El demonio de la política



La historia del pensamiento filosófico ha producido una gran cantidad de expresiones e ideas que han servido de banderín a la más diversa variedad de ideologías e intenciones. Es curioso observar cómo una frase, arrancada de algún pensamiento filosófico, sirve a intereses simultáneamente opuestos. En la mayoría de los casos, lo olvidado, lo dejado a un lado, es el contexto de producción del pensamiento que daba el sentido a la frase. 

Por mi parte, no veo inconveniente en operar este tipo de desarraigos; de convertir en eslogan algunas frases, aunque se vacíen de todo sentido. Lo que considero problemático es no asumir el desarraigo y desconocer, ingenua o deliberadamente, que la frase ha perdido sus vínculos, que se ha vaciado de su sentido, incluso de su época; y que es, fácilmente, presa de la ideología de turno que le otorga nuevos sentidos, a veces contrapuestos entre sí, y generalmente irreconciliables con el contexto de arraigo inicial. 

No es mi intención hacer una interpretación de los contextos de producción del pensamiento; ni pretendo defender un supuesto “sentido originario” que desconozca las reapropiaciones que “viajan en el tiempo”. Sólo haré algunos señalamientos muy incipientes, para apelar al beneficio de la duda, más a manera de prevención que de una prescripción, sobre algunos usos políticos que asume el lenguaje. 

Quiero empezar por adherirme al sentir expresado por el profesor Hoyos, cuando postula su “paradójico” “alegato político a favor del derecho a no ser político”. Aclarar que el sentido de su texto tiene un propósito diferente, dado dentro de un contexto particular que poco tiene que ver con las razones e intereses por los que yo ahora escribo; y advierto, de paso, que sus argumentos serían notoriamente mejores que los de un simple profano como yo. Hago alusión a esto para no apropiarme tan deshonestamente, como hago otras veces, de una frase o consigna. 



La equivocidad de lo Político


El hombre moderno puede actuar políticamente, puede pensar una acción estratégica que lo posicione mejor dentro de la sociedad o que lo conserve en una posición en la que desea mantenerse. Puede ser, además, el resultado de otras acciones políticas que lo sitúan en lugares más privilegiados, o infortunados, frente al ejercicio de la dominación. La realización del interés es producto de fuerzas de las que no necesariamente se es consciente; y el poder mismo, puede aparecer como objeto del deseo, aun cuando no se comprendan las causas del deseo. 

Sin embargo, cabría preguntar si acaso puede el hombre moderno sustraerse a la política, si puede darse la condición de apolítico y si se puede tener el derecho o la posibilidad de no ser político. A este respecto, muchos entusiastas suelen responder negativamente apelando a Aristóteles, pues se ha dicho que el hombre es por naturaleza un "animal político", con lo cual no existiría opción alguna de  "no ser político".

Aquí se entra en un juego de palabras que el entusiasmo de los militantes impide ver con un poco más de cuidado.

Una primera pregunta, quizá, tendría que ver con el sentido de las expresiones "ser apolítico" y "no ser político". Claramente, político y política son, palabras que se dice de muchas maneras diversas y cuyos sentidos dependerían del contexto en el cual se usan. Así, las mismas expresiones apolítico y ser político son equivocas.

De otro lado, para despejar un poco el entusiasmo de quienes apropian, sin mayor cuidado, los eslogan desarraigados de las filosofías, como los que apelan al estagirita; habría que preguntar si en verdad existe una naturaleza humana o el hombre es y ha sido lo que puede cuando lo puede.


El hombre es "animal político" (zoon politikon)

Las tradiciones heredadas, quizá la escolástica aristotélica, nos enseñaron a pensar como si las cosas tuvieran una cierta naturaleza, una cierta esencia, y cuya forma estaría orientada a un fin (telos) que le es lo más adecuado. Así, había dicho Aristóteles que "la naturaleza es fin; y así hablamos de la naturaleza de cada cosa, como del hombre, del caballo, de la casa, según es cada una al término de su generación." (Política, I, 2, 1252d)

En este contexto, Aristóteles habría definido al hombre como “zoon politikon”[1], el animal de la polis, pensando justamente en que "aquello por lo que una cosa existe y su fin es para ella lo mejor; en consecuencia, el poder bastarse a sí mismo es un fin y lo mejor." De aquí concluirá que la polis  existe por naturaleza y que el hombre es por su naturaleza un animal político, es decir, un animal de la polis.

