Hipótesis para una didáctica de la matemática
"Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis; seis y dos son ocho, y dos por ocho dieciséis"
"Mas cantando no aprendimos a multiplicar"
Dos de las preguntas incesantes que considero interesantes para la investigación pedagógica son ¿cómo pensamos?, y ¿por qué pensamos como pensamos? En realidad son preguntas muy complejas, y no creo que sea conveniente proponer respuestas acabadas o paradigmas definitivos para su abordaje. Frente a estos interrogantes se podrían proponer muchos abordajes desde las psicologías, las filosofías, las antropologías, las pedagogías, por mencionar algunas de las llamadas disciplinas. En esta entrada no pretendo hacer menciones a autores ni a marcos teóricos rigurosos o avanzados ni a procesos de investigación (que por su precariedad aún no son suficientes para una publicación al tenor de la academia); tan sólo compartir algunas reflexiones con base en mis propias experiencias y aproximaciones.
Es frecuente escuchar a
algunos estudiantes, e incluso a personas que ya han pasado su época de
escuela, manifestar que sienten aversión hacia las matemáticas porque en
general tienen dificultades con los números. En efecto, diferentes factores, en
los que ahora no es mi intención entrar, hacen que se haya generado en estos
alumnos una serie de incomprensiones iniciales que han dificultado otros
procesos posteriores; de alguna manera, la frase compartida por muchos
educadores que alude a la necesidad de
formar buenas bases cobra aquí su pleno sentido.
El número es una abstracción
que puede ser analizada en dos momentos, diferentes pero necesariamente
complementarios. Uno que llamo de tipo lingüístico y otra de tipo conceptual.
Propongo, a manera de hipótesis de trabajo, aunque compartida de diferentes
maneras por varios autores que han abordado el problema, que la ausencia de
esta comprensión bidimensional sobre los números es uno de los factores que
influye negativamente en los procesos didácticos de la matemática.
Asumiendo que la cognición
de los niños va madurando y desarrollándose por factores tanto biológicos como
ambientales, especialmente por los entornos socio-culturales que juegan un
papel significativo en la estructuración de la comprensión y el habla de los
individuos; considero que observar cómo se relacionan, en la educación inicial,
los niños con “los números” puede dar luces sobre las dificultades que algunos
presentan posteriormente con las matemáticas.
Generalmente aprendimos los
números dentro del lenguaje, pero aprendimos a hablar y a usar el lenguaje en
los entornos del habla. El llamado proto-lenguaje, que durante los primeros
años se va reemplazando por, o modificando en, el lenguaje mediante el habla,
supone el desarrollo de ciertas estructuras internalizadas de la sociedad y la
cultura en la que se habita, que funcionan como disposiciones cognitivas y
operadores de los que el individuo no es necesariamente consciente cuando habla
o piensa. Así, se puede explicar que el habla suponga para su funcionamiento estructuras
del lenguaje que funcionan aunque el individuo desconozca las reglas y lógicas
de dicho lenguaje.
El aprendizaje del lenguaje
es en realidad un proceso muy complejo sobre el que se han propuesto diferentes
teorías que no pretendo acotar aquí; pero en general, se puede observar que a
los cinco años un niño ha podido dominar gran parte del lenguaje adulto, se
espera que haya desaparecido la totalidad del proto-lenguaje y es plausible
pensar que, para entonces, ya se han consolidado las bases para posteriores
aprendizajes en el habla materna.
Dentro de este proceso, los
números naturales han sido incorporados como signos que funcionan en el habla,
pero del repertorio de signos lingüísticos de los que el niño dispone y
de las combinaciones que entre estos puede operar en el habla según las
necesidades de su entorno, los signos numéricos podrían ser los menos
necesarios. Esto último, varía en función del tipo de sociedad, de la cultura y
de los ambientes en que se socializa el niño; de ahí la influencia que ejercen
algunos juegos infantiles en el desarrollo del lenguaje y del pensamiento.
Aquí es necesario distinguir
analíticamente dos procesos, que no necesariamente suceden en paralelo ni simultáneamente.
El signo como oralidad y como escritura. El ingreso del niño a la vida escolar,
en las sociedades “modernas”, conlleva el aprendizaje de la escritura. Entre
las diferentes grafías que se le van presentando al niño, algunas sirven para
componer sintagmas que funcionan como sustantivos, de éstos algunos se refieren
a elementos concretos que son fácilmente ostensibles, ya mediante una
proyección, una laminilla, una pantalla o ya porque su objeto se encuentra
cercano en el ambiente; pero otros se refieren a objetos cuya abstracción
impide que sean ostensibles. Así, cuando se trata de enseñar sustantivos como
“amor”, “justicia”, “patria”, etc., se suele recurrir a otro tipo de relaciones
indirectas para mostrar lo que en realidad son funciones conceptuales sobre
otros objetos que el niño ha aprehendido por experiencias extra-lingüísticas.
Es posible, incluso, pensar que estas ideas se han ido estructurando aun antes
de que el niño aprenda sus expresiones mediante el lenguaje.
Muchas de las expresiones de este tipo suelen
ser formas sustantivadas de verbos, adverbios o adjetivos; lo que da una pista
para comprender cómo hace el niño para ir asimilando los significados y
sentidos de las nuevas palabras que va incorporando en su habla. El amor es algo
cuyo sentido construye de la experiencia de amar y ser amado, sea lo que sea
que se defina de ello después. Así, el niño aprende este y otros sustantivos que
denotan objetos abstractos, vinculando ciertas experiencias como sentimientos,
sensaciones o relaciones manifiestas que establece con su entorno más
inmediato. (Esto en realidad va mucho más complejo de lo que puedo aludir
aquí.)
