El pensamiento colectivo

La escritura es una forma de pensar que in-forma el pensamiento. Es una forma, por cuanto el pensamiento ha de tener múltiples modos de realizarse y la escritura es una de sus posibilidades. Pero digo también, que este modo del pensamiento da forma al pensar.

Si pensamiento es el pensar algo, y si el pensamiento que se toma a sí mismo como objeto no puede pensarse si no es a condición de que sea pensamiento de algo; el pensamiento se forma en y por el acto mismo de pensar y su forma es la de lo pensado.

Ahora bien, la escritura es pensamiento que forma el pensar, por cuanto permite al pensamiento volver sobre sí, pensarse y re-pensarse pensando. Escribir es pensar de algún modo.

Si escribimos con el lenguaje, pensamos con el lenguaje; y el lenguaje no es algo que hayamos engendrado como individuos aislados, sino que más bien el lenguaje nos ha engendrado como sujetos y personas. Pero el lenguaje no sólo es la materia prima del pensamiento sino que las formas del lenguaje se contienen en los esquemas del pensar o razonar; estos son sus a priori dispuestos a un uso necesariamente a posteriori. Y sin embargo, estos a priori no son engendros de una razón metafísica a-temporal y a-histórica; sino el producto temporal de racionalidades sociales asentadas y olvidados en el devenir de la historia. El buen moderno y librepensador emancipado, se indigna al descubrir que su razón ilustrada mantiene los esquemas pretendidamente desterrados de la razón mitológica. Que el pensar individual es sólo un momento del lenguaje social.

El pensar es tan deudor de la sociedad que la idea de un pensamiento absolutamente individual y completamente original o autónomo, me resulta muy problemática por no decir que imposible. Me adhiero al vienés o quien fuera que haya dicho que no hay lenguajes privados; pero considero que la génesis pública de un código cualquiera, no obstante, sirve al pensamiento para volver sobre sí, en un ejercicio de recogimiento, aunque sea momentáneo.

De otro lado, no sólo es posible, sino que incluso deseable y políticamente necesario el pensamiento y la escritura colectiva. Me refiero por esto, no a lo público del lenguaje, sino a la posibilidad del pensamiento orgánico. Aunque discrepo del esquema eurocéntrico del clasismo, por cuanto me parece limitado y reduccionista[1]; comparto que no son los intereses individuales, ni tampoco un presunto consenso de individualidades, lo que debe ponerse en juego en el pensamiento y escritura pública; sino el resultado, la síntesis provisoria del pensamiento que se piensa en tanto pensamiento colectivo, es decir, pensamiento de intereses en conflicto.

Tal forma del pensamiento, no surge del escritorio de un individuo aislado, como mi propia escritura; sino del calor del encuentro, del habitar colectivo, de la asamblea, del movimiento; del conflicto de intereses en juego. La síntesis escrita puede ser materialmente producto de una persona o un grupo destinado a ello; pero tales no son nunca individuos, sino sujetos y subjetividades producidas por el colectivo. El pensar que vuelve sobre la escritura, no es la de un sujeto aislado volviendo sobre sus cavilaciones internas, sino la de la lectura pública que conlleva la reescritura colectiva; pero también la puesta en juego, en circulación, de esa escritura colectiva, como forma de lucha, junto a otras luchas, de reivindicación o desaprobaciones. Es ante todo una escritura política.

El pensador escritor no es un representante de intereses del colectivo, no es la forma de un caudillo mesiánico; que descuella como la intelectualidad que asume los intereses del colectivo. El pensador, intelectual, o como quieran llamarlo, no es por sí un sujeto, sino que es el colectivo mismo, actuante, pensante; que se expresa y encuentra, en sus formas orgánicas y estratégicas, instancias de escritura como instancias de lucha política.      







[1] Una cierta visión, que podría llamarse sustancialista, concibe que existen clases sociales no como esquemas de comprensión del pensamiento sociológico sino como realidades en sí mismas. La forma más vulgar consiste en que hay tres clases: la burguesía en la parte superior, la pequeña-burguesía en el medio y una tercera clase, residual, que incluye proletariado y el resto; y que se define por diferenciación con las otras dos y en tensión dialéctica. Pero este esquema está concebido para una sociedad moderna, industrial y europea del siglo XIX. Si el esquema se aplica en América-latina, por ejemplo, la población indígena o las comunidades afro-descendientes, serían intuitivamente incluidas en esa tercera clase; llamada clase baja o proletaria. Pero las formas de organización indígena, hasta cierto punto dado el avance de la modernización occidental, no permitirían ponerlos en la misma relación dialéctica que la que se concibe para el proletariado en relación con la burguesía en algunos países de Europa occidental de finales del siglo XIX. Sólo hasta cuando son absorbidos de alguna manera por las formas de producción del capitalismo occidental entran en esta relación dialéctica; pero ni todos han entrado en esa relación, por tanto, no son proletarios; ni es deseable que lleguen a tal estado. La emancipación no tiene que ser exclusivamente proletaria ni proletarizada.
    

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