemáticamente. La ciencia podría apelar a entidades sobrenaturales, pero solo a condición de expresarlas matemáticamente, con lo cual, inevitablemente las sacaría del terreno de lo sobre-natural para situarlas en el plano de la Naturaleza. Así, como en los antiguos medievales, la ciencia apela a la "luz natural" mientras la fe a las entidades sobre-naturales.

Aun cuando se conservan muchos creyentes entusiastas que esperan que la ciencia pueda servir a sus intereses, es decir, a combatir su insuficiencia de fe; las consecuencias de la mecánica de Dirac han hecho que, del mismo modo como ya no se recurre a seres sobre-naturales para explicar los terremotos, los volcanes o los eclipses, sino a leyes naturales, tampoco sea necesario recurrir a Dios para explicar el origen de todo el Universo. La hipótesis religiosa de un dios creador es ahora, matemáticamente prescindible. La fe puede seguir introduciendo a dios en la causa de todo, ya sea en la erupción de un volcán como en el inicio del Universo; pero el trabajo de la ciencia es muy otro al de la religión; y en este sentido digo que la ciencia es completamente atea, entiéndase bien para no creer que me contradigo con lo que dije antes, es decir, que ella tiene que trabajar sin-Dios, aun cuando fuera dado a los dioses el existir y aun cuando el científico, extra-ciencia, sea una persona creyente o de fe. La ciencia es agnóstica en sus resultados, pues dios no es nunca su objeto, y atea en su principio, pues no puede apelar a Dios como explicación de nada. El primer supuesto puede serme discutido, pero negar el segundo es negar lo propio de la ciencia.

En este punto alguien podría decir que habiéndome propuesto refutar los argumentos ateos, en este punto he cedido terreno al ateísmo. Permítaseme entonces aclaras en menos palabras el asunto. Lo que quiero decir es que la ciencia nada tiene que ver con Dios y que su trabajo debe avanzar incluso contra dios mismo, pues la superstición nace y se alimenta del miedo, y la ciencia no solo nace de la curiosidad y el asombro sino que se alimenta del rigor y el impulso inquisitivo de algunos hombres. La ciencia no puede abandonar el hecho de hacerse preguntas, eso es parte de su esencia; la ciencia debe incluso preguntarse por sus propios hallazgos y volver a preguntarse; pero mientras la ciencia ha encontrado un punto relativamente estable o plausible que le arroja luz sobre un fenómeno, no puede nunca dejar que ese espacio vuelva a ser ocupado por superstición alguna. Entonces, para hacerlo más simple, diré que la ciencia se opone a toda superstición, venga de donde venga, incluso de la más elaborada y refinada teología. Así que si quisiera plantearse un diálogo entre la ciencia y la fe, suponiendo que tal cosa fuera necesaria, sería que la ciencia no puede afirmar ni negar la existencia de Dios, pero sí, librar la idea de dios de todas las supersticiones con las que se ha ido cargando. De este modo, la idea de un dios creador, en el sentido de un dios que crea de la nada, puede ser enumerada entre otra de las tantas supersticiones atribuidas a la idea de dios; así, repito con Epicuro, “no es impío quien niega los dioses en los que cree el vulgo, sino quien atribuye a los dioses las opiniones –ideas supersticiosas- del vulgo.” 








Un juego entre muchos juegos


Pensemos, en que la ciencia, en especial la ciencia moderna, se sirve en gran medida de la matemática, y podríamos decir en este camino, que Dios fue hasta hace muy poco una hipótesis plausible dentro de las condiciones matemáticas dadas para la física. Si se observa, la necesidad de un dios creador ex nihilo, es seguramente un problema que solo pudo haber surgido con la incursión del cristianismo. En el pensamiento griego, no parecen haber indicios de algo similar; para la física antigua, preguntar por la creación y origen ex nihilo del universo habría sido una pregunta sin sentido. La pregunta fue cómo ha sido ordenado y por qué de un determinado modo, suponiendo una finalidad, un telos, en ese ordenamiento. Será hasta que el cristianismo introduzca el problema de un Dios que crea de la nada, un postulado de fe, solo entonces tendrá sentido hacerse la pregunta por el origen ex nihilo del universo. 