Continúa el estagirita diciendo que la razón por la que el hombre es “zoon politikon”, incluso más que otros animales gregarios, es precisamente porque tiene logos, es decir, palabra; con la cual puede "hacer patente lo provechoso y lo nocivo, lo mismo que lo justo y lo injusto; y lo propio del hombre es tener la percepción de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto", por lo que, "la participación común de estas percepciones es lo que constituye la familia y la polis."

Pero he dicho que este es un cierto modo de pensar que hemos heredado. Solemos pensar en la naturaleza de las cosas. Nos es difícil pensar que las cosas son simplemente lo que han llegado a ser o lo que pueden ser cuando lo pueden, sin que ello obedezca a una presunta esencia que le haría ser lo que es y no otra cosa.

A este punto vendría bien señalar que Aristóteles tuvo un especial interés por la “biología”, por investigar los animales, sus movimientos, su reproducción; y comprendía al hombre dentro de la biología de su época. No pensaba que las cosas eran lo que podían ser, sino que eran lo que su naturaleza les hacía ser.

Las polis, en el mundo griego, eran como recintos naturales donde habitaban los hombres. Para el estagirita, hijo de su época y de su cultura, era natural pensar que los que no vivían en polis eran o superiores o inferiores a los hombres; así, los dioses o las bestias. El mundo griego, a diferencia del mundo moderno, estaba formado por sociedades, no por individuos atomizados. Así que "la polis es por naturaleza anterior al individuo, pues si el individuo no puede de por sí bastarse a sí mismo, deberá estar con el todo político en la misma relación que las otras partes lo están con su respectivo todo" (Política, I, 1272a).

La polis, que sería la mayor realización social desde la familia, la tribu y la aldea, aparecía como el mejor lugar para perfeccionar el obrar, por la acción virtuosa, y lograr la realización de una vida feliz, es decir, la realización de la esencia humana. 

Ser animal de la polis, entonces, refiere a la naturaleza social del hombre; lo cual es muy distinto de ser un animal político, como se dice en el sentido moderno.


La naturalización de la "soberanía popular" 

A diferencia de estas polis griegas donde el hombre era un zoon politikon porque se concebía como una parte dentro del todo, al que no se podía sustraer sin ser o un dios o una bestia, en la sociedad moderna el hombre es un átomo que tiene la posibilidad de ser él sin depender del todo social. Es el Robinson Cruzó en su isla, con lo cual resultaría impropio y equívoco decir que el hombre es un animal político, en el sentido de zoon politikon del estagirita.

La sociedad moderna se erige sobre el sofisma político de la democracia. La premisa de está concepción es la idea de “soberanía del pueblo”.

“Pueblo” es, en realidad, una ficción metafísica, por la cual se empieza apelando a una suerte de poder natural y propio de cada individuo el cual, en un supuesto acto libre y deliberado, él mismo transfiere a otra ficción metafísica llamada Estado. Para que esta ficción se "hipostasiara" en la realidad social, la idea de soberanía popular habría de ser internalizada y naturalizada en cada uno de los individuos de la sociedad; hasta el punto de que ciertamente cada uno llegara a creer que, en tanto individuo, se era soberano de sí y que la soberanía del Estado sería la transferencia y renuncia de su propia soberanía individual.

Así, el funcionamiento del Estado moderno, que no es nunca lo mismo que una polis griega[2], dependía de proyectar un supuesto “pueblo soberano”, integrado por individuos libres e iguales, sobre la realidad de una sociedad conformada por personas, familias o grupos, no sólo muy desiguales, sino muy poco soberanos y libres. 

Para que el mito de la democracia moderna fuera efectivo, había que crear las bestias políticas, haciendo que los individuos se fueran apropiando e internalizando las ficciones de su libertad, de la igualdad y de la soberanía popular. Había que hacerles creer que efectivamente gobernaban, que efectivamente el poder del Estado era una transferencia de ellos como pueblo soberano, para que así se dejaran gobernar libremente y reproducir la ilusión del consentimiento, del hipotético pacto originario jamás sucedido en sociedad alguna, pero asumido tácitamente como “hecho histórico”, y naturalizaran el mito de la democracia. 