Un número, que se presenta
como un sustantivo, es en realidad una relación. Cuando se le enseña al niño un
número natural cualquiera, y el elemento ostensible es una grafía, un sintagma,
en últimas un signo lingüístico, olvidando trabajar, o simplemente descuidando,
la relación a la que refiere la abstracción, se deja al niño a merced de una
abstracción inasible en el nivel de su maduración cognitiva. No se puede, por tanto, olvidar
que el número natural que se le pretende enseñar indica una relación y no una
grafía en el papel o el pizarrón.
Si se insiste, por actuar
del mismo modo que en el aprendizaje ostensivo, en que uno es “1”, dos es “2”,
etc., cuando el niño tenga que operar con las relaciones conceptuales a las que
estos signos refieren, va a repetir mecánicamente un juego formal que escapa a
su comprensión, y que al largo plazo podría generarle dificultades frente al
aprendizaje de la matemática del bachillerato. Esto fue, en realidad, una
hipótesis que derivé, no precisamente del trabajo con niños, sino con
estudiantes de los últimos años del bachillerato, y no de las materias de
álgebra, geometría o cálculo; sino de mis clases de filosofía.
Haciendo un poco de caso a
la consigna del platonismo de que para estudiar filosofía era menester tener
bases en la matemática, en especial la geometría; y sin entrar ahora en las
polémicas sobre la veracidad y las implicaciones hermenéuticas sobre este
supuesto imperativo en el dintel de La Academia de la antigua Atenas; solía
proponer, en algunas de mis clases, ciertos ejercicios como estrategia para
introducir temas que implicaban mayor grado de abstracción. En otro espacio he
escrito sobre didáctica de la filosofía, así que ahora no entraré a explicar
los detalles de esta experiencia.
Una de las cuestiones que
consideraba necesaria tenía que ver con ciertas formas de usar el lenguaje,
expresiones que aluden al sentido común y que olvidan, o simplemente
desconocen, la internalización de los modos del pensamiento y, por tanto,
reproducen la naturalización del sentido común que opera en los modo como habitualmente
pensamos.
Los modos del pensar se
construyen por hábitos, social y culturalmente mediados, que se van
internalizando y estructurando hasta que, en mayor o menor grado, se convierten
en disposiciones de pensamiento que operan inconscientemente cuando el
individuo se enfrenta a la resolución de un problema cualquiera, de la vida cotidiana
o artificialmente creado en el ambiente escolar.
Es así como el sentido común
no es otra cosa que una disposición socio-cultural internalizada por el
individuo, hasta funcionar como un operador inconsciente que le facilita su
desenvolvimiento en las actividades más cotidianas y determina los modos como
dicho individuo asume y resuelve problemas cotidianos. Una consecuencia de esto
es que el sentido común no se identifica, como muchos repiten, con la lógica.
Que haya “sentidos comunes” con mayor disposición al “razonamiento lógico” y
otros a razonamientos menos lógicos, incluso que existan comportamientos
racionales o irracionales, depende en gran medida de los ambientes y las
mediaciones que han estructurado las disposiciones a los modos de pensamiento
individual.
Así, en algunas de mis
clases solía presentarles algunas proposiciones escritas sobre el tablero, con
la intención de acercarnos a la comprensión de algunos problemas, pero tratando
de traer al primer plano de la conciencia, los esquemas operativos del
pensamiento, es decir, los operadores inconscientes, naturalizados por los
procesos de aprendizaje de la infancia, con los que la mente resuelve los
problemas más cotidianos, ya del mundo escolar o ya de la vida en general.
Proposiciones como
12+13=1
1+1=10
3x4=20 porque 4x5=32 y 3x3=13
les resultaban perfectamente
desconcertantes y develaban los modos no sólo de cómo operan mecánicamente las
operaciones más elementales, sino de las expresiones lingüísticas de los signos que
denotan conceptos abstractos. Para evidenciar esto, evitaba leer las proposiciones y me
valía simplemente del uso deíctico, indicándoles “estas proposiciones son verdaderas”.
Con la segunda proposición
se evidenciaban las falencias en la relación lingüística. Así, era frecuente el
alegato de no es posible que “uno más uno” sea “diez”; a lo que solía
responder: “en efecto, uno más uno no es diez; pero esta proposición (1+1=10)
es verdadera.”
Antes de entrar a
recordarles las sumas binarias, me iba al primer caso, porque sin darse cuenta,
esta operación les es más próxima a su cotidianidad pero no lo notan al primer
vistazo. Aquí es donde el operador inconsciente, como disposición a pensar y
actuar de determinados modos, se ve en funcionamiento.
El hábito generalizado y
naturalizado a operar, la mayor parte del tiempo, en la base 10 las operaciones
básicas de la aritmética, así como la representación lingüística de los números,
determinaba una relación con las proposiciones presentadas sobre el tablero que
provocaba la sensación inicial de extrañeza frente a su veracidad aseverada por
el profesor.
El recurso al formalismo
matemático brindaba varios aportes a cuestiones de didáctica de la filosofía. Un
poco basado en estas experiencias, y otras que no alcanzo presentar aquí, se
inició otro proceso de observación, pero esta vez sí con niños y en didáctica
de la matemática, en el que se han venido implementando otro tipo de estrategias
que privilegian el manejo de la geometría, el dibujo, las comparaciones y las
clasificaciones antes que las formas lingüísticas de los números en el proceso
de aprendizaje y formación del pensamiento lógico en los niños. En realidad es
algo mucho más complejo y rico de explicar; es algo que va en marcha y consolidación
de la propuesta, que tuvo una especie de prueba piloto ya; pero del que ahora
solo puedo hacer alusión.
Matemáticas de palitos y guijarros
Matemáticas de palitos y guijarros
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