Dejando de lado a Dios, la pregunta procede de un modo en el que Dios solo reaparece en la reducción a la ignorancia; esto es, si se supone que todo cuanto hay ha sido causado; se establece que A fue causado por B, y B a su vez por C, y así hasta el infinito. En la explicación del origen, se pueden ensayar muchas teorías, algunas mas plausibles que otras y muchas francamente inconsistentes. Pero el modo básico diría que en el inicio, como han dicho los contemporáneos, hubo una gran explosión, y es justamente allí donde reaparece la superstición, es decir, allí donde se ha de suponer una causa, reaparece Dios. En este punto, los creyentes aplauden con ahínco, satisfechos de haber ganado la contienda final, de haber tenido un argumento pseudocientífico, es decir, que aparenta ser científico, de una demostración irrefutable de la existencia de Dios. Para esto, no habría sido necesario esperar a que ya la física (o sus detractores) postularan la gran explosión para irse nuevamente al argumento por reducción a la ignorancia, con una adhesión al tomismo y sus vías demostrativas habría sido suficiente para que algunos aliviaran su incapacidad de fe. 

Pero el abatimiento de los religiosos de poca fe reviviría fácilmente si, una vez sorteada esta batalla, se arriesgaran en la necesaria continuación del argumento, donde todo cuanto constituye su idea de dios no puede otra cosa sino apartarse de la lógica con la que inicialmente quisieron combatir. Un niño que aun no está bajo el imperio del miedo a los dioses, es decir, a las promesas de religión, entendería rápidamente el procedimiento del argumento y volvería a preguntar de dónde ha salido entonces Dios, que lo ha causado, pues si todo cuanto hay tiene una causa, entonces dios debe ser sujeto de una causa. Cuál sería la necesidad de parar en Dios y no simplemente antes en la eternidad de la materia, como hacían los antiguos. Ciertamente no hay ninguna necesidad, si no se para en la eternidad de la materia, tampoco es necesario parar en la eternidad de Dios. En este punto la eternidad de Dios solo puede provenir de su propio concepto, como entre los antiguos, la eternidad de la materia derivaba de su propio concepto; sin embargo, la idea de perfección no deriva del concepto de materia de los antiguos, como sí se derivaría del concepto Dios. Y esto plantea otro problema para los creyentes, problemas que han sido largamente discutidos y sin acuerdo, porque justamente todo desacuerdo ha sido siempre un abandono del juego en que se juega. En efecto, del concepto Dios puede derivar, como en el argumento ontológico, la necesidad de la existencia Dios; pero no se puede en este mismo juego derivar el creacionismo ex nihilo; porque de la misma forma se deriva el concepto de completud y de perfección, que excluirían toda noción de voluntad en Dios.

Ya sea la voluntad como deseo, intención de obrar, determinación libre o no, etc., la voluntad divina entra en franca contradicción con su propio concepto. Pero el concepto Dios excluye en este punto el principio del propio juego argumental por el que lo han hecho aparecer en la escena. Así Dios aparece como la causa del universo ex nihilo, pero él mismo no puede entrar en ese juego; surge esta paradoja de si se acepta que todo tiene una causa hasta llegar a dios, entonces no hay ninguna necesidad en el mismo principio que excluya a Dios, pero si se acepta a Dios entonces no todo tiene una causa, pues evidentemente Dios no tendría causa; pero si Dios ha sido esa causa primera, no pudo serlo más que por voluntad; entonces el argumento debe concluir en la introducción menesterosa de la idea de voluntad divina, la cual resulta contradictoria, a su vez, con el propio concepto de Dios.