En la inercia de las mitologías modernas, la Ilustración tuvo su vertiente crítica en el reconocimiento de la “autoculpable minoría de edad de la razón”; pero parte de la culpa fue absuelta tras intuir que la libertad no era una condición inicial dada, sino un objetivo a buscar. El animal político moderno, muy distante ya de ese romántico animal de la polis griega, era un ser que se hacía, de un lado, en la lucha por su propia emancipación; de otro, en la apuesta por la conservación de su rol privilegiado en el ejercicio de la dominación. El ser político no era una condición dada por una supuesta naturaleza; era una disposición asumida e interesada. Lejos estamos ya de ese animal de la polis y del pensamiento del estagirita. 

No pretendo que esto sea un resumen ni un repaso por algo que evidentemente es mucho más complejo de lo que se puede decir en este espacio. La cuestión daría para hilar más fino y procurar evitar los groseros saltos e imprecisiones a las que ahora me he visto abocado. Simplemente he querido presentar algunas observaciones muy generales y sin ningún desarrollo, para advertir que hay usos intencionadamente retóricos del lenguaje político.

No todo es política

Aunque tendré que tomar otro espacio para ampliar y ordenar mejor las cosas, precisaría que no sólo no existe algo así como una naturaleza política del hombre, sino que las relaciones de fuerza que configuran las relaciones sociales no son necesariamente relaciones políticas. Que la sociedad pueda ser mejor comprendida como relaciones dentro de juegos de poder, no implica que todas ellas sean acciones políticas.

Por su parte, al pensar al ser humano no como una naturaleza definible en términos de una esencia, sino como la realización, en cada momento, de su potencia; permite pensar que el hombre es lo que puede, que una de las cosas que puede es interesarse lo político; realizar acciones intencionalmente y deliberadamente políticas, otras inconscientemente políticas, pero otras desinteresadamente políticas, como comer, coger o cagar; aunque pueda, en otro momento, esas mismas u otras, agenciarlas con una clara intención política o aparecerle como resultado de otras acciones políticas.

NO todo lo que puede el hombre es político. Algunas modas pretenden reducir todas las dimensiones de la vida a lo político, como en otros momentos lo han reducido todo a lo económico o al placer. El ser humano es capaz de otras tantas cosas que no se limitan a la reducida dimensión política, ni todo cuanto obran los hombres es reducible a un ejercicio del poder, ni sabemos todo lo que puede el hombre. 

Las dimensiones de la vida son amplias. Se es lo que se puede y el poder es una relación constitutiva; pero no todo poder es político y no toda relación de fuerza constitutiva de lo social es una relación política. Hay que matizar los términos, para poder hacer “un alegato político a favor del derecho a no ser político”; es decir, a cagar en la letrina de la realeza cuando se pueda o coger con quien se quiera "sin el consentimiento del rey".   



Notas 

[1] NO me dedico a interpretar a Aristóteles, entre otras cosas por mi muy precaria comprensión del griego. Si a alguno le interesa, podrá encontrar buenos helenistas dedicados al estagirita, que puedan darle una mejor mirada, e incluso advertir mis propias falencias. Con todo, me atrevería a decir que, primero, la investigación del corpus aristotélico seguirá, afortunadamente, siendo objeto de revisiones, con lo cual no hay la “última palabra”. Segundo, que no sólo muchas cosas se perdieron en el pasar de los siglos, sino que la mayor parte de lo que hoy se conserva parece consistir en notas o apuntes de uso privado del Liceo y no escritas para el gran público. Tercero, no hay que olvidar que la hermenéutica tiene épocas; muchas expresiones vertidas al latín, y de ahí a otras lenguas, que hicieron larga carrera en la transmisión del pensamiento aristotélico, han sido objeto de discusión y reinterpretación. Finalmente, he de reconocer que de los textos a los que he podido aproximarme, “La Política” no necesariamente ha ocupado mi mayor interés, por lo cual, sé que me arriesgo a hacer alusiones muy imprecisas y discutibles. 


[2] Adviértase, de paso, que las polis griegas distaban mucho de ser ciudades o estados en el sentido moderno de los términos.


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