Modernidad, Yo y mis circunstancias
Qué difícil me ha sido volver; atrapado en el mundo, pensando y sin pensar.
Cada vez me convenzo más de que el producto de la modernidad es el individuo,
la fractura de la comunidad. Quizá tardé mucho en comprenderlo o quizá no he
comprendido bien el asunto, tan solo plantearé lo que he venido entendiendo.
En las comunidades indígenas no existen los individuos, o por lo menos no habían existido hasta que en ellas irrumpe la modernidad (que también antes he llamado efecto de modernidad). Esto es difícil para nuestra manera de pensar porque me plantea un interrogante en el modo como concebimos la libertad. Libertad individual. Quizá esté falseando las cosas, pero un miembro de la tribu se concibe a sí mismo como miembro y no como individuo; se concibe como parte de la comunidad, lo que es él es en tanto miembro de esa comunidad. La modernidad actúa diferente, "yo soy yo y mis circunstancias" como dijera Ortega y Gasset. Don José me parece muy moderno, agrega al ego cogitans la circunstancialidad espacio tiempo que Descartes le había quitado. Yo estoy aquí y ahora, pensándome a mí mismo, con cuerpo o sin él, pero en un aquí y un ahora. Ortega, me atrevo a decir, le devuelve el cuerpo como parte de esa circunstancialidad del yo. Cartesiano u orteguiano, se trata del Yo como unidad básica y fundante de la modernidad.
El profesor Enrique Dussel ha hecho una afirmación interesante al mostrar una relación entre la espiritualidad ignaciana y el ego cogitans cartesiano, criado en la escuela jesuítica. Quizá el aislamiento de las celdas monacales ya venía allanando el camino de la modernidad mucho antes de la creación de la Compañía de Jesús. El hombre está solo frente a Dios, la modernidad yergue a un dios individual, el confesionario solitario de la mente luterana, sin intermediarios, sin comunidad. Reforma y contrarreforma, luteranos e ignacianos, se condicen en la espiritualidad individualizada. Yo soy ante dios, sin comunidad. El Yo es la unidad fundante donde antes estaba la comunidad como unidad fundamental; tal es, en gran medida, el giro de la modernidad.
El Robinson se ha perdido y se ha hecho solo. Como mencionó Dussel, Robinsón no nació solo, sino que hacía parte de una sociedad, allí aprendió todo cuanto le sirvió luego en su estancia de náufrago solitario rehaciendo el mundo. El Yo nació de la comunidad, pero se afirma en tanto Yo como superación de la comunidad, se vale por sí mismo, él es él y sus circunstancias, la mayoría de edad del Yo es valerse de sí mismo, como en el Sapere Aude, tiene el valor de servirse de sus propias fuerzas, su propio pensamiento es también su propio yo, en tanto Yo fundante de sus propias condiciones de existencia.
Así es como el Yo está arrojado y solitario en la existencia. Se encuentra con otros entes, otros Yoes, igualmente solitarios, e interactúa. Una monadología, una interacción de yoes, sea que se comuniquen o que los rija una armonía preestablecida. [Armonía preestablecida por la división social del trabajo, en el que cada Yo se encaja en el vasto mecanismo de la producción. Armonía de la mano invisible, el gobierno impersonal del mercado.]
El yo, el individuo, debe persistir en la existencia por sus fuerzas. La unidad premoderna, la comunidad persistía en la existencia y en tanto que comunidad, las partes estaban garantizadas en la existencia por cuanto estaba garantizada la permanencia de la comunidad. Sin comunidad, el Yo debe perseverar en la existencia como individuo; la sociedad se convierte en medio, en entorno de posibilidades, en la interacción de yoes perseverando en la existencia; es una sociedad en la que interactúan individuos pero no una comunidad.
Aquí es donde se entiende que la división social del trabajo en el mundo moderno no es lo mismo que la diversificación de tareas entre los miembros de una comunidad. El punto esencial es el hecho de que la comunidad se concibe como un todo y las personas allí se conciben en tanto miembros de ese todo; es lo que Louis Dumont denomina holismo; en contraste con la modernidad donde existen individuos. La epistemología, la política, la economía, la ética modernas, están basadas en el Yo que hace tabula rasa y arranca desde cero. Yo como unidad de apercepción y condición de posibilidad del conocimiento del mundo que no sera más que fenómeno para el Yo cognoscente y sin acceso a la realidad en sí misma; Yo como ciudadano que transfiere su poder individual al conglomerado de poderes individuales que se personifica en el Estado; el Yo como fuerza de trabajo que produce riquezas; el yo como sujeto de derechos y de deberes, ciudadano dentro del Estado nacional. En todos los casos es un Yo sin comunidad. El lenguaje será el último reducto, olvidado, de un pasado como comunidad de sentidos morales, epistémicos, políticos y económicos; pero el moderno concibe el lenguaje emanado del cogito, mas no de una comunidad de sentido.
El problema epistemológico es la relación Yo-lenguaje (categorías del yo pensante) y mundo fenoménico (comprensible sólo en las categorías del yo pensante). No hay comunidad epistémica ni mundo socialmente comprendido como sentidos compartidos; a lo máximo se llegará al consenso de los individuos, porque se parte de los individuos y no de realidades compartidas en la comunidad de sentidos.
El problema político es la invención de la soberanía del ciudadano que existe dentro del Estado. No se trata de una comunidad política, sino el monstruo que reúne y monopoliza, por transferencia basada en la autonomía individual, el poder de cada ciudadano. Pero el ciudadano, individuo atomizado de la modernidad, existencia arrojada en el plano del Estado, es el detentor de la soberanía sobre sí, que es su derecho basado en la legitimidad de su poder, como derecho a persistir en la existencia. Ante la posibilidad de que otra fuerza haga cesar su intento por persistir en la existencia, transfiere su derecho de fuerza al Estado, que se convierte en garante, por ser el monopolio de la fuerza, de la existencia de los ciudadanos.
El problema económico es el del individuo que vende su fuerza de trabajo por salario; es decir, al tratar de persistir en su existencia, usa su vida, energía que se consume en el procesos productivo, para recibir dinero, valor de cambio, con el que compra los bienes para reproducir sus condiciones materiales de existencia, para persistir en la existencia. En este punto me aparece algo interesante: el dinero en la modernidad es simultáneamente dos cosas: para el asalariado, el dinero es fuerza de trabajo (tiempo de vida) acumulado como valor de cambio, inútil en sí mismo; pero para el no asalariado, el dinero es deuda (privada o pública) que funciona igualmente como valor de cambio en los mercados. Por una parte, los bancos privados de la Reserva de yanquilandia emiten deuda, ya sea como papel moneda que imprimen o como dígitos de las bancas virtuales; deuda que no necesita ningún soporte material, ni en oro ni en producción real. Los individuos producidos por la modernidad, interactúan en los mercados y todos intercambian bienes o servicios usando dinero (virtual o actual); para jugar en el mercado el asalariado interactúa con dinero que es su tiempo de vida o fuerza de trabajo acumulada, mientras el no asalariado interactúa, con más poder, con deuda emitida y otro tanto de lo que los asalariados han puesto en circulación. (Volveré sobre este problema en otra ocasión, por ahora sólo digo que el dinero me parece ser dos cosas, lo que venía diciendo Marx ya por los años de 1863 y lo que dice en los billetes de dólar yanquis: moneda legal para toda deuda pública o privada.)
La modernidad entonces, es el fin de la comunidad y el conato del Yo. Ego cogitans, sin cuerpo, o Yo y mis circunstancias: epistemológicas, políticas, económicas y éticas, como cuerpo vivo.
En las comunidades indígenas no existen los individuos, o por lo menos no habían existido hasta que en ellas irrumpe la modernidad (que también antes he llamado efecto de modernidad). Esto es difícil para nuestra manera de pensar porque me plantea un interrogante en el modo como concebimos la libertad. Libertad individual. Quizá esté falseando las cosas, pero un miembro de la tribu se concibe a sí mismo como miembro y no como individuo; se concibe como parte de la comunidad, lo que es él es en tanto miembro de esa comunidad. La modernidad actúa diferente, "yo soy yo y mis circunstancias" como dijera Ortega y Gasset. Don José me parece muy moderno, agrega al ego cogitans la circunstancialidad espacio tiempo que Descartes le había quitado. Yo estoy aquí y ahora, pensándome a mí mismo, con cuerpo o sin él, pero en un aquí y un ahora. Ortega, me atrevo a decir, le devuelve el cuerpo como parte de esa circunstancialidad del yo. Cartesiano u orteguiano, se trata del Yo como unidad básica y fundante de la modernidad.
El profesor Enrique Dussel ha hecho una afirmación interesante al mostrar una relación entre la espiritualidad ignaciana y el ego cogitans cartesiano, criado en la escuela jesuítica. Quizá el aislamiento de las celdas monacales ya venía allanando el camino de la modernidad mucho antes de la creación de la Compañía de Jesús. El hombre está solo frente a Dios, la modernidad yergue a un dios individual, el confesionario solitario de la mente luterana, sin intermediarios, sin comunidad. Reforma y contrarreforma, luteranos e ignacianos, se condicen en la espiritualidad individualizada. Yo soy ante dios, sin comunidad. El Yo es la unidad fundante donde antes estaba la comunidad como unidad fundamental; tal es, en gran medida, el giro de la modernidad.
El Robinson se ha perdido y se ha hecho solo. Como mencionó Dussel, Robinsón no nació solo, sino que hacía parte de una sociedad, allí aprendió todo cuanto le sirvió luego en su estancia de náufrago solitario rehaciendo el mundo. El Yo nació de la comunidad, pero se afirma en tanto Yo como superación de la comunidad, se vale por sí mismo, él es él y sus circunstancias, la mayoría de edad del Yo es valerse de sí mismo, como en el Sapere Aude, tiene el valor de servirse de sus propias fuerzas, su propio pensamiento es también su propio yo, en tanto Yo fundante de sus propias condiciones de existencia.