Algunos quisieron salvar la cuestión diferenciando el sentido de la palabra "deseo" en Dios, para diferenciarla en los hombres; al igual que la palabra "voluntad". Qué fuerza movió a Dios a crear el mundo, cuál deseo. Claramente, formulada así la cuestión, se está obligando a un sin sentido. Pero si no hay deseo en Dios, entonces habría un puro capricho divino, lo cual tampoco parecería ser muy consistente con muchos de los postulados que los creyentes pretenden sostener. Si la voluntad de Dios es, por consecuencia, divina, tiene que ser absoluta, esto es, liberada de todo deseo y causa, y si esto es así, claramente se observa que Dios actúa sin ningún motivo, sino por puro capricho divino, por tanto la llamada voluntad divina se vuelve complicada. Que se entienda que digo que el capricho de dios no puede pensarse como el capricho humano, por eso digo que es divino, porque ningún capricho humano es absoluto ni libre, sino sujeto a múltiples y desconocidas causas; pero si dios no puede ser sujeto de deseos, tiene que ser un capricho divino, es decir, absoluto, por tanto, innecesario. Así que la única forma de aceptar en este juego, la reducción a la ignorancia, de la causa incausada, es aceptando a su vez, la caprichosa voluntad divina.

El camino se vuelve complicado y cada vez más oscuro. De otra suerte, si se acepta que no hay voluntad divina, sino que Dios es causa sui, esto es, que obra por la necesidad de su propia naturaleza, lo cual es matemáticamente lo único coherente, si se quiere evitar caer en el capricho divino; habría que negar igualmente toda providencia divina. Más aún, habría que aceptar que de la perfección de Dios, es decir de su completud, no puede entenderse en creacionismo como se le ha venido entendiendo cristiana-mente. De ahí que el gran hallazgo de Dirac se presente como un camino mucho más simple y mejor, para solucionar el problema y sacar definitivamente a Dios de la escena en la explicación matemática. 

Y aún cuando todo esto me lleva a la posibilidad de prescindir de la idea de Dios, es justamente porque hay un modo de conocimiento, un modo de saber; y este es uno modo, si bien muy preciado por mi, no por ello el único, en el que finalmente podemos prescindir de Dios. Pero nada hay que permita salir de este juego hacia el no-juego. Nuestro juegos son siempre limitados, es decir, están inscritos en las condiciones de nuestras posibilidades humanas; y de la relación entre los juegos pueden aparecer problemas de inconmensurabilidad. Alguien puede llegar, con toda validez y rigor, a otras conclusiones, incluso contrapuestas a las que se puede llegar matemáticamente, De hecho, la matematización del mundo ha sido un invento reciente, una forma de conocer, pero no por ello la única. Tampoco puede decirse que sea mejo o peor, pues estas categorías son relacionales, por tanto difíciles de aplicar en la inconmensurabilidad entre los juegos. En este punto puede pensarse que ese engendro dios de la mente humana se le vuelve escapar a la propia mente; a menos que se acepto un cierto politeísmo dentro de diversos juegos. 







Del agnosticismo a la emancipación



Retomando mi línea de argumentación, después de haber mostrado un cierto lugar de privilegio de la ciencia y su papel de cura frente a las humanas supersticiones; quiero advertir que el camino de la ilustración, sea por la ciencia o por las filosofías, no logra prescindir de un trasfondo metafísico subyacente, incluso en los sistemas axiomáticos rigurosamente construidos. No he de extenderme mucho en este punto, pues el punto lo he venido ya diciendo, por ahora concédaseme que el camino de la ilustración sólo es consecuente con el agnosticismo, lo cual no excluye que puedan haber ateos ilustrados. 

A mi modo de ver, el ateísmo, incluso el más ilustrado, no deja der ser un paso a medio camino, que se caracteriza por una fuerte presencia, e interés inconsciente, de la idea de Dios, en tanto objeto de negación. El punto central de todo cuanto he querido mostrar aquí es que todo ateísmo es un acto de fe, un acto tan religioso como el de cualquier creyente; ya se sea ateo apelando a la ciencia, a la razón o incluso a otras formas de superstición, el ateísmo es religión y es un paso a medio camino en una ilustración más completa cuya culminación es el agnosticismo.

Una curiosa crítica al ateísmo es la que hace Nietzsche[5]; si se observa con cuidado la actitud de aquel loco, quien no es otro sino el perro Diógenes burlándose de la idea platónica de hombre (Dios), dirigiéndose no precisamente a los hombres religiosos de su época sino justamente a los ateos decimonónicos. La muerte de Dios desconcierta a los ateos, pues el ateísmo mantiene viva la idea de Dios en su obstinada negación. 

