A BASE DE ERRAR APRENDIMOS A HABLAR



A BASE DE ERRAR APRENDIMOS A HABLAR: Disertaciones de un lingüista trucho


El quilombo del lenguaje no es un burdel, salís a fuera que en base a esto aprendimos el habla porteña.



Soy de los que creen que el lenguaje es un organismo vivo, complejo, que evoluciona y que tiene elementos sincréticos. En cuanto a mi condición, soy lo que puede llamarse “un mal hablado”, así que mis reflexiones sobre el  uso del lenguaje no son más que juegos sin ninguna pretensión de erudición, que claramente no poseo. El habla, es decir, el uso del lenguaje, es el modo que hemos apropiado desde los contextos y familiaridades en los entornos de aprendizaje de la lengua. Uno habla como puede, uno usa del lenguaje con los vicios y expresiones, tal como se usan en los ambientes en los que habitamos como hablantes; a la larga, uno aprendió fue la lengua materna, y nuestras mamas no eran bien habladas.

El lenguaje culto es, precisamente, lenguaje cultivado, se diferencia del lenguaje aprendido en el ambiente, que se suele apropiar sin las precisiones especializadas de los eruditos de la lengua. Siguiendo algunos manuales, puedo decir que la actividad lingüística puede orientarse de tres maneras diferentes: de forma descriptiva, explicativa o prescriptiva. En el primer caso, se observa el cómo es usada una lengua por una población; en el segundo caso, se plantean y ensayan hipótesis que den cuenta de los diversos factores que determinan un uso del lenguaje; en el último caso, se prescribe el uso correcto o adecuado de la lengua culta y se sancionan los usos indebidos. Este último modo, el de la lingüística prescriptiva, supone una serie de debates sobre el rol de los procesos evolutivos de las lenguas, los flujos lingüísticos entre  culturas diversas en contacto, substratos, adstratos y superestratos lingüísticos, y las relaciones de poder que establecen la frontera entre usos legítimos e ilegítimos.

En los grupos sociales suelen emerger lingüistas improvisados o aficionados, es decir, no profesionales (distinción ésta que, igualmente, implica cuestionamientos, que ahora no vienen al caso, sobre la pertenencia legítima al campo), quienes se ubican en el último modo descrito, disponiéndose a hacer prescripciones sobre los usos correctos del habla. Paradójicamente, algunos de éstos suelen incurrir en problemas de “hipercorrección” cuando, guiados por lo que les dicta su sentido común, “corrigen” una expresión que juzgan errada, sin percatarse que se trata de un yerro aparente.

Un ejemplo, que frecuentemente he observado en mi ciudad, es la hipercorrección sobre el uso en la preposición “de”, que sustituyen por “con”, cuando ésta es usada para indicar el “contenido” de un recipiente. Así en expresiones como “el vaso de agua” o “la bolsa de leche”, prefieren decir “el vaso con agua” o “la bolsa con leche”. Esta apariencia de error suele originarse por el desconocimiento de las acepciones diversas de la preposición sustituida, en este caso, “de” indicando contenido (ver 5ta acepción de “de”). Otro tipo de hipercorrecciones se presentan por la falta de actualización en cuestiones normativas; así, v.g., con las reglas sobre el uso de acentos diacríticos que han sido modificadas (esto, de paso, plantearía una necesaria reflexión pedagógica sobre la enseñanza dogmática de reglas ortográficas o gramaticales).

Por mi parte, y para ser honesto, aunque no muy sincero, estoy más cercano a esto que he denominado “lingüista aficionado”. No sólo no soy profesional en nada, sino que considero que para hacer prescripciones sobre los modos del habla castellana hay que tener una sólida formación tanto en latín, griego y, mínimamente, algo de mozárabe, así como de filología comparada; lo que en mi particular caso brilla por su ausencia. Por otra parte, como pueden evidenciar en mi habla cotidiana quienes me conocen en persona, o algún fortuito lector, soy de los que habla como puede, cagándola tanto en la forma como en los conceptos, pues, como se dice, “quien mucho habla, mucho yerra”.

Alejándome, en consecuencia, de esa orientación prescriptiva; pero siguiendo en el impulso de un mero aficionado, entro en la forma de la lingüística descriptiva y me aventuro a asomarme a hipótesis explicativas.

En busca de aprender el idioma, he trasladado mi residencia de Bogotá a Bueno Aires. Poco a poco he ido comprendiendo el lunfardo y observado expresiones y usos que inconscientemente me apropio. Sin embargo, entre los modos de habla que me hacen ruido, está el frecuente uso de pleonasmos, aparentemente inadvertidos, incluso entre personas cultas (salir afuera, subir arriba, etc.), y, especialmente, la forma “en base a”, usada por académicos y docentes.

Venido de la tierra de Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro, mas no por ello heredero de su legado, habito ahora la tierra de Domingo Sarmiento y Bartolomé Mitre, de Borges, milongas y tangos. Habiéndome sido un quilombo disociar funcionalmente en mi habla el parce del che, y la pena sin vergüenza de ya no coger a un lado y otro ni bus ni buseta, solo minas sin birome ni esfero; el estupor en el rostro de una chica a la que asentí cortésmente con un "sí señora", el mate que dejaron de rotarme cuando dije "gracias", o el kiosquero molesto por mi clásico "me regala..."; y así, a base de errar he aprendido a hablar un poco menos mal.

Volviendo a flashar de lingüista trucho, es decir, chiviado, y ya para cerrar, habiendo escuchado decir que en La Boca no ha mucho que el italiano predominaba sobre el castellano, y con base en el panhispánico del DRAE, sospecho que el uso de la forma en mención es un calco del italiano “in base a”, heredado en el habla porteña. 

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