Leer, pensar; memoria y olvido

"De las generaciones de los textos que hay en la tierra 
sólo habré leído unos pocos, 
los que sigo leyendo en la memoria, 
leyendo y transformando." 
(J.L. Borges, Elogio De La Sombra, 1969)



Por mi parte que apenas si algo he leído; unas frases sirven como inspiración. Quizá leemos para poder pensar. A cambio de esa otra lectura que me ha sido velada, esa del acumular; leer para atesorar "saberes", que se simplifican en bancos de información; ese leer con pretensiones, que hace gala de erudición, es para mi como una vida sin Vida, enteramente artificial. Se ha de leer para vivir; la lectura no puede ser, para mi, otra cosa sino vida. Los caminos están para ser andados, no se atesora un camino, no se le carga a hombros. Siempre se olvidan las letras cuando aparecen nuevos caminos; el pensar en el andar; los caminos del pensar. Ese otro misterio que llaman pensar; reducido a un cálculo, por unos, o llevado al extremo insondable del y nada más. En mi caso, es el pensar como un andar, un pasear errante entre el cálculo y ese y nada más allende a todo cuanto hay en cada momento, en cada instante que se queda fuera de todo tiempo y de todo espacio, el momento de la eternidad.

Los libros hacen a la trama del pensar, pero las letras están ahí para ser olvidadas. En vano la memoria se afana en retener; ella es como el tanque de las Danaides, un eterno vaciarse, un flujo incesante de olvido y memoria. Pensar es ese fluir incesante de olvido y memoria que acontece; el olvido es ese nada más insustantivable y la memoria, la obstinación del cálculo, de las piedrecillas que sostienen el mundo como puntos metafísicos que soportan la ilusión de un universo sólido y físico.

El pensar está hecho de olvido y memoria, es el agua y el fluir del agua que pasa; el alma que es cuerpo y el cuerpo que se concibe en forma de alma. El espíritu es el fluir del pensar, sustantivo sin sustancia. Los libros son como pasajes, afluentes del río; y el pensar es todo ese fluir incesante de letras, poesía, leyendas e historias, objetos creados para morir al cesar del pensar. No hay objeto por fuera del pensar, no hay ente ni nada fuera del fluir del pensar, y el pensar es la puerta de escape por donde no hay más lo ente, y de ahí su escape hacia el vacío absoluto. Las letras son un modo del configurarse esa ficción llamada entidad, ese engendro del pensar que hace ser al pensar mismo. No hay pensar de otra cosa sino del lo ente del mismo modo como no hay ente sin pensar; uno y otro son lo mismo como dos modos de lo mismo, pues es el ente nada más que un instante de ilusión del pensar, dos perspectivas del fluir de memoria y olvido.


¿Acaso podemos mantener la ilusión de un pensar diáfano, puro, inmaculado? No hay inmaculada concepción, todo pensar es de suyo una mácula; leer es la segunda contaminación originaria del pensar, después de la primera herencia maternal de los modos del pensar; es un segundo nacimiento a la vida en el que las vidas pasadas se conservan como si el alma olvidara beber de ese Letheo, un olvidarse del olvido en el agón de la memoria. La ilusión de originalidad y pureza del pensar no es más que el olvido de toda concepción necesariamente maculada, oculta en las capas de eso que suele llamarse sentido común, naturalización que desconoce la contingencia de su formación en el tiempo, ilusión y autoengaño del hombre pragmático que niega la historia. Y aún ese acerbo del que se nutre hasta el pensar más simple y vulgar, se mantiene en los sustratos del pensar erudito, presuntamente liberado de la vulgaridad; se conserva aún en el pensar autónomo y emancipado de toda influencia. Leer es el camino por el que la celda estrecha del sentido común se abre para ampliar las posibilidades del pensar; en ese fluir de aguas rara vez diáfanas en su caudal, contaminadas de sí mismas como el río que arrastra su lecho en las aguas para hacer nuevos sedimentos: lucha de memoria y olvido, agonía del leer diluido que sabe que después del pensar, sólo queda el silencio, y nada más.

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