Así es como el Yo está arrojado y solitario en la existencia. Se encuentra con otros entes, otros Yoes, igualmente solitarios, e interactúa. Una monadología, una interacción de yoes, sea que se comuniquen o que los rija una armonía preestablecida. [Armonía preestablecida por la división social del trabajo, en el que cada Yo se encaja en el vasto mecanismo de la producción. Armonía de la mano invisible, el gobierno impersonal del mercado.]
El yo, el individuo, debe persistir en la existencia por sus fuerzas. La unidad premoderna, la comunidad persistía en la existencia y en tanto que comunidad, las partes estaban garantizadas en la existencia por cuanto estaba garantizada la permanencia de la comunidad. Sin comunidad, el Yo debe perseverar en la existencia como individuo; la sociedad se convierte en medio, en entorno de posibilidades, en la interacción de yoes perseverando en la existencia; es una sociedad en la que interactúan individuos pero no una comunidad.
Aquí es donde se entiende que la división social del trabajo en el mundo moderno no es lo mismo que la diversificación de tareas entre los miembros de una comunidad. El punto esencial es el hecho de que la comunidad se concibe como un todo y las personas allí se conciben en tanto miembros de ese todo; es lo que Louis Dumont denomina holismo; en contraste con la modernidad donde existen individuos. La epistemología, la política, la economía, la ética modernas, están basadas en el Yo que hace tabula rasa y arranca desde cero. Yo como unidad de apercepción y condición de posibilidad del conocimiento del mundo que no sera más que fenómeno para el Yo cognoscente y sin acceso a la realidad en sí misma; Yo como ciudadano que transfiere su poder individual al conglomerado de poderes individuales que se personifica en el Estado; el Yo como fuerza de trabajo que produce riquezas; el yo como sujeto de derechos y de deberes, ciudadano dentro del Estado nacional. En todos los casos es un Yo sin comunidad. El lenguaje será el último reducto, olvidado, de un pasado como comunidad de sentidos morales, epistémicos, políticos y económicos; pero el moderno concibe el lenguaje emanado del cogito, mas no de una comunidad de sentido.
El problema epistemológico es la relación Yo-lenguaje (categorías del yo pensante) y mundo fenoménico (comprensible sólo en las categorías del yo pensante). No hay comunidad epistémica ni mundo socialmente comprendido como sentidos compartidos; a lo máximo se llegará al consenso de los individuos, porque se parte de los individuos y no de realidades compartidas en la comunidad de sentidos.
El problema político es la invención de la soberanía del ciudadano que existe dentro del Estado. No se trata de una comunidad política, sino el monstruo que reúne y monopoliza, por transferencia basada en la autonomía individual, el poder de cada ciudadano. Pero el ciudadano, individuo atomizado de la modernidad, existencia arrojada en el plano del Estado, es el detentor de la soberanía sobre sí, que es su derecho basado en la legitimidad de su poder, como derecho a persistir en la existencia. Ante la posibilidad de que otra fuerza haga cesar su intento por persistir en la existencia, transfiere su derecho de fuerza al Estado, que se convierte en garante, por ser el monopolio de la fuerza, de la existencia de los ciudadanos.
El problema económico es el del individuo que vende su fuerza de trabajo por salario; es decir, al tratar de persistir en su existencia, usa su vida, energía que se consume en el procesos productivo, para recibir dinero, valor de cambio, con el que compra los bienes para reproducir sus condiciones materiales de existencia, para persistir en la existencia. En este punto me aparece algo interesante: el dinero en la modernidad es simultáneamente dos cosas: para el asalariado, el dinero es fuerza de trabajo (tiempo de vida) acumulado como valor de cambio, inútil en sí mismo; pero para el no asalariado, el dinero es deuda (privada o pública) que funciona igualmente como valor de cambio en los mercados. Por una parte, los bancos privados de la Reserva de yanquilandia emiten deuda, ya sea como papel moneda que imprimen o como dígitos de las bancas virtuales; deuda que no necesita ningún soporte material, ni en oro ni en producción real. Los individuos producidos por la modernidad, interactúan en los mercados y todos intercambian bienes o servicios usando dinero (virtual o actual); para jugar en el mercado el asalariado interactúa con dinero que es su tiempo de vida o fuerza de trabajo acumulada, mientras el no asalariado interactúa, con más poder, con deuda emitida y otro tanto de lo que los asalariados han puesto en circulación. (Volveré sobre este problema en otra ocasión, por ahora sólo digo que el dinero me parece ser dos cosas, lo que venía diciendo Marx ya por los años de 1863 y lo que dice en los billetes de dólar yanquis: moneda legal para toda deuda pública o privada.)
La modernidad entonces, es el fin de la comunidad y el conato del Yo. Ego cogitans, sin cuerpo, o Yo y mis circunstancias: epistemológicas, políticas, económicas y éticas, como cuerpo vivo.
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