En cuanto al agnóstico, por su parte, y esto fue algo que tardé en percatarme, sigue manteniendo, aunque de otro modo, la idea de Dios en su epojé. La filosofía a martillazos me parece ser mucho más consecuente en su misión emancipadora, mas no por ello exenta de esclavos; si se me permite decir, un “nietzscheano” es un buen ejemplo de contradicción en un solo término. 

La única forma que tiene alguien para liberarse de una idea, y sus efectos, es matando esa idea dentro de sí mismo; lo cual implica asumir una suerte de trabajo genealógico de dicha idea, y de reconocimiento de las disposiciones socialmente heredadas e internalizadas, que operan como un sistema inconsciente de relaciones en las que esa idea está necesariamente configurada. En este trabajo, se hace menester asumir, como axioma operativo, que la verdad necesita ser criticada y no alabada, y reconocer como ficciones, indispensables para la vida práctica, las categorías que ordenan el pensar y el actuar. 

La muerte de dios, como camino de emancipación, es un martillazo de gran utilidad para alcanzar la ilustración agnóstica. Sin embargo, este esfuerzo debe ser acompañado de otro trabajo que es sobre uno mismo y sobre el miedo. Si no logramos librarnos del miedo el agnosticismo, como el ateísmo, se queda en un intento estéril y sospecho que en este punto toda ilustración es estéril en cuanto puede matar a dios pero no al miedo que es causa de los dioses.






El camino de la meditación


En este punto, todo cuanto he dicho pudo haber resultado demasiado denso. Y habría sido más fácil obviarlo y empezar por este momento. En realidad todo esto son sólo ideas, nada de cuanto pude haber dicho es algo que me sea completamente claro (ni distinto); algunos aspectos pudieron haber sido mejor elaborados que otros, pero en su mayoría han sido francamente arrojados al texto sin que me hubiera tomado el tiempo de pensarlas con rigor alguno. Por mi cabeza circulan muchas cosas que he visto y en buena luz declaro abiertamente no haber comprendido cabalmente. Sin embargo, he querido entablar esta discusión con el ateísmo, y no con los creyentes, porque estimo en más la propensión a la honestidad intelectual, en un esfuerzo más sincero por la verdad, en quienes han asumido el camino del ateísmo o del agnosticismo que en las personas religiosas que reducen todo a un argumento de autoridad definitivo y a una petición de principio de la que nunca logran, ni quieren, salir. Discutir con un cristiano, por ejemplo, puede simplemente ser desgastante, y de cualquier modo constituye una perdedera de tiempo; y sin embargo, yendo por el camino de la fe, podría llegar a creer que todo cuanto el creyente afirma podría ser real sin ningún problema, pero sospecho que el creyente es falto de fe, y que en esto comparte conmigo, aunque posiblemente en grado diferente, cierta incapacidad  a la confianza. Es su desconfianza lo que lo mueve en su fe, tanto como mi desconfianza me mueve en mis ideas; cuando abrace plenamente la confianza posiblemente soltaré todas las ideas estériles. Por otra parte, veo que el ateo tiene cierta propensión a discutir con los creyentes, de la denominación que sea, sin percatarse que se desgasta en vano. Solo una experiencia e intención sincera de búsqueda de la verdad pueden hacer despertar al dogmático de su plácido sueño. Más aún, quizá la absoluta confianza sea el despertar de todo sueño dogmático, ateo y agnóstico. Por mi parte, dormido en mi propio sueño agnóstico, siempre he tenido una propensión a discutir con los ateos, como he venido haciéndolo hasta este punto. Y aunque muchas veces he estado tentado a dirimir con los creyentes, ha sido por una consideración ética por la que me he abstenido de hacerlo. En efecto, no sería nada virtuoso que a un infante, o a alguien que simplemente no está dispuesto para el agón, se le enfrentara en la palestra con la misma energía que se haría entre adultos y guerreros.

Ahora bien, dejando de lado la postura agonística entre agnosticismo y ateísmo; con lo cual dejo de lado el propio agnosticismo, entro a exponer otro camino, distinto al de la ilustración y que llamo el camino de la meditación.

Es claro que todas nuestras creencias provienen de las culturas que habitamos. En nuestras latitudes nos es muy difícil pensar en religión sin automáticamente pensar en Dios o dioses. Sin embargo, en la India surgieron verdaderas religiones ateas como el jainismo y el budismo, y aunque no pretendo entrar en estudios religiosos ahora, solo señalo que el ser humano ha sabido encontrar otros modos de librarse de sus angustias sin tener que refugiarse en las supersticiones de la idea de un dios y sin contar con la ciencia o la emancipación ilustrada.

La meditación es un camino muy simple, no se necesita ni ser ilustrado, ni saber de ciencia, matemáticas o filosofía; se puede incluso ser un completo ignorante y aun así, aunque pueda sonarme paradójico, ser libre. Este camino tampoco exige asumirse en la agonística palestra, de hecho, se puede seguir allí, si es que es por el mero gusto, pero al modo como se hace un juego; unas veces se es derribado otras se sale victorioso, pero siempre hay risa y alegría sincera. El camino de la meditación puede teorizarse y quizá analizarse, pero esto es siempre su propia negación, la meditación es una vivencia; su teorización sirve de muy poco, y de hecho, más que servir para acercarse a ella, su puesta en el plano intelectual es su negación de facto. Quizá la mejor forma de expresarse de ella sea hablando indirectamente, mediante metáforas, alegorías. Pero en últimas, de ella no es dado hablar, y como bien se ha dicho, de lo que no podemos hablar sería mejor callarnos. El que desee probar este camino, simplemente que entre, a la final, si lo desea, es siempre libre de salir cuando crea menester y volverse a refugiar ya en dios y la religión o en la ciencia y la ilustración. La meditación es solo como el comer, es algo simple, se trata de estar presente y ser real con uno mismo; se puede creer cualquier cosa, se puede ser ateo, agnóstico, hombre de ciencia o religioso; da igual, pues en la meditación no se trata de lo que uno decida creer sino de una experiencia que va librándonos del miedo y los demás afectos que disminuyen la propia potencia. La meditación es un camino simple para aumentar la potencia, la alegría. Puedes bailar con los dioses y simplemente ser dios en Dios.








[1] El tono de este argumento está muy lejos de serle útil a algún creyente. El ataque es directo contra la apelación a la inmaterialidad o a la génesis humana, tratando de evidenciar la posibilidad de entidades inmateriales y de génesis humana con su propio estatus ontológico. Esto está muy lejos de servir para justificar las pretensiones y supersticiones que los creyentes suelen sostener. 


[2] Si bien la imaginación está en mucho vinculada a la percepción de los sentidos, y justamente esto la ha situado en un grado de inferioridad frente al pensar racional, digo que la imaginación científica es la imaginación matemática, en la medida en que las matemáticas han podido evolucionar en cierta libertad después del desarrollo de nuevos sistemas axiomáticos alternativos propuestos a partir del siglo XIX.


[3] Pero no hay que confundir la libertad con el libertinaje, es decir, con el uso abusivo de la estadística que suelen hacerse en la Economía y en las Ciencias Sociales. De las falacias que apelan al uso de la estadística en otros asuntos, hablaré en otra oportunidad.


[4] La imaginación religiosa llega tan lejos como el imperio del miedo o del infantil sentimentalismo quiera hacerla llegar.


[5] No pretendo con esto sostener que Nietzsche fuera agnóstico, quizá ni le interesara el asunto; no pretendo hacer hermenéutica alguna de sus textos ni de lo que pueda interpretarse en el anuncio de la muerte de dios; simplemente pongo en consideración el escenario de este relato de la Gaya Ciencia y posteriormente hago un uso sui generis de “la muerte de dios” como un martillazo necesario para la emancipación, sin comprometerme en nada con lo que pueda ser el pensamiento nietzscheano del que me declaro ignorante